Vaya por delante que creo en las renovables, en la necesidad de un cambio de modelo energético, en la sustitución de combustibles fósiles por fuentes energéticas eficientes, sostenibles e inagotables y en la democratización de la energía. Dicho esto, y aun sabiendo que con este artículo corro el peligro de recibir las críticas del sector, honestamente no termino de ver clara la subasta de fotovoltaica que parece que se va a convocar. Son muchas las dudas que me genera la noticia y que hacen que no me sienta a gusto con este sistema. Así, entre otras, me planteo las siguientes dudas.
¿Por qué generación centralizada en lugar del autoconsumo?
Es indudable que el fomento de la energía renovable es siempre una buena noticia, pero no tiene mucho sentido que se apueste por un modelo de grandes plantas y se limite el autoconsumo. Al fin y al cabo, si ambos sistemas permiten cumplir los objetivos europeos del 20/20, ¿por qué apostar por uno y dejar de lado el otro? Parece un contrasentido. Por un lado, nuevamente, se fomenta tecnología renovable, pero, por otro, no se permite desarrollar todo el potencial que tiene el autoconsumo en nuestro país. Se apuesta por un modelo de instalaciones alejadas de los puntos de consumo (lo que implica mayor necesidad de redes, congestiones, pérdidas de energía en transporte, etcétera) y, sin embargo, no se fomenta el uso de la generación distribuida. Y, por si eso fuera poco, resulta que los mismos que plantean la posibilidad de poner entre quinientos y mil megavatios fotovoltaicos en grandes plantas son los que se echan las manos a la cabeza y predican la llegada de los siete jinetes del apocalipsis cuando se habla de una potencia análoga de autoconsumo en España.
Lo triste es que la respuesta a esta pregunta parece obvia y, como siempre, obedece a una cuestión puramente económica. Al poner a través de la subasta nueva potencia renovable en el mercado, el sistema eléctrico únicamente asume costes durante un periodo de tiempo determinado (las primas tienen una duración finita y, además, revisable), mientras que, con el autoconsumo, este mismo sistema deja de percibir de por vida parte de los ingresos de sus “clientes”, ergo los consumidores. Es decir, en lugar de optimizar el sistema (menores costes), reformarlo y hacerlo más eficiente (evitar pérdidas de energía), se opta por mantener la estructura y el esquema de ingresos actuales a costa de frenar una nueva forma de generación energética.
Aparte del sistema eléctrico, ¿a quién beneficia este mecanismo de subastas?
Al igual que ocurrió el año pasado con las tecnologías eólica y biomasa, se volverá a subastar una reducción sobre el coste inicial de inversión. Bajo este esquema y, en un escenario con multitud de ofertantes, solo las propuestas más competitivas tendrán posibilidad de ganar la subasta. Es decir, aquellas que tengan unas economías de escala tales que les permita bajar sustancialmente los costes unitarios de inversión. O, lo que es lo mismo, las grandes instalaciones fotovoltaicas (más de cincuenta megavatios, 50 MW).
Entonces, ¿quiénes tienen mayores posibilidades de ganar?
Lógicamente, los grandes grupos empresariales, que son los únicos que tienen el pulmón necesario para financiar instalaciones de esta envergadura. Y, por supuesto, son los únicos a los que la banca les va a abrir la puerta a esas megafinanciaciones. Además, son empresas que integran dentro de sus estructuras toda la cadena de valor de la promoción fotovoltaica (ingeniería, construcción, mantenimiento), por lo que tienen unos costes de inversión y explotación más ajustados.
Sin embargo, no todos podrán probar de este pastel. Tal y como están diseñadas las subastas, en el mejor de los casos, una minúscula parte de la multitud de pequeñas empresas que pueblan el panorama nacional (por otro lado, altamente especializadas y con profesionales tan capacitados como los de las grandes corporaciones), se tendrá que contentar con lamer el cuchillo en el que se reparte la tarta.
¿Es un poco premeditado este anuncio?
Sin ánimo de hacer conjeturas respecto de las intenciones reales de convocar esta subasta, lo cierto es que no tiene mucho sentido una propuesta de este tipo por parte de un ministro y un secretario de Estado en funciones. Pocas semanas después de las elecciones, sigue sin haber novedades y, lo que es peor, sin perspectivas de gobierno y, por tanto, parece de fábula vender una subasta fotovoltaica. Sobre todo, cuando se debe instrumentar por la vía de Real Decreto, norma jurídica que, además de mayoría parlamentaria, precisa de la aprobación del Consejo de Ministros.
Para finalizar
No soy contrario a las subastas ni a las grandes instalaciones en suelo. Soy contrario a la concentración empresarial. Si hay algo que siempre me ha gustado de la energía fotovoltaica es su atomización. A diferencia de otras, es una tecnología al alcance de muchos. Una tecnología que, aparte de ser sostenible, contribuye a la dispersión de la riqueza (valga como ejemplo señalar la ingente cantidad de propietarios de plantas fotovoltaicas). Sin embargo, con un modelo de subasta como el planteado es imposible esa granularidad. Por tanto, mientras no se ponga freno a las posiciones dominantes y se garantice que todos los participantes tienen realmente las mismas posibilidades, conmigo que no cuenten. Yo apuesto por el autoconsumo.