Hace 12 años, los políticos tenían que plantearse: ¿medio ambiente o economía? Ahora, los dos están en el mismo lado de la balanza.
He tomado prestada esta reflexión de Jorge Morales de Labra (director de Próxima Energía y uno de los mejores divulgadores que conozco de sostenibilidad energética) porque resume en un santiamén el histórico momento en el que nos encontramos. Y, encima, favorable a España. Aquí no hay petróleo que extraer –el famoso oro negro de la economía mundial durante un centenar de años–, ahora de capa caída; tampoco tenemos gas en nuestro subsuelo, el hermano que siempre acompaña al primero. Sin embargo, nos sobra sol y viento.
Quizá alguien piense que el bajo precio del petróleo a raíz del confinamiento impuesto por el Covid-19 (el del barril del Brent, referente en Europa, llegó a caer a la mitad entre febrero y abril) impulsará de nuevo su demanda. Pero esta lógica ya no vale, sencillamente porque el mundo de la energía ya no es el de antes. Un ejemplo de ello es que mientras la demanda de los combustibles fósiles caía en picado durante las primeras fases de la pandemia, las renovables mantenían el tipo en todas partes (los datos los aporta la Agencia Internacional de la Energía). Cierto que el Covid-19 ha cerrado también fábricas de renovables y ha ralentizado el desarrollo de muchos proyectos, pero el consenso en el sector es que el frenazo es pasajero.
Las renovables son, ahora, las tecnologías más competitivas (y no lo decimos nosotros, lo dice el jefe de una eléctrica, famosa no hace mucho por defender a capa y espada las energías fósiles). Son, además, las únicas fuentes5 que van a crecer este año (de nuevo los datos los aporta la IEA) y las únicas que nos permiten hacer frente y protegernos de la madre de todas las pandemias: el cambio climático, capaz de convertir el clima de Madrid en el del Sahara si no acotamos de inmediato la subida de las temperaturas al límite marcado por el Acuerdo de París de 2015. Esto es, los consabidos 1,5ºC de aumento.
Así que, en relación al nuevo modelo energético, en España tenemos el viento de cola. Gracias a nuestros combustibles naturales, a lo largo de estos años –y pese a todas las dificultades– aquí se ha ido desarrollando una potente industria capaz no solo de aportarnos la electricidad que necesitamos para seguir produciendo y consumiendo de forma limpia a partir del sol y el viento, sino de estimular la economía, crear empleo, traer riqueza al mundo rural e impulsar el desarrollo industrial del país. Esa electricidad sin CO2 es capaz, además, de competir con el propio petróleo en su feudo tradicional: el transporte. En relación con nuestros hogares, tenemos sol de sobra para calentarlos con solar térmica y hacerlos mucho más eficientes. Con el calor de la tierra también podemos climatizarlos; o utilizar multitud de restos generados en nuestro día a día para fabricar bioenergía y emplearla en las redes de calefacción de distrito –por ejemplo–, algo muy habitual en ciudades del norte de Europa.
Dejando al margen el aspecto más terrible del Covid-19 (cerca de 30.000 fallecidos y unos 600.000 afectados cuando escribía estas líneas) el Observatorio de la Sostenibilidad (OS) dice que este parón en la actividad a raíz de la pandemia ha sido un “gran experimento de campo” que ofrece “una oportunidad histórica” para estudiar en detalle el impacto que han tenido las medidas de confinamiento sobre el sistema eléctrico nacional, la estructura de generación, el comportamiento de la demanda y sobre los precios, y que nos puede ayudar a desarrollar la hoja de ruta para un futuro más sostenible en el sector de la energía.
Pero no hay tiempo que perder: si en la lucha contra el Covid-19 ahora sabemos que hemos perdido meses a la hora de actuar, en la lucha contra el cambio climático llevamos años perdidos, y las consecuencias de esta inacción son cada vez más evidentes. La Organización Meteorológica Mundial las detalla en su último informe sobre el estado mundial del clima (2019): fenómenos meteorológicos extremos, como inundaciones, sequías, incendios y olas de calor, reducción del hielo, aumento del nivel del mar y acidificación de los océanos… Otros informes internacionales detallan la pérdida de biodiversidad y la relación que todo ello tiene con el salto a los humanos del Covid-19, marcando, de manera inequívoca, la necesidad de enderezar nuestros pasos por la senda verde. A estas alturas es más que evidente la relación entre esta crisis sanitaria y la de nuestro planeta enfermo: lo certifican la ciencia y las estadísticas.
En España y en Europa tenemos líderes políticos que así lo entienden y que están impulsando la aprobación de leyes para una recuperación económica en clave “eco”. También lo piden así destacados líderes mundiales de la empresa, la ciencia o la cultura en diferentes manifiestos presentados a lo largo del último mes. Y, por supuesto, millones de ciudadanos.
A ver si esta vez entre todos lo logramos.
Hasta el mes que viene.
Pepa Mosquera
pmosquera@energias-renovables.com