Quizás has oído hablar de la sexta extinción masiva. Estas tres palabras, que parecen ser el título de una nueva producción de Netflix o HBO, se utilizan para explicar lo que conlleva una situación extrema de cambio climático: la extinción acelerada de un alto porcentaje de la biodiversidad o de distintas especies.
La última vez que nuestro planeta presenció una extinción masiva fue en el Cretácico, cuando un meteorito y la erupción de unos cuantos volcanes acabaron con la vida terrestre. Sesenta y cinco millones de años después, el ser humano puede ser testigo y causa de una situación similar, comenzando por los océanos.
Cada 22 de mayo se conmemora el Día Internacional de la Diversidad Biológica, creado por la Organización de las Naciones Unidas para hacernos reflexionar sobre el impacto que estamos causando en nuestro planeta, acelerando el cambio climático y amenazando a la biodiversidad.
Desde la Unión Española Fotovoltaica (UNEF) hay una cuestión que no nos deja indiferentes: el cambio climático es la mayor amenaza de la biodiversidad. Y la transición energética, junto con la eficiencia, una de las mejores herramientas para frenarlo.
Sin embargo, la distopía que están suponiendo el COVID y la guerra de Ucrania, han hecho pasar a un segundo plano la urgencia que supone la emergencia climática. Tenemos una conciencia real frente al cambio climático pero nos falta pasar a la acción, dar un paso más y transformar nuestro día a día.
Esta incoherencia entre creer y hacer ha comenzado a instaurarse en organizaciones que se definen como ambientalistas o con sensibilidad ambiental pero que se han acomodado en un letargo que, lejos de frenar el cambio climático, le da aire para avanzar más y más rápido.
En un reciente encuentro de organizaciones energéticas y medioambientales con la vicepresidenta segunda del Gobierno ninguna de ellas solicitó una mayor velocidad en la aplicación de políticas energéticas para paliar la emergencia climática. Por el contrario, varias de ellas criticaron la forma en que se están implementando estas políticas. El tiempo no era una variable que importara.
Sin embargo, el cambio climático no espera por nosotros. Un año en un retraso de implementación de medidas es un año de emisiones de CO2 que se podrían haber evitado, es un tiempo a ganar en la carrera contra reloj de disminuir los efectos de la emergencia climática.
En este camino que debemos recorrer, la energía solar juega un papel fundamental: es una energía limpia y barata que no emite ningún tipo de contaminación ni radiación y que, por su papel de substitución de los combustibles fósiles, es, junto con el resto de las renovables, un instrumento imprescindible en la conservación de la biodiversidad.
Además, si las plantas solares en tierra se llevan a cabo de manera adecuada, su aportación a la biodiversidad no se va a limitar sólo al efecto sustitución de los hidrocarburos. Los proyectos solares son capaces de generar una contribución positiva en el espacio que ocupan: en este ecosistema, la actividad humana va a ser muy reducida durante 30 años consiguiendo una renaturalización del terreno, tal y cómo han afirmado numerosos estudios científicos.
Tal y como nos recuerda la ciencia, evitar la sexta extinción masiva depende únicamente de nosotros. Frenar el uso poco sostenible de la tierra, hacer un eficiente uso del agua y utilizar fuentes limpias de energía son sólo algunas de las tareas pendientes que nos ha puesto la Organización de Naciones Unidas y con las que, desde UNEF, estamos fuertemente comprometidos.
Debemos avanzar con paso firme pero ligero. Vivimos en una emergencia climática en la que cada minuto que aceleremos la transición energética será determinante.