Dando por hecho que, dada la época en la que se produjo el accidente en la antigua república soviética, siempre quedarán incógnitas sobre varias cosas y entre ellas el número de víctimas o el impacto económico del desastre, cabe reflexionar si este accidente y el de la central de Japón, son por sí solos suficientes para provocar el ocaso de la tecnología nuclear.
Los accidentes de Fukushima y Chernóbil son diferentes, tanto en muertes directas por radiación como en otras víctimas mortales. Si los soviéticos fueron poco diligentes en la seguridad de su central, no deberíamos decir lo mismo de los japoneses, pero, aun así, la catástrofe se produjo. Se estima que causó 1.000 muertes prematuras entre la población evacuada como ejemplo.
¿Son las víctimas mortales las únicas que debemos contar? Parece que de forma más o menos consciente, nos olvidamos de que, en ambos casos, muchos ciudadanos, unos entusiastas de la energía nuclear, otros detractores y otros mediopensionistas, salieron de sus casas un día para no volver nunca más y se vieron obligados a comenzar una vida que no habían elegido. ¿Cómo cuantificamos ese coste? Los costes de descontaminación y desmantelamiento de Fukushima son más transparentes que en el caso exsoviético, pero cabe preguntarse por lo que nadie quiere saber.
Podemos asumir que la energía nuclear mata a poca gente y eso es siempre una gran noticia. En mi caso, no es una preocupación porque creo en la diligencia y el buen hacer de los profesionales de nuestro sector nuclear. Pero hablemos de eso que mencionaba antes: el dinero.
La Ley 12/2011 de 27 de mayo sobre responsabilidad civil por daños nucleares o producidos por materiales radiactivos asume los Convenios de París y Bruselas en los que se pone límite a la responsabilidad civil en caso de accidente. Paris fija la cifra mínima obligatoria en un mínimo de 700 millones de euros y el Convenio de Bruselas un segundo tramo entre 700 y 1.200 millones a sufragar por el explotador o por el Estado, según establezca la ley. Hay un tercer tramo entre 1.200 y 1.500 millones a sufragar con fondos públicos aportados por los Estados firmantes del convenio de forma proporcional a su PNB y su potencia nuclear instalada.
El Gobierno de Japón estima que el coste total del accidente nuclear de Fukushima está en 166.832 millones de euros, muy lejos de las cantidades que imponen los citados convenios. El Estado o lo que es lo mismo, los japoneses con sus impuestos, tendrán que asumir los costes de desmantelamiento y descontaminación, reclamaciones de daños, etc. Si una prima de riesgo tuviese que asumir esas cantidades e incorporarlas al precio del MWh, el coste sería disparatado.
Los defensores de la energía nuclear argumentan el escaso número de víctimas, incluso matizando entre los que mueren por radiación directa o indirecta y comparando con los fallecidos en accidentes aéreos o los suicidios, como si la razón por la que en Occidente no se construyen más centrales nucleares fuese únicamente la seguridad.
Las tecnologías de generación térmicas o renovables han evolucionado tanto en los últimos años, tanto en coste como en eficiencia, que la nuclear se ha quedado obsoleta y resulta antieconómica.
Flamanville en Francia u Olkiluoto III en Finlandia son dos buenos ejemplos de centrales que doblaron o triplicaron sus previsiones de costes y de construcción, y el proyecto de Hinckley Point C requiere fuertes subsidios del gobierno británico para ser viable justo en un momento en que se están recortando todas las ayudas a las renovables. No parece que el europeo EPR sea un éxito técnico o económico y no olvidemos que detrás de Areva está el Estado francés.
Además está el tema de los residuos. No solo es una cuestión de seguridad. De la Edad Media, está muy bien conservar el patrimonio histórico, pero cómo sería hoy nuestro mundo si estuviésemos pagando los costes de almacenamiento de los residuos que unos señores dejaron aquí hace 500 años para producir una energía que nosotros no hemos aprovechado.
Fondos de inversión, compañías eléctricas, inversores privados, todos invierten su dinero y los bancos prestan para hacer renovables. Si los proyectos en Europa se cuentan con los dedos de la mano y no son casos de éxito precisamente, quizás las razones para no hacer nuclear sean hoy más crematísticas que de seguridad.
Para los pronucleares, siempre quedará la opción del crowdfunding para hacer una central nuclear. ¡Qué mejor gesto de confianza en una tecnología que arriesgar el capital propio!