De un tiempo a esta parte, nuestro mundo se ha dado la vuelta completamente y sin visos de que la noria en la que estamos montados se frene y todo vuelva a su sitio. Y es que, en apenas año y medio, hemos pasado de una vida acomodada (al menos en lo que se conocía hasta ahora con el eufemismo del “primer mundo”) y una economía que se recuperaba de los estragos de “la crisis del ladrillo” a la situación actual. Porque, no solo tenemos que convivir con el maldito bicho que ha cambiado nuestra vida para siempre, sino que además estamos en un escenario inconcebible de desabastecimiento industrial que, por si fuera poco, se agrava con un problema energético a escala mundial.
El problema energético es mayúsculo y parece que se mantendrá durante los próximos meses. Por un lado está el suministro del gas. Existe un grave conflicto diplomático entre Marruecos y Argelia a cuenta, entre otros aspectos, del problema existente en el Sahara Occidental. Todo ello ha derivado en un cierre del gasoducto Magreb-Europa. Y aunque Argelia ha garantizado el suministro a España por buques metaneros, la situación ha derivado en un incremento de los precios del gas.
Adicionalmente, está el problema del suministro europeo con gas ruso. Rusia cortó el suministro a través de Ucrania y los precios se dispararon entre septiembre y octubre. Recientemente el Kremlin ha ordenado a Gazprom bombear más hidrocarburo, lo que ha redundado en una ligera reducción de los precios. En todo caso, y aún teniendo en cuenta esta reducción, el precio del gas está cuatro veces por encima de lo que se cotizaba a principios de año.
A cuenta de todo lo anterior, y de otros factores como los derechos de emisión, nos encontramos con un coste eléctrico en niveles históricos. Hemos pasado de un precio medio anual de 47,7€/MWh en 2019, año de referencia porque 2020 estuvo muy influenciado por la pandemia, a otro de más de 70€/MWh en 2021 (con puntas superiores y estables por encima de los 200€/MWh). Además, la situación no tiene visos de corregirse en el corto plazo. A primeros de noviembre, los futuros de OMIP cotizan en 155€/MWh solo en el primer trimestre de 2022, y en 112€ de media para todo el año.
Pero no solo existen problemas de suministro en Europa. China, la gran fábrica mundial, está sufriendo desabastecimiento energético como consecuencia del incremento de la demanda doméstica. El asunto es de tal magnitud que 16 provincias chinas han comenzado a racionar la electricidad a particulares y empresas. Para revertir la situación el gigante asiático ha comenzado a importar carbón australiano, aún a pesar de que el año pasado Pekín ordenó a las empresas energéticas que dejaran de importarlo. En todo caso, los efectos de la anterior política se están empezando a notar, comienzan a surgir problemas en las cadenas de suministro globales (máxime porque ciertos puertos aún están cerrados) y los precios experimentan una notable inflación.
El problema del desabastecimiento chino está impactando de forma directa en el sector fotovoltaico. Los módulos se han encarecido mas de un 30% en un año (con previsiones de subidas por encima de los 0,3€/Wp durante el 1Q/2022) y algunos fabricantes no pueden asegurar el stock, porque tienen que cerrar líneas de fabricación a cuenta de los cortes eléctricos que ordena el gobierno chino. Por si fuera poco, existen problemas graves de demanda de semiconductores que afectan a multitud de sectores, el aluminio se ha encarecido más de un 25% en lo que va de año y, el coste de los fletes marítimos se ha multiplicado por seis desde enero. Cabe destacar que, aunque personalizamos la situación en el sector fotovoltaico, este incremento de costes afecta al resto de tecnologías renovables.
Lo cierto es que el tema da para un análisis de mucha más profundidad (pérdida de competitividad del país por incremento de precios eléctricos, inflación, situación geopolítica, oportunidad del autoconsumo aún con la subida de costes, etc), pero esta columna de opinión solo permite raspar de forma somera la superficie del asunto y dar que pensar a los lectores.