Santiago Martín Barajas es una de las primeras personas a las que conocí cuando me acerqué al movimiento ecologista a finales de los años 80. Era uno de los rostros visibles de la CODA, siglas de Coordinadora para la Defensa de las Aves, primero; y de Coordinadora de Organizaciones de Defensa Ambiental, después. El germen de lo que acabó convirtiéndose en 1998 en Ecologistas en Acción.
Martín Barajas participó el mes pasado en el Foro Solar de la Unión Española Fotovoltaica (UNEF), donde presentó un estudio sobre biodiversidad en parques solares. La conclusión principal es que “las grandes instalaciones fotovoltaicas pueden ser una oportunidad para la biodiversidad”. Otro estudio de la Universidad de Castilla–La Mancha va por los mismos derroteros. De ello hablamos en este número.
El despliegue masivo de renovables para luchar contra el cambio climático y transitar hacia un modelo energético descarbonizado ha puesto en alerta a colectivos que creen que las cosas podrían hacerse mejor. Muchos forman parte de Aliente (Alianza Energía y Territorio), una iniciativa nacida este mismo año, que rechaza los macro proyectos solares y eólicos porque “suponen un grave riesgo para la conservación de la biodiversidad y el paisaje en nuestro territorio”. Por eso piden al Gobierno una moratoria temporal a la concesión de permisos para instalar grandes plantas “hasta que se haga una planificación con participación ciudadana y con amplio apoyo de empresas, partidos políticos y colectivos sociales”.
La Fundación Renovables también cree que faltan criterios de control u ordenación para definir dónde sí y dónde no ubicar estas infraestructuras. Pero no quieren ni oír hablar de moratoria. Todo está recogido en su informe ‘Renovables, ordenación del territorio y biodiversidad’.
El debate sobre el impacto ambiental de las grandes plantas se ha convertido en uno de los caballos de batalla del sector, que insiste en que las renovables no son el problema sino una parte fundamental de la solución. Según la Asociación de Empresas de Energías Renovables (APPA) “solo combinando pequeñas instalaciones de autoconsumo, más distribuidas, y grandes plantas, necesarias para asegurar costes competitivos gracias a las economías de escala, se podrá hacer realidad el cambio de modelo energético”.
Es evidente que un parque eólico o fotovoltaico tiene un impacto rotundo sobre el paisaje. Y un impacto sobre la biodiversidad que, a juzgar por los estudios citados, no tiene por qué ser siempre negativo. A cambio, la electricidad que producen las renovables no emite CO2 ni genera residuos radiactivos. “Y si pudiéramos ver el CO2 o la radiactividad con nuestros propios ojos –apunta Martín Barajas– nadie tendría dudas de que hay que actuar rápido para cambiar el modelo energético”. El histórico ecologista considera que la biodiversidad se enfrenta a otros impactos mayores que el paisajístico, “como la agricultura, cada vez más intensificada”. ¿Qué está amenazando al Mar Menor, Las Tablas de Daimiel o Doñana sino la falta de lluvia –que tiende a agravarse por el cambio climático–, la sobreexplotación de los acuíferos o el empleo masivo de fertilizantes y fitosanitarios?
En La Palma, mientras tanto, el volcán de Cumbre Vieja sigue sin dar tregua. Bajo la constante lluvia de ceniza, entre ríos de lava y terremotos, los habitantes de la isla se enfrentan resignados a una situación que no hay forma de cambiar. Tal vez algunos sientan la tentación de reaccionar del mismo modo ante los estragos de otro volcán: el climático. Como no hay nada que podamos hacer para frenarlo –pensarán–, mientras la lava no llegue a nuestro jardín disfrutemos contemplando las flores, que son muy bonitas.
Por la cuenta que nos tiene, espero que los líderes mundiales reunidos estos días en Glasgow piensen también en las flores que tendrán que nacer el próximo siglo.
Hasta el mes que viene.
Luis Merino
lmerino@energias-renovables.com