Las últimas semanas pueden haberse convertido en el máster de energía más intensivo que jamás se haya organizado. Todo empezó cuando Libia, exportador de gas y petróleo, sufrió el contagio de las revueltas que se viven en los países árabes. Las previsiones de precios al alza que llevaba meses anunciando la Agencia Internacional de la Energía se quedan pequeñas en cuanto aparecen las primeras llamas en algunas refinerías atacadas y muchos países occidentales, entre ellos España, se percatan de la noche a la mañana de que no salen las cuentas. “Por cada diez euros que sube el barril, nos cuesta 6.000 millones de euros a la economía española”, dijo el 23 de febrero el ministro de Industria, Miguel Sebastián, después de ver cómo en dos días esa subida suponía para España un gasto mayor que el de las primas que recibieron las energías renovables en todo el año 2009, cuantificadas en 4.600 millones de euros.
El Gobierno rescata entonces una veintena de medidas de ahorro energético, sobre las que pendía ya la amenaza del olvido. Algunas se barajan prácticamente desde que el PSOE llega al poder en 2004. La idea es ahorrar 2.300 millones de euros al año. O lo que es lo mismo, reducir en un 5% el petróleo que tenemos que importar. La medida estrella es la reducción de la velocidad máxima en carretera de 120 km/h a 110.
Del “extraordinario” nivel que alcanza entonces el debate energético dan idea los comentarios de la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal: “primero fueron las bombillas, luego quitarse la corbata (en referencia a la anécdota que protagonizó el ministro Sebastián en el Congreso de los Diputados en el verano de 2008) y ahora estamos con la política de quito y pongo la pegatina y prohíbo circular a más de 110…. Ya no sabemos si dentro de poco nos van a decir que tenemos que apagar la luz a las diez de la noche, o a lo mejor nos dicen que no tenemos que llevar las zapatillas de esparto, que en verano son muy cómodas, para no utilizar las suelas de goma que también llevan petróleo”. Y el PP no fue el único grupo políticio que se tomó a broma las medidas de ahorro.
El 11 de marzo se produce el terremoto de Japón, el posterior tsunami y el accidente en la central nuclear de Fukushima. A la hora de escribir este editorial, su evolución es imprevisible, como reconoce el primer ministro japonés, Naoto Kan. Otras cosas son más evidentes: la energía nuclear ha vuelto a dar un susto al mundo, sus protagonistas han vuelto a ocultar la verdad –las críticas a los responsables de la japonesa Tepco coinciden con el juicio en España a los directivos de la central de Ascó, que ocultaron medio año una fuga radiactiva en 2007– y la energía atómica lo tendrá a partir de ahora aún más difícil de lo que ya pintaba.
Semejante panorama pilla con el paso cambiado al Gobierno de Zapatero, que lleva años poniendo todo tipo de palos en la rueda de las renovables. Los hechos, sin embargo, son muy tercos, y las energías limpias emergen, una vez más, como la única alternativa a un modelo energético que parece empeñado en destacar sus puntos débiles. Y a pesar de todo, seguro que no faltan “bomberos” dispuestos a dar la vuelta a la tortilla de las evidencias.
En fin, en medio de este revuelto panorama el mes que viene publicaremos el número 100 de Energías Renovables. ¿Por qué será que tenemos la impresión, después de 11 años en la brecha, de haber apostado por el caballo ganador?
De momento tienes en tus manos un número especial dedicado a América, un continente que observa lo que hacemos a este lado del Atlántico y que encierra un potencial extraordinario para que las renovables marquen la pauta energética y contribuyan a evitar nuestros errores pasados.
Hasta el mes que viene.
Luis Merino
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