Un año después de la adopción del Acuerdo de París, estamos en un buen momento para empezar a hacer balance de lo ocurrido y preguntarnos sobre las perspectivas de las energías renovables en este nuevo escenario. Ha sido un año intenso en el que, contra pronóstico, el nuevo tratado ha entrado en vigor. Un año en el que hemos visto avances significativos en la cooperación global por la sostenibilidad: en la eliminación de fluorados y en el sector de la aviación, en la protección de la Antártida y el mar de Ross y ¡¡en el despliegue de las renovables!!
Son progresos que demuestran la convicción colectiva de lo importante que es cambiar las bases de nuestro desarrollo y la conveniencia de hacerlo de modo cooperativo, aprendiendo juntos a llevarlo a cabo. Una agenda que coloca a las personas en el centro de las decisiones y que resuelve de forma coherente con los límites planetarios y la capacidad de carga del Planeta. Esta ha sido también la respuesta de Marrakesh, donde se ha celebrado la 22 Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Naciones Unidas de Cambio Climático. Imperaba el interés por encontrar soluciones frente a la tensión negociadora del ciclo que cerró el Acuerdo de París. Y se ha impuesto la agenda y la voluntad de continuar frente a las desafortunadas e intranquilizadoras amenazas de Trump en campaña.
La energía renovable es el eje central de todas las contribuciones anunciadas por los países en París hace un año. Y la energía renovable ha vuelto a ser una de las grandes protagonistas en Marrakesh. De manera explícita, los 48 países más vulnerables al cambio climático agrupados en el Climate Vulnerability Forum anunciaron su intención de revisar al alza sus contribuciones antes de 2020 y acompañarlas de sendas hasta 2050 para asegurar un 100% renovable en esa fecha. Y añadieron: si nosotros podemos hacerlo, pedimos al G20 que haga, al menos, un esfuerzo equivalente. También es la protagonista en las sendas de reducción a 2050 presentadas por Alemania, Canadá, México y Estados Unidos (ésta última, de valor relativo, dado que la propuesta procede de la administración Obama).
Un futuro brillante que es presente, tal y como demuestran las cifras de inversión agregadas a escala global. En 2015 volvió a batir un record: 286 mil millones de dólares USA en total para nuevas inversiones en renovables. No hay futuro sin cambio de modelo y no hay cambio de modelo sin una transición energética de profundo calado en la que la eficiencia energética y las energías renovables son los pilares fundamentales sobre los que construir la alternativa.
Pero, tal y como señala con acierto el economista jefe de la Agencia Internacional de la Energía, el Acuerdo de Paris representa un gran logro. Para los alpinistas, supone haber asentado la tienda en el campamento base antes del último esfuerzo: el ascenso final a un 8.000 que todavía nos traerá disgustos y sobresaltos.
Por ejemplo, frente a la tendencia global al alza, la nueva inversión en renovables en Europa disminuyó en 2015 un 20% con respecto a 2014, hasta el punto de retrotraerse el volumen total al nivel de inversión de 2006. En parte puede explicarse por la caída de precios unitarios pero, en realidad, consolida una disminución en la nueva potencia instalada -20GW- con respecto a la media anual en el periodo 2010-2013 -30GW/año-. Indica las dificultades para abrirse camino en mercados con sobrecapacidad, en los que la recuperación de la inversión vía mercado eléctrico no está asegurada. Sin un precio claro sobre el CO2 ni un esquema de compensación y garantía consolidado, las preguntas sobre cómo facilitar una penetración masiva de las renovables, más allá de los requerimientos técnicos del sistema, se multiplican.
Se hace necesario, entre otras cosas, un planteamiento de largo plazo; una revisión en profundidad del marco administrativo e institucional para acoger las distintas tecnologías allí donde su aportación es más eficaz; y un mercado que funcione bien, preparado para incorporar lo que se necesita y envíe las señales adecuadas de coste y beneficio.
La Comisión Europea acaba de aprobar su paquete energético “de invierno”. Es una buena noticia y una advertencia relevante para quienes, con un discurso contra la historia y las leyes de la física, vuelven la mirada al pasado. La Comisión ha hecho un esfuerzo transversal importante, subrayando la necesidad de activar distintas palancas para impulsar una transición energética que ha de llevarnos a un sistema seguro y costes razonables y predecibles, con emisiones cero de aquí a mitad de siglo. Destaca la integración de referencias de innovación y funcionamiento de mercados, herramientas de apoyo social y protección del consumidor, eleva ligeramente el objetivo de eficiencia, apunta con timidez herramientas de gobernanza, subraya el efecto positivo en generación de empleo y actividad económica y, sin embargo, todavía se mantiene fuera de la senda para alcanzar los objetivos a 2050.
Confiemos en nuestra capacidad colectiva para aplicar y reforzar unas señales que apuntan en la buena dirección y que no hacen sino intentar convertir el Acuerdo de París en realidad. La pregunta obvia, una vez más es: ¿se mantendrá España en una realidad paralela o veremos por fin un alineamiento adecuado de marcos institucionales, fiscales y políticas de infraestructuras y energéticas? No hay nada mejor para permitir una buena discusión y la construcción de un adecuado consenso social como intentar perfilar sendas para alcanzar un objetivo claro e imprescindible a 2050: cero emisiones, seguridad energética y prosperidad social.