Cuando Rodrigo Sorogoyen recogió el 11 de febrero el Goya a la mejor película (ganó otros 8 Goyas pero el mensaje salió al final de la gala), se despidió diciendo “Eólica sí, pero no así”. Un mensaje–cantinela–mantra que empieza a ser tan popular como el famoso “Nucleares, no gracias” de finales de los años 70, que ponía letra a ese sol sonriente que pasará a la historia como uno de los emblemas ecologistas en cualquier parte del mundo. El director de la premiadísima As bestas se refería a los proyectos de parques eólicos en el área de los montes de Sabucedo, en Pontevedra, donde viven los caballos que luego protagonizan en verano la famosa fiesta de Rapa das Bestas.
En Alcarràs, otra de las películas más reconocidas de la temporada (su directora Carla Simón ganó el Oso de Oro en la Berlinale, aunque no consiguió ningún premio en los Goya), una familia de payeses de Lleida ve cómo una planta fotovoltaica va a cambiar sus vidas para siempre. El cine parece haber iniciado una relación de amor–odio con las renovables. Y si, como imagino, el cine es un buen termómetro de lo que se cuece en la sociedad, conviene prestar atención a lo que está pasando.
Por eso en uno de nuestros temas de portada del número pasado nos preguntábamos: Renovables sí, pero, ¿cómo? Pedro Fresco, exdirector de Transición Ecológica en la Generalitat Valenciana, hablaba de tres criterios obligatorios: que el proyecto afecte a suelo no urbanizable común (no protegido), que no esté situado en zonas mapeadas como incompatibles, y que contase con una carta de apoyo de los ayuntamientos afectados. Este último es “el criterio clave”, dice. “Nosotros queríamos acabar con una práctica que, sin ser la habitual, sí se estaba produciendo en algunos casos: promotores que no hablan con los ayuntamientos, enterándose estos cuando les llegaba la petición de compatibilidad urbanística. A los municipios hay que seducirlos, hay que escucharlos, y para eso se necesita ir de cara e intentar ganar su apoyo”.
A la pregunta del cómo también respondieron Fernando Prieto y Juan Avellaner, del Observatorio de la Sostenibilidad. “¿Por qué nos empeñamos en seguir ocupando zonas valiosas y productivas como las agrarias o forestales o de interés para la conservación cuando hay alternativas en espacios con menor valor ecológico? ¿Por qué no facilitamos los trámites de las comunidades energéticas y de la instalación en las ciudades y zonas urbanas, en vez de ocupar ecosistemas valiosos? ¿Por qué no buscamos los acuerdos con la población en vez de la judicialización de los procesos?”.
El dilema entre la necesidad de instalar renovables para atajar problemas ambientales como el cambio climático y los propios impactos de las energías limpias sobre el territorio no es nuevo. En marzo de 2001, cuando preparamos el número cero de nuestra revista en papel, escribíamos esto en el editorial: “la progresiva implantación eólica ha venido acompañada de críticas crecientes de agrupaciones vecinales y asociaciones ecologistas que denuncian graves impactos ambientales, especialmente paisajísticos”.
Por cierto, en ese número cero incluimos una entrevista a Antonio de Lara, entonces director general de Made Tecnologías, el fabricante de aerogeneradores de Endesa. Hablando sobre las críticas vecinales y ecologistas a la eólica de aquellos años decía: “creo que la culpa la tenemos todos por no haber hecho las cosas de forma ordenada y con una información adecuada”. Antonio de Lara es hoy uno de nuestros columnistas, y en este número hace una propuesta interesante para evitar la creciente desafección con las renovables: “la energía verde debería dar de comer”.
Y no te pierdas el artículo sobre fusión nuclear de otro de nuestros articulistas, Pep Puig, un histórico de la lucha contra la energía atómica y la defensa de las renovables que habrá coreado infinidad de veces el “Nucleares, no gracias”.
Hugo Morán, secretario de Estado de Medio Ambiente, decía recientemente en una entrevista en El País que “la frase ‘eólica sí, pero no así’ quiere decir en realidad ‘eólica sí, pero no aquí”. No le falta razón. Pero el sector de las renovables tiene que ponerse las pilas y demostrar con argumentos que las renovables son energías limpias, baratas y autóctonas. Y que reparten riqueza entre quienes las tienen cerca. Solo así podremos ganar el Goya a la mejor película.
Luis Merino
lmerino@energias-renovables.com