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A pesar de Trump

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Travis Fisher, un asesor de Trump en materia de Energía, ha sido uno de los que ha convencido al presidente para que lleve a Estados Unidos al lado oscuro, abandonando la luz de París en favor de la negritud del carbón y del petróleo. Este joven negacionista, que lidera un estudio encargado por Rick Perry, el secretario de Energía de EEUU, sobre la fiabilidad de la red eléctrica nacional, asegura que las energías limpias son una amenaza para la industria eléctrica del país “más grande que los ciberataques, el terrorismo y los cambios climáticos extremos”. Lo dejó escrito en 2015 en otro informe, este para el Instituto de Investigaciones en Energía (IER), en el que ataca violentamente tecnologías como la eólica o la solar.

En realidad, tras las palabras de Fisher, y otras semejantes, lo que hay es la intención –cada vez peor camuflada– del lobby fósil de perpetuar su dominio y extraer hasta la última gota de petróleo que quede en el mundo, aunque ello signifique violar espacios vírgenes (el Ártico, por ejemplo) y sacar aún más papeletas para que el clima se desborde por encima de cualquier posibilidad de control humano.

Desde que en la tarde del jueves 1 de junio Trump confirmó la retirada de EEUU del Acuerdo del Clima, se han escrito ríos de tinta sobre sus consecuencias. Una de las más importantes es que la reducción de gases de efecto invernadero a la que se había comprometido Barak Obama, de entre un 26% y un 28% para 2025 en relación a los niveles de 2005, ya no va a ser posible. En realidad, desde que llegó a la Casa Blanca, Donald Trump se ha encargado de que esta meta fuera inalcanzable, al ir revirtiendo cada una de las decisiones de carácter medioambiental que había tomado su predecesor en el cargo. Por ejemplo, ha autorizado la construcción del polémico oleoducto entre la región de Alberta, en Canadá, hasta Nebraska, y ha dado vía libre a extracciones en zonas costeras que el expresidente había protegido. La consultora Rhodium Group estima que, como consecuencia de ello, la reducción de emisiones en EEUU será solo de un 14%. Y estamos hablando de un país que es, tras China, el mayor emisor mundial de gases de efecto invernadero: el 15%.

Que EEUU deje París también significa que habrá menos dinero para financiar las medidas y actuaciones con las que el mundo pretende frenar las emisiones, limitar los impactos de la subida de las temperaturas y ayudar a los países y regiones más vulnerables. Sin embargo, salirse del Acuerdo no es tan fácil ni rápido como le gustaría al presidente. El tratado establece que los países firmantes no pueden abandonarlo en los primeros tres años, y formalizar la desconexión supone un año más. Esto es, la desconexión no sería efectiva hasta 2020. Ese año hay elecciones presidenciales y es posible que para entonces el inquilino de la Casa Blanca no se apellide Trump.

Hay que tener en cuenta, además, que EEUU no es solo Washington. Casi 40 Estados han aprobado legislaciones a favor de las energías renovables y los gobernadores de muchos de ellos ya han dicho que van a continuar con las directrices del Tratado. En EEUU hay, además, 40 ciudades que se han marcado la meta de consumir solo energías renovables para el año 2035. Y otro buen número de ellas con objetivos no tan ambiciosos pero sí importantes. Todo ello sin olvidar que grandes empresas, como la cadena de tiendas Walmart, la eléctrica Pacific Gas & Electric y firmas tecnológicas como Google y Apple, han apoyado con firmeza el Acuerdo de París.

En cualquier caso, al resto del mundo le toca ahora tirar del carro sin Washington. China y Europa parecen decididas a hacerlo y a asumir el liderazgo de la transición energética. Lo ratificaron el 2 de junio –esto es, un día después del anuncio de Trump–, en Bruselas, donde firmaron un acuerdo renovando su compromiso y defendiendo los beneficios sociales y económicos de la acción climática. Muchas otras regiones del mundo también están haciendo una clara apuesta por las energías limpias. De hecho, el mercado global de las energías renovables lleva ya años mostrando evidentes señales de su solidez gracias, fundamentalmente, a la formidable evolución de estas tecnologías y el continuo abaratamiento de sus costes.

En España, mientras tanto, el Gobierno sigue sin entender –como Trump– que la economía debe supeditarse al medio ambiente y no al revés, y aprueba subastas solo basadas en el precio, a la par que bloquea iniciativas parlamentarias que podrían acabar con el impuesto al Sol (con el apoyo de partidos como Ciudadanos), posponiendo, una vez más, la entrada en acción de forma mayoritaria de la dimensión más revolucionaria aportada por las renovables: que los ciudadanos puedan producir su propia energía sin depender de las grandes corporaciones. En cuanto al PSOE, una vez concluida la conspiración palaciega, queda por ver qué línea va a seguir el restituido Pedro Sánchez.

Hasta el mes que viene.


Pepa Mosquera
pmosquera@energias-renovables.com

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