En las últimas semanas los ciudadanos hemos asistido a un espectáculo incalificable, en lo que a la gestión de la electricidad se refiere. Los ministros Montoro y Soria a la greña, las eléctricas cabreadas con la regulación, la subasta CESUR suspendida, el gobierno anunciado un nuevo método de cálculo aún sin concretar, el secretario de Estado de Energía afirmando que el recibo de la luz no subió en 2013, las renovables imaginando fórmulas para sobrevivir… Pero ¿quién no ha abierto la boca? ¿Quién es el ausente, por silente, de este esperpento? La banca.
¡Qué despiste!, han liado la madeja de tal forma que los señores del dinero han quedado en segundo plano. Error, porque son protagonistas. Ejemplo. Los inversores en energía solar fotovoltaica (unos 55.000 de todos los tamaños de cartera y posiblemente los más frágiles del mercado energético) deben a los bancos más de 15.000 millones de euros, y como dirían en el casino “la banca nunca pierde”. Y no olvidemos que algunos bancos, además de querer cobrar lo que les deben, participan de la propiedad de plantas fotovoltaicas.
Entonces, ¿por qué permanecen silenciosos ante la algarabía legislativa y los gritos inequívocos de miles de inversores que claman abiertamente que no podrán pagar porque el Estado ha vulnerado el precepto constitucional de seguridad jurídica lastrando sus planes de negocio? Se me ocurren varias respuestas. La primera se refiere a la prudencia, no montar más revuelo. La segunda, a que ya tengan “arreglado” el asunto. La prudencia financiera últimamente no existe. Son los dueños del chiringuito o, al menos, así se comportan. En cuanto a lo de tener el asunto resuelto (saber cómo recuperarán los 15.000 millones de euros) es cuestión de imaginación o de imaginar, que nada cuesta.
Imaginemos (por seguir con el verbo aunque la historia sea real) que una empresa que se dedica a la construcción, explotación y mantenimiento de plantas fotovoltaicas propone a un banco llegar a un acuerdo para gestionar las instalaciones que pasarán a ser de su propiedad virtud al impago. En principio la idea parece sensata. El banco no dispone de las herramientas para gestionar una instalación industrial de ese tipo, es improbable que quiera cambiar/ampliar su actividad de negocio, y, además, el coste del servicio es barato. ¿Cuál fue la respuesta? No, ese problema (que los bancos se queden por impago con plantas fotovoltaicas que no saben gestionar) no se va a dar.
Esa contestación explicita que el entuerto podría estar resuelto. Si se descarta que los bancos vayan a perdonar la deuda a los promotores fotovoltaicos que no puedan pagar o que éstos tengan capacidad para refinanciarla, es de Perogrullo que cobrarán en especie, pasando a ser propietarios de paneles fotovoltaicos y productores de electricidad. El siguiente paso sería desprenderse de un bien poco productivo para los ritmos a los que acostumbra la banca. La generación de dividendos mediante la producción de electricidad fotovoltaica requiere paciencia y sosiego impropios del Wall Street de turno que sueña con hacer sonar la campana de la bolsa de Nueva York.
¿Quién puede estar interesado? Por lógica alguien que ya participa del sector eléctrico y con poder económico. Poderosos, lo que se dice poderosos en el mundo de la producción y distribución de electricidad en España, solo hay cinco, las empresas que forman UNESA. Todas participan de la patronal eléctrica, pero no todas son iguales. Iberdrola es la única compañía eléctrica que forma parte del accionariado de la Sociedad de Gestión de Activos Procedentes de la Restructuración Bancaria, Sareb. Es parte del Banco Malo, para entendernos, junto con 14 bancos nacionales, 2 bancos extranjeros, 10 aseguradoras y el Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria, el FROB.
No sería descabellado, y eso explicaría el silencio tranquilo de los financieros, que las plantas fotovoltaicas que no puedan refinanciarse pasasen de manos de sus propietarios a los bancos y de éstos a la Sareb, abriendo la posibilidad de que Iberdrola, u otra eléctrica, pudiera optar a ellas a precio de derribo, que dicen en argot los fondos buitres.
La posibilidad de que Iberdrola compre plantas fotovoltaicas se podría antojar irrisoria atendiendo a los cruentos ataques que desde la compañía se han hecho contra una tecnología a la que se ha llamado inmadura, en el mejor de los epítetos, y a la que se ha culpado de cobrar desorbitadas primas a la producción. Esa sensación jocosa cambia si se repasa lo que ha sucedido en las últimas décadas con la energía eólica.
En los años 70 y 80 unos locos, pequeños y medianos empresarios todos, decidieron explorar la producción de electricidad mediante aerogeneradores. En los 90 la única gran eléctrica que se asoma a la ventana eólica, y lo hace con extrema timidez, es Endesa creando una pequeña división de I+D. Es la época en la que los empresarios de parques eólicos sufren todo tipo de dificultades para conectarse a las líneas de distribución, que eran de las eléctricas. Pero cambió el siglo y bajo la presidencia de Ignacio Sánchez Galán, Iberdrola entró de forma decidida en el negocio eólico, primero comprando las plantas de aerogeneradores que otros habían puesto en marcha y después construyendo las suyas. Y así hasta hoy, que es líder mundial.
¿Es una osadía pensar que la ocasión fotovoltaica existe? Si algo caracteriza a los seres humanos es su testarudez de repetir su propia historia, máxime si le ha ido bien.