El almacenamiento energético se está consolidando como un pilar clave tanto para la transición hacia un futuro más sostenible, como para el desarrollo de la industria. Su demanda crece a un ritmo sin precedentes, pero detrás de este auge se oculta un desafío silencioso y crucial: su reciclaje. En los últimos dos años, a través de mi experiencia en el desarrollo de negocio de sistemas de almacenamiento energético (de tecnología de iones de litio), he observado cómo el reciclaje de baterías, un debate que antes no acaparaba titulares, está ganando protagonismo y se ha convertido en un factor muy relevante en la toma de decisiones de estos proyectos. He de comentar que, actualmente, el coste de reciclaje de las baterías, ronda los 4.000-5.000 euros por tonelada, lo que principalmente está causado por la limitada infraestructura disponible en Europa. Este coste compromete la viabilidad económica de muchos proyectos de almacenamiento energético, cuyo impacto puede resultar muy relevante si este “fee de reciclaje” debe ser adelantado en las primeras fases de inversión, ya que incrementa significativamente el CapEx y dificulta de forma importante la rentabilidad del proyecto.
Además, hay que tener en cuenta que las baterías que hoy se ponen en el mercado llegarán al final de su vida útil en unos 20 años (cuando alcancen el 60% de SOH o completen 8.000 ciclos en el caso de la tecnología LFP). Para entonces, es muy probable que los costes de reciclaje se hayan reducido de forma importante, gracias a los avances tecnológicos, las economías de escala, y la mayor implantación en Europa de infraestructuras para tratar estos residuos.
Por eso, es clave adoptar una visión estratégica a medio plazo, evitando que los costes actuales de reciclaje afecten directamente al CapEx de hoy, especialmente cuando el reciclaje real de las baterías ocurrirá dentro de aproximadamente dos décadas.
En este contexto, surge una pregunta clave: ¿está Europa preparada para afrontar este reto silencioso, pero al que ya tenemos que enfrentarnos?
Para responderla, es esencial comprender el papel del reciclaje de baterías en el suministro de minerales críticos. Al reciclar baterías, no solo se reduce la dependencia de la importación de materias primas, sino que también se mitiga el impacto ambiental asociado con la minería y la extracción.
Además, desde una perspectiva geopolítica, fomentar el reciclaje contribuye a disminuir la dependencia de mercados extranjeros que controlan el suministro de materiales estratégicos como el litio, el cobalto o el níquel.
Esto no solo fortalece la autonomía industrial de Europa, sino que también disminuye nuestra vulnerabilidad ante tensiones comerciales, restricciones de exportación y volatilidades en los precios de las materias primas. Si aún no estamos preparados, es momento de tomar conciencia y pasar a la acción.
El proceso de reciclaje se divide en varias etapas, sin entrar mucho en detalle, en la fase de pretratamiento, las baterías usadas se recolectan, descargan, desmontan y se procesan mecánicamente o mediante pirólisis para extraer la denominada "masa negra". Esta contiene materiales valiosos como litio (Li), níquel (Ni) y cobalto (Co).
Posteriormente, los metales se refinan mediante procesos metalúrgicos o electroquímicos, permitiendo su recuperación, purificación y posterior reutilización.
En 2024, en Europa, solo se reciclaban unas pocas decenas de kilotoneladas de baterías al año, pero se espera que esta cifra aumente a 330.000 toneladas en 2026 y hasta 900.000 toneladas en 2030.
Para acelerar esta transición, el Reglamento de Baterías de la UE 2023/1542, en vigor desde 2023, entre otras metas, exige que para 2031 las baterías contengan al menos un 6% de litio reciclado, cifra que aumentará al 12% en 2036.
Reciclar baterías de ion-litio en Europa, a día de hoy, no es rentable sin ayudas. De hecho, el coste operativo del reciclaje de baterías LFP en Europa es un 60% más alto que en China, debido principalmente a los elevados costes de electricidad, servicios y mano de obra. Para hacer viable el reciclaje, es clave implementar medidas que aseguren su sostenibilidad a largo plazo.
En este sentido, en España y otros países de la Unión Europea, los SCRAP (Sistemas Colectivos de Responsabilidad Ampliada del Productor) desempeñan un papel clave en el reciclaje.
Estas entidades ayudan a las empresas a cumplir con las normativas de reciclaje, gestionando de manera colectiva la recogida, transporte y tratamiento de baterías al final de su vida útil.
Por otro lado, el modelo de Responsabilidad Extendida del Productor (EPR) asigna a los fabricantes e importadores la responsabilidad de gestionar el ciclo de vida completo de las baterías, incluyendo su recogida, reciclaje y eliminación al final de su vida útil, siendo su objetivo principal el reducir la cantidad de residuos generados, fomentar el reciclaje, la reutilización de materiales, y promover la sostenibilidad.
Los fabricantes e importadores juegan un papel clave en garantizar que las baterías cumplan con los nuevos estándares de diseño sostenible y seguridad, así como con los requisitos de etiquetado y evaluación de conformidad.
Mientras que el fabricante se encarga de aspectos como la sostenibilidad, la seguridad y las certificaciones, el importador es cualquier empresa o persona dentro de la UE que introduce en el mercado baterías procedentes de terceros países. Además, según el Incoterm utilizado, el propio fabricante también puede asumir el rol de importador.
Cabe indicar que una solución parcial antes de llegar al reciclado es dar a las baterías una "segunda vida" a través de su reutilización y nuevo uso, lo que permite extender su vida útil y reducir la demanda de nuevos recursos.
Si bien estas estrategias pueden aliviar la presión sobre el reciclaje, no eliminan la necesidad de desarrollar una infraestructura adecuada para gestionar el creciente volumen de baterías que inevitablemente llegarán al final de su ciclo de vida.
De momento, la capacidad actual de reciclaje en Europa es limitada, y la expansión de infraestructuras avanza a un ritmo incipiente, cuando en realidad se necesita un crecimiento con tendencia a acelerar.
Para estar a la altura de este reto, es crucial que empresas, gobiernos y reguladores actúen con rapidez, impulsando inversiones en tecnologías de reciclaje, fortaleciendo la infraestructura y desarrollando normativas que garanticen una recuperación eficiente de materiales.
Solo así podremos reducir la dependencia de materias primas, minimizar el impacto ambiental y asegurar un futuro sostenible para el almacenamiento energético en Europa.