Hace ya muchos años que el turista fue definido como consumidor de medio ambiente. El turismo demanda agua, energía y espacio (enormes cantidades de agua, energía y espacio) y produce contaminación atmosférica, acústica y orgánica. El monocultivo del turismo puede acabar convirtiendo España en un parque temático (en un país de camareros, dicen los más críticos); el turismo es un pilar fundamental de la economía nacional, dicen los más acomodados. Los problemas derivados del sobredimensionamiento de este sector -que lleva varios años batiendo todos sus registros- han estallado este verano con toda su crudeza en varias ciudades españolas, como Palma de Mallorca o Barcelona. Además, en muchas otras, como San Sebastián o Madrid, crece ya el germen del descontento residente por la invasión de los visitantes.
El ministro Energía, Turismo y Agenda Digital, Álvaro Nadal, o sea, el ministro del ramo, parece sin embargo blindado frente a cualquier apunte crítico sobre el particular. Y, año tras año, presenta las cuentas del turismo como el que presume de medallero olímpico. Los números son ciertamente espectaculares -87.000 millones de euros en 2017, según las primeras estimaciones-, pero también tienen un coste: en infraestructuras de acogida y gestión de las demandas turistas, en presiones sobre el medio ambiente urbano y natural, y en impacto sobre la calidad de vida de la población autóctona (véase foto). Costes todos ellos asociados a esa gallina de los huevos de oro de la economía española que, en realidad, no solo pone huevos, sino que también produce otros impactos, aunque en los balances anuales del ministro nunca aparezcan ni de lejos.
Pero el Turismo no es más que el segundo de los sustantivos del macro-ministerio que dirige Álvaro Nadal
El primero de esos sustantivos es Energía. Y ahí los números no son tan brillantes. De hecho, en lo que se refiere a la Energía, España no es, ni mucho menos, un "ingresador" de divisas. Antes al contrario, la economía española es una exportadora neta de capitales: enviamos todos los años ingentes cantidades de divisas a potencias extranjeras como pago de la enorme factura energética anual que atenaza, año tras año (dícese dependencia energética) nuestra economía. En los nueve primeros meses de este año, España ha pagado, en concepto de productos energéticos -a las naciones vendedoras de gas, carbón y petróleo- 30.000 millones de euros (véase informe del Ministerio de Economía, página 24). El precio de la factura energética del último trimestre aún no ha sido publicado, pero todo parece indicar que, una vez Economía haya cerrado su Balance 2017, habremos superado holgadamente los 40.000 M€.
España depende de los precios que le marcan otras naciones al gas natural o al petróleo
La dependencia energética española además está muy por encima de la media europea, casi 20 puntos por encima, o sea, que estamos más expuestos que las naciones de la Unión a los caprichos -a la dictadura- del mercado. Además, el problema va a peor. Las importaciones de productos energéticos han alcanzado, entre el 1 de enero y el 31 de octubre (último dato disponible), los 33.177,7 millones de euros, es decir, un 40,0% más que en el mismo periodo del año anterior (Informe sobre Comercio Exterior, Ministerio de Economía, página 10). Más aún: el déficit energético ha aumentado en ese lapso un 30,4%, hasta los 17.289,5 M€ (en el mismo periodo de 2016, el déficit fue de 13.263,2 M€). En fin, que si ayer ya importábamos muchos más productos energéticos que los que exportábamos y el balance era -13.000 M€, hoy ese balance es un 30,4% peor (página 11 del mismo informe).
El Currículum Vitae del ministro de Energía, Turismo y Agenda Digital