Hay noticias que se nos deberían atragantar y movilizarnos a la acción inmediata. Febrero nos dejó la preocupante noticia de que hemos superado por primera vez un aumento de temperatura global anual en 1,5ºC (dato puntual) y con un terrible balance 2023 de datos récord de olas de calor, pérdidas de cosechas, inundaciones, incendios, deshielos, migraciones climáticas, crisis energéticas, inflación, etcétera. No es casual que febrero haya sido también el mes en el que se han presentado los multimillonarios beneficios anuales de petroleras, gasistas y eléctricas. Obviamente otra vez a costa de las personas y el planeta: se calculan en 5 millones las muertes anuales causadas por los combustibles fósiles en todo el planeta, mientras que ya hemos sobrepasado 6 de los 9 límites planetarios. A su vez, los combustibles fósiles recibieron 123.000 millones de euros en subvenciones en 2022.
Aquí, Repsol –la empresa española con mayor responsabilidad en el cambio climático en 2022– acaba de anunciar 3.168 millones de euros de beneficios, mientras su consejero delegado, que recibe un salario de cuatro millones de euros, reafirmó su compromiso por mantener la misma estrategia que hasta ahora para hacer una transición inteligente y rentable. ¿Para
quién?
Afortunadamente, por fin existe y es visible un debate en torno al abandono de los combustibles fósiles (petróleo, gas y carbón). Un debate al que sin duda ha contribuido el acuerdo de la última cumbre mundial del clima (CoP28), donde, aunque el enredo semántico parecía repartir juego para todas, el único relato ganador que importa es que por primera vez se nombra e incluye el abandono (transition away) de los combustibles fósiles de acuerdo con las indicaciones de la ciencia. Así que, a partir de ahora y de manera oficial, los combustibles fósiles solo son muertos vivientes.
Llegados a este punto del sumario deberíamos como sociedad empezar a llamar a las cosas por su nombre. Greenpeace Holanda, en su informe Fosil Fuel Crime File deja al descubierto la criminalidad de la industria de los combustibles fósiles, al señalar un inventario condenatorio de delitos penales, civiles y administrativos probados o cometidos.
Así que, una vez descubierto el pastel, nadie debería confundirse ya, ni dejarse culpabilizar por la adicción al petróleo a la que nos tienen sometidos. Aunque la poderosa mafia no quiera renunciar a su estatus y codicia y saque toda su artillería, como sociedad debemos desenmascararla, exigirle rendición de cuentas, y no permitir que nos engañe con manipulados discursos de salvación, ni con nuevas distracciones tramposas de productos insostenibles, llámense biofuels, capturas y almacenamiento de carbono, plantaciones o nuevas drogas avanzadas, como el hidrógeno multicolor, para perpetuar la misma enfermedad y los mismos crímenes. Tampoco con su operación de lavado verde con productos renovables sin abandonar los combustibles fósiles.
Al igual que las drogas, los combustibles fósiles también matan; pero siempre se puede salir, aunque cueste. Debemos ser implacables y exigir a nuestros políticos valentía y ambición climática para poner fin a su reinado e impulsar soluciones sostenibles y justas, sin ceder a su presión, lobby y chantajes.
Nos sobran las soluciones y las alternativas, no para volver a las cavernas, como se jactan los petroleros, sino para construir otros estilos de vida más sanos y prósperos, compatibles con los límites planetarios, tal como exige la ciencia una y otra vez. Y lejos de “rentabilidades e inteligencias” particulares, estos ocurrirán gracias a las renovables (respetuosas con las personas y la biodiversidad), la suficiencia, la eficiencia y la circularidad.
