juan castro gil

Esperanza

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Yo tengo una tía que se llama Esperanza. Siempre he pensado que tiene un nombre precioso de cuya personalidad hace gala. Y hoy se lo voy a tomar prestado.

Se lo voy a tomar prestado porque la última parte del año nos ha traído muchos motivos para recordar el nombre de mi tía.

El nombre de mi tía, nos ha traído el empeño suficiente para poder conseguir que el Tribunal Supremo recordase en una estupenda sentencia, que los actos administrativos nacen cuando se notifican a los ciudadanos y no cuando se cuelgan en una página web, salvando con ello los patrimonios de un montón de familias.

Un montón de familias y su perseverancia, han podido ver como también el Tribunal Supremo, de una forma muy inusual, se cuestiona por fin la legalidad del bochornoso pisoteo de la seguridad jurídica que se viene produciendo con la energía renovable en España, para asombro del resto de países civilizados.

Países civilizados que hemos visto como, por primera vez en la historia, han decidido caminar de la mano, -aunque sea despacito-, para acabar con un problema climático universal que nos aboca a la desaparición como especie, mucho antes de lo que pensaban.

Mucho antes de lo que pensaban, hemos visto como un gobierno que hizo gala durante toda la legislatura,  de un odio acérrimo a las renovables, negando la posibilidad de nuevas plantas, destrozando la viabilidad de las existentes, entorpeciendo el autoconsumo o fomentando inversiones basadas en gas, petróleo y energía nuclear, parece inevitablemente obligado a desaparecer.

Obligados a desaparecer se encuentran las formas de gobernar a favor de unas pocas empresas en vez de a favor de los ciudadanos; las decisiones que nos están llevando a tener ciudades como Madrid u Oviedo en alerta por contaminación (no hace falta ir a Pekín); o políticos miserables difamando en los medios de comunicación sobre rentabilidades inexistentes mientras facilitan que algunos ganen decenas de miles de euros al día a costa de la normativa eléctrica; o voceros paniaguados que prefieren hacer de pesebreros antes que contrastar la veracidad de las soflamas que sueltan sus reyezuelos.

Pues a otros reyezuelos, los que vendrán en unas semanas, me permito escribirles esta carta en la que únicamente les pido una cosa: no borréis de mi voluntad el nombre de mi tía, Esperanza.

El resto, caerá por su propio peso.

Feliz Navidad.

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