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Malas notas en economía

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Mariano Rajoy eligió a Álvaro Nadal, no más llegado a La Moncloa, a finales de 2011, para que dirigiera la Oficina Económica del Gobierno (organismo que depende directamente de Presidencia). Como director de la misma (esa dirección tiene rango de secretaría de Estado), Nadal ha sido responsable durante todo un quinquenio de ir perfilando la estrategia económica del Ejecutivo Rajoy. Su ascendiente durante todo ese tiempo ha sido tal que, cuando fue nombrado ministro de Energía, la prensa amiga recibió la noticia con gran alharaca: “El cerebro económico en la sombra toma las riendas de Energía en el nuevo Gobierno de Rajoy”, titulaba Televisión Española; “el gurú de Rajoy”, le definía La Voz de Galicia; el Rasputín económico, decía El País.

En realidad, los números que ha dejado Nadal en la Oficina del Gobierno son la antítesis del éxito. El cerebro del equipo económico del Presidente (1) no ha sido capaz de cuadrar las cuentas ni un solo año (el último incumplimiento del objetivo de déficit –el de 2016– ha estado a punto de costarle una multa millonaria al Reino de España); (2) ha dejado exhausto el Fondo de Reserva de la Seguridad Social, que encontró con 66.800 millones de euros y dejó, cinco años después, con 25.100 (ahora está peor aún, en 11.600); (y 3) ha abandonado su Oficina (en noviembre de 2016) dejando a España con una deuda pública top: la más elevada registrada en el país en los últimos cien años, deuda que superaba el pasado mes de noviembre el 100% del Producto Interior Bruto (hay que remontarse a 1909 para encontrar un grado de endeudamiento mayor).

El peor de los datos, quizá, es ese: el de la deuda pública, que ascendía en 2011, cuando el gurú de Rajoy se hizo cargo de su Oficina, a 743.530 millones de euros (el 69,50% del Producto Interior Bruto, PIB) y que, en noviembre de 2016, cuando Rasputín salió de allí, superaba el billón (más del 100% del PIB). En fin, que, en solo cinco años, el grado de endeudamiento del país ha crecido más de treinta puntos.

Nadal, que por lo visto sacaba muy buenas notas en la facul, y que aprobó una oposición a Economista del Estado con 24 años, lleva toda su vida vinculado al Partido Popular (con 27 años ya era asesor del ministro de Industria y con 28, del secretario de Estado de Economía Cristóbal Montoro y del vicepresidente, insigne, Rodrigo Rato). Su experiencia, más allá de los pasillos de la Administración, no consta en ningún currículo.

Quizá por eso Nadal no conecta con la economía de mercado, o, mejor dicho quizá, con el sector privado. Quizá no conecta porque nunca pisó la calle, que siempre anduvo de Génova al Ministerio y viceversa. El funcionario Nadal –”funcionario hasta la médula”, le ha definido El País– ha diseñado él solito unas subastas de energías renovables sin parangón en todo el mundo, ignorando por completo a las asociaciones sectoriales.

Y eso que estas –la eólica, la fotovoltaica, la termosolar– están integradas por empresas españolas que suman décadas de conocimiento y experiencia en subastas de todo el mundo; empresas que concursan y ganan –en liza con los mejores actores globales del sector– en los cinco continentes. Concursan, ganan y ejecutan los proyectos que se adjudican. Nadal sin embargo ha diseñado unas subastas que no se parecen a nada y que, según muchos actores del sector, pueden acabar en nada.

Porque las reglas ideadas por el Ministerio –las reglas de la subasta y las establecidas en la Ley Eléctrica de 2013, ley marco– son tan alambicadas y sobre todo volátiles que no están generando confianza en nadie. De momento, de la primera subasta -700 megavatios en enero de 2016- se han instalado, año y medio después, menos de 100. Y la empresa que los ha instalado –EDP– ha “pasado” de la segunda subasta.

Habida cuenta de todo ello, la pregunta es: ¿obtendrá el Nadal ministro las mismas calificaciones que el Nadal director de la Oficina Económica del Gobierno, las mismas que el cerebro en la sombra de Mariano Rajoy?

Hasta el mes que viene.

Antonio Barrero
abarrero@energias-renovables.com

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