Madrid puede pasar a la historia el próximo mes de diciembre de dos maneras: como la ciudad organizadora de una decepcionante cumbre climática más, en la que se perdió la enésima oportunidad de enfrentar con toda la fuerza y rigor necesarios el desafío que supone caminar hacia un planeta de clima inhóspito y extremo; o la ciudad en la que, por fin, los políticos mundiales escucharon a los científicos del mundo y a los millones de voces –de jóvenes y de mayores– que piden acciones y medidas inmediatas para resolver de la mejor manera posible el caos que nosotros solos hemos provocado.
Falta algo más de un mes para saber el resultado, pero, sea cual sea este, desde estas páginas aplaudimos la rápida reacción del gobierno en funciones de ofrecer la capital española para hospedar la COP25, ante la imposibilidad de que se celebrara en Chile, y así evitar que se retrasara la celebración de un encuentro tan urgente para la salud del planeta. Porque si en anteriores cumbres se hablaba de que aún disponíamos de años para reaccionar ante la transformación que está sufriendo el clima debido a la ingente cantidad de gases de efecto invernadero que seguimos lanzando a la atmósfera, ahora está claro que la cuenta ya no hay que hacerla en años sino en meses: la ciencia nos dice que, de seguir por este camino, el sobrecalentamiento global habrá aumentado como mínimo, 3º C a finales de siglo y que apenas tenemos tiempo para ponerle freno. Así que lo mejor que puede pasar es que la cumbre de Madrid sirva para que se acuerde un plan de acción global para reducir las emisiones drásticamente y que se eliminen las barreras que impiden desplegar todo el potencial del Acuerdo de París. Tras más de dos décadas de negociaciones y un ingente cúmulo de datos científicos, parece imposible –o muy cínico– que haya quien aún dude de que tenemos que prescindir de los combustibles fósiles.
La presión ciudadana puede actuar como la gran palanca de cambio. Como dice el experto en energía, edificación y medio ambiente Emilio Miguel Mitre –al que entrevistamos en este número– estamos a las puertas de un cambio súbito; un cambio de esos que llevan largo tiempo cocinándose y, de pronto, llega un momento en que todo se precipita. Uno de los detonadores de este cambio es, sin duda, el movimiento juvenil surgido en el último año de la mano de Greta Thunberg, que está logrando como ningún otro romper corazas y ayudar a que millones de personas tomen conciencia, por fin, de la urgencia de actuar. Y no, no creemos –como afirmó la portavoz del PP en el debate a 7 de RTVE celebrado el viernes 1 de noviembre–, que Greta esté manipulada por sus padres; ni que los chavales que se manifiestan a lo largo de todo el mundo estarían mejor calladitos en sus colegios. Su voz ha demostrado ser necesaria para despertar del sopor a muchos adultos. Sí creemos, sin embargo, que cargar con tanta angustia a chicos y chicas de 15 o 16 años es una irresponsabilidad de quienes, como adultos, tenemos la obligación de actuar ante el cambio climático y dejarles un mundo que hipoteque al mínimo su futuro.
Lo más probable es que cuando leas esta revista ya se hayan celebrado las elecciones del 10N y se sepa quien o quienes han resultado ganadores. Sea cual sea el resultado, esperamos que quien esté llamado a gobernar los próximos cuatro años no se agarre a conceptos trasnochados y entienda que la protección de la naturaleza y el medio ambiente no debe tener color político. Además, España saldría claramente beneficiada con ello. Basta echar un vistazo a los números del último Estudio Macro de la Asociación de Empresas de Energías Renovables (APPA) –que protagoniza otro de los reportajes de este numero– para ver hasta qué punto es así. Otra prueba de ello es que cada vez más bancos, empresas o fondos de inversión de todo el mundo están armonizando sus prácticas con los objetivos del Acuerdo de París y de Desarrollo Sostenible. El caos climático se está viviendo ya y no sale a cuenta.
Hasta el mes que viene.
Pepa Mosquera
pmosquera@energias-renovables.com