¿Qué hacer con todos esos desechos que no paran de crecer a la vez que incrementan la contaminación en el medio ambiente? Una de las alternativas que, a priori, parecería más sostenible, es la utilización de todos estos despojos para la generación de energía a partir de la quema de residuos. Dicho así, parece algo ideal: convertir algo que no sirve, que cada vez supone un mayor volumen y que además es altamente tóxico en algo que nos puede beneficiar, ya que la demanda de electricidad es cada vez mayor.
Según la Directiva sobre Incineración de Residuos Europea, estas incineradoras deben construirse asegurando que los gases de combustión alcancen una temperatura de por lo menos 850 ° C durante 2 segundos, con el fin de garantizar la distribución adecuada de sustancias orgánicas tóxicas. Con el fin de cumplir con esto en todo momento, es necesario instalar quemadores auxiliares (a menudo alimentados por el petróleo). Pero la quema en incineradoras gigantescas para crear energía, tanto térmica como eléctrica, no está exenta de polémica.
El sistema funciona básicamente de esta manera: la planta incineradora se encarga de la combustión de los desechos residuales. Tras el tratamiento térmico, se recupera el calor de la incineración que puede utilizarse para, por ejemplo, surtir el sistema de calefacción de una ciudad, además de generar electricidad. Los desechos son quemados en hornos mediante oxidación química con exceso de oxígeno, y están compuestos por tuberías donde se calienta agua para, entre otros, calefacción. Y el vapor que se genera es convertido en electricidad a través de una turbina.
Este proceso no está exento de controversia, porque al quemar la basura que está sobre todo compuesta de: carbono, hidrógeno, oxígeno, fósforo, nitrógeno y azufre, metales, halógenos etc… se emite un alto contenido en C02. Además, los productos resultantes de la combustión son cenizas, gases, partículas tóxicas y de estas, algunas poseen efectos cancerígenos. A este respecto, existen ya varios estudios en los que se concluye que estas plantas favorecen el incremento de numerosos tipos de enfermedades muy graves en las zonas donde operan, sobre todo en un radio de unos 20 kilómetros a la redonda y, hay que tener en cuenta que pueden instalarse cerca de núcleos urbanos. Las empresas del sector explican que tienen mecanismos para monitorear que los elementos nocivos no lleguen a la atmósfera, pero las nano partículas también liberadas por la incineradora son las que transportan las sustancias tóxicas que se liberan y son tan diminutas que no pueden ser capturadas por filtros. Por este motivo el daño es inevitable.
Los daños no se acaban ahí. Incinerar residuos provoca la emisión de partículas peligrosas de hidrocarburos y cenizas como óxido de azufre, CO2, mercurio, cinz, cadmio, níquel, cromoarsénico, nitrógeno,etc. que contaminan agua y aire. Estas tienen efectos especialmente perniciosos sobre la flora, ya que impiden la fotosíntesis e intercambio de gases; la fauna que se alimentan de esas plantas también resulta perjudicada, lo que finalmente deviene en un incremento en el número de roedores e insectos. Las emisiones también contribuyen al efecto invernadero y pueden producir lluvia ácida.
Este sistema permite tratar numerosos tipos diferentes de residuos y reducirlos hasta en un 85%, una cantidad nada desdeñable. Ahora bien, las cenizas restantes son altamente tóxicas por lo que su almacenamiento exige condiciones y emplazamientos muy concretos que eviten daños mayores.
Desde el punto de vista económico, las plantas incineradoras resultan caras tanto en su construcción como en su posterior mantenimiento, ya que suponen concesiones muy largas para las empresas, entre 25-30 años en los que deben tener asegurada la entrada de residuos diariamente para que su amortización sea posible. Este hecho dificulta que a nivel local se desarrollen políticas de reducción y reciclaje. En España actualmente existen 11 incineradoras en funcionamiento en 7 Comunidades Autónomas (Palma de Mallorca, Tenerife, Girona, Lleida, Tarragona, 2 en Barcelona, Coruña, Bilbao, Madrid y Melilla) y una en proyecto en Donosti (Guipúzcoa).
El Plan Regional de Residuos de la Comunidad de Madrid establece la posibilidad de contar con dos hornos, el ya existente en Valdemingómez, y otro que se situaría dentro de alguno de los vertederos ya colmatados, el de Pinto o el de Colmenar Viejo. En este sentido, numerosas medidas y movilizaciones se han puesto en marcha, ya que los habitantes de esta zona no están de acuerdo con la instalación de una planta de este tipo cerca de sus domicilios.
Una alternativa real
Quizás una opción más respetuosa es la que ha implementado una empresa de Elche, Greene Waste to Energy (Greene), que ha puesto en marcha un proceso de gasificación de residuos urbanos para producir calor y electricidad. La tecnología permite una reducción de hasta el 90% de los residuos sólidos urbanos (RSU), genera energía y evita las cenizas tóxicas fruto de la incineración. El proceso de gasificación convierte en energía térmica y eléctrica la basura y es respetuoso con las directrices de la UE. Obtiene aproximadamente 1 kilovatio de energía eléctrica y más de 1,5 kilovatios de energía térmica por cada kilo de residuos que procesa. Esta energía se convierte en gas que puede utilizarse como combustible motores, turbinas de gas o calderas. Las cenizas pueden usarse como material de construcción, fertilizante, o para la fabricación de vidrio.
Para concluir, es preciso reducir la cantidad de residuos que generamos, y parece claro que la incineración no es la mejor vía para deshacernos de los enormes volúmenes de basura que cada día producimos. En España en los últimos años ha aumentado la utilización de este método en nada menos que un 36%. Aún así, España incinera un 9% de sus residuos, valores por debajo de la media europea que están en un 22%.