Se trata de un motor “revolucionario”, aseguran sus creadores, que cumple con la normativa sobre emisiones prevista para 2040 y destaca por su alta eficiencia. Los dos primeros prototipos de este motor verán la luz en los próximos meses, gracias a la financiación de la Agencia Valenciana de la Innovación (AVI) ya que este proyecto ha sido uno de los seleccionados en la convocatoria de ayudas del Programa de Valorización y Transferencia de Resultados de Investigación a las Empresas, cuya resolución se hizo pública a finales del pasado mes de julio.
La tecnología empleada para conseguir este hito se basa en la utilización de membranas cerámicas MIEC. Patentadas por el ITQ-CSIC-UPV, estas membranas eliminan todos los gases contaminantes y nocivos para la salud (NOx), capturan el CO2 propio y atmosférico y lo licuan.
“Estas membranas, incluidas en el motor del vehículo, permiten la separación selectiva de oxígeno del aire para producir la oxicombustión. De este modo, se genera un gas de combustión puro, compuesto de agua y CO2, que se puede capturar en el interior del propio vehículo y almacenarlo, sin que salga expulsado por el escape”, explica José Manuel Serra, profesor de investigación del CSIC en el ITQ-CSIC-UPV.
Esta tecnología permitiría disponer de un motor con la autonomía y capacidad de repostaje que puede tener uno convencional hoy en día, “pero con la ventaja de que es completamente limpio, sin ningún tipo de emisión contaminante o de efecto invernadero, igual que pasa con los eléctricos. Así ofrecemos al sector una tecnología que combina lo mejor de ambos motores, los eléctricos y los de combustión”, apunta Luis Miguel García-Cuevas González, investigador del CMT-Motores Térmicos.
Dos depósitos
Con la tecnología desarrollada por el ITQ-CSIC-UPV y el CMT-Motores Térmicos, el vehículo además se convierte en suministrador de CO2. Según explican los investigadores, en un motor convencional, después de la oxicombustión, se genera una gran cantidad de nitrógeno y óxidos de nitrógeno en el escape. Sin embargo, en este caso, solo se genera CO2 en muy alta concentración y agua, que se puede separar de forma muy fácil del CO2, simplemente condensándola.
“Ese CO2 se comprime en el interior del propio motor y se almacena en un depósito a presión, pudiendo retornarse como un subproducto, directamente como CO2 puro de alta calidad, en una estación de servicio, para su posterior uso industrial. De esta forma, dentro del vehículo tendríamos además del depósito de combustible, otro con el CO2 que se genera después de quemar el combustible y del que podemos sacar partido”, apunta García-Cuevas.
La tecnología desarrollada se dirige, principalmente, a fabricantes de vehículos de gran tamaño para el transporte de viajeros y mercancías, tanto terrestres como marítimos y para aviación hasta un determinado nivel de potencia. Podría emplearse también para adaptar los actuales motores diésel en vehículos especiales.
“En el caso de vehículos más pequeños, se podría aplicar también secuestrando solo parte del CO2 en el escape”, apunta Francisco José Arnau, investigador del CMT-Motores Térmicos de la UPV.