La cuantificación de los índices de colisión de aves con infraestructuras humanas se basa, comúnmente, en el recuento de cadáveres, pero, ¿produce esta aproximación estimaciones precisas de los índices de colisión de las aves? ¿Se detectan todos los cadáveres presentes en el campo? ¿Cuántos cadáveres desaparecen debido a la depredación por animales carroñeros? ¿Son todos los cadáveres igualmente detectables pasado un tiempo tras la colisión? Esas son algunas de las preguntas que se hicieron los autores del estudio que acaba de publicar Ardeola, un grupo de investigadores de la Universidad Autónoma de Madrid, del Museo Nacional de Ciencias Naturales y del Grupo para la Recuperación de la Fauna Autóctona y su Hábitat (Grefa).
El punto de partida era la sospecha de que los índices reales de mortalidad están infravalorados, lo cual se debería a tres fuentes principales de sesgo: (1) la desaparición de ejemplares muertos por descomposición o eliminación por carroñeros, (2) la detección imperfecta y (3) la caída de cadáveres fuera de la zona de rastreo. Pues bien, el estudio publicado en Ardeola (la revista científica de la Sociedad Española de Ornitología, SEO/BirdLife) analiza a fondo todas estas fuentes de sesgo, centrando su trabajo en líneas eléctricas de las islas de Lanzarote y Fuerteventura. Según sus autores, la importancia de este estudio "radica en que ha proporcionado factores de corrección para obtener estimas no sesgadas de las tasas de mortalidad de aves".
Julia Gómez-Catasús, autora principal del Centro de Investigación en Biodiversidad y Cambio Global (CIBC-UAM) y el Grupo de Ecología Terrestre (TEG-UAM) de la Universidad Autónoma de Madrid: "el primer hallazgo de nuestro estudio fue que las tasas de persistencia de los cadáveres disminuyeron con el tiempo transcurrido desde la colocación de los mismos, y esta disminución fue mayor en aves de tamaño pequeño. A partir de un experimento que consistió en la colocación de cadáveres en el campo y de su seguimiento en distintos días después de su colocación, observamos que solo el 2% de las aves muy pequeñas (polluelos de pollo doméstico empleados en el experimento) permanecieron 30 días después de la colocación, mientras que esta proporción aumentó hasta un 50% y un 80% para las aves de tamaño mediano (paloma doméstica) y grandes aves (pollos domésticos), respectivamente”
Según el estudio, la probabilidad general de detección de cadáveres fue de 0,134, lo que significa que únicamente el 13,4% de los ejemplares muertos por colisión fueron detectados, mientras que el 86,6% de los cadáveres pasaron inadvertidos. Asimismo, los autores determinaron que la detectabilidad de los cadáveres dependía también del hábitat, disminuyendo en áreas rocosas y pedregosas donde el rastreador está obligado a prestar más atención al caminar y disminuye la agudeza de la búsqueda de ejemplares muertos. Además, esta probabilidad de detección fue también menor para aves de pequeño tamaño y para restos más viejos (en un estado de descomposición-fragmentación más alto). Según Goméz-Catasús, "este resultado sugiere un efecto conjunto entre la masa corporal y el estado de descomposición del cadáver o tiempo transcurrido desde la colisión, ya que, por ejemplo, un ave grande como un cuervo común puede ser menos detectable varios meses después de la colisión que una muerte reciente de un ave más pequeña, como una tórtola turca”.
Otro asunto crucial es la información obtenida (hasta ahora escasa) sobre los patrones de dispersión de cadáveres alrededor de las líneas eléctricas.“En este sentido -añade la ecóloga-, un hallazgo importante del estudio ha sido que las aves grandes se encuentran más cerca de la línea que las aves pequeñas, y ambas tienden a caer más lejos en líneas eléctricas más altas. Por lo tanto, la franja de muestreo debe definirse de acuerdo con la altura del tendido eléctrico, ya que las líneas más altas requieren áreas de búsqueda más amplias”.
Equilibrio coste-beneficio
Por otro lado, los autores evaluaron los patrones de dispersión de los cadáveres junto con la rentabilidad de búsqueda de los mismos, lo que les permitió identificar un umbral de distancia de 27 metros en el que la rentabilidad de la búsqueda de los ejemplares colisionados alcanzó su máximo, considerando los costos de tiempo-esfuerzo y la cantidad de aves muertas registradas.
Por último, combinando la información del patrón de dispersión de los cadáveres alrededor de las líneas eléctricas y sus detectabilidades, se realizaron varias simulaciones para conocer las proporciones teóricas de los ejemplares muertos detectados en diferentes escenarios de muestreo con uno, dos o tres investigadores. Los resultados muestran que solo el 42,6% de los cadáveres de aves grandes (por ejemplo, más grandes que un alcaraván común) se detectan con un solo observador, mientras que el 68,0% y el 82,2% se encuentran con dos y tres observadores, respectivamente. Estos porcentajes disminuyen para las aves de tamaño pequeño (por ejemplo, la terrera marismeña), detectando el 9,8%, 18,8% y 27,2% de los cadáveres para uno, dos y tres observadores, respectivamente.
Cinco millones de aves muertas en España
El estudio publicado en Ardeola se suma a las distintas investigaciones realizadas por la comunidad científica y conservacionista con el fin de obtener datos precisos sobre la mortandad causada por las colisiones de aves contra líneas eléctricas, conocer los puntos negros y plantear medidas correctoras eficaces.
En este sentido, el estudio preliminar realizado por SEO/BirdLife (lanzado en agosto), financiado por la Fundación MAVA y BirdLife International, que analiza el impacto de la colisión de aves en líneas eléctricas, determina que estos tendidos podrían estar causando la muerte de cinco millones de aves al año solo en España.
El análisis se ha realizado a lo largo de las principales rutas migratorias de las aves en la Península y contempla también la valoración de la eficacia de las medidas que se están implementando para evitar las colisiones. Incluye además un ensayo de modelo predictivo multicriterio para contar con información de las zonas más peligrosas para las aves.