josé a. alfonso

Ahogados en la charca o electrocutados en el BOE

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“Creo que somos casi como bacterias que consumimos el oxígeno de la charca en la que vivimos y acabaremos con nuestra vida”. Jorge Fabra Utray, presidente de Economistas Frente a la Crisis, pronunciaba esa frase (sentencia de muerte) durante la presentación del libro “Alta Tensión”, que propone un nuevo modelo energético, sostenible y ciudadano. Expresaba su pesimismo por el comportamiento del que Fabra Utray denomina “homoeconomicus”, ese depredador que cada mañana se sitúa un paso más cerca del abismo y que, con suerte, se salvará de la caída por el gen tecnológico, ese que se empecina en hacer suyo todo lo bueno del sol, el viento o la fuerza del agua que fluye.

Ese gen es innovador y creativo. Es parte de la misma bacteria que se ahoga en la charca y manifiesta el necesario equilibrio inestable en el que se sustenta la tarea de existir. A la batalla diaria de optar entre inspirar todo el oxígeno sin preocuparnos de si se agota o de oxigenarnos solo si es necesario, se ha sumado en los últimos años otro problema: la aparición del homolegislatibus. No es otro que aquel que no es capaz de pensar más allá de una legislatura y que se siente tan poderoso como soberbio para solo escucharse a sí mismo.

Solo la aparición del homolegislatibus explica que ante la urgencia de un problema se dilaten decisiones y sea necesario recurrir a la intervención de homoslegislatibus de rango superior para dilucidar asuntos vitales, en el más estricto sentido de la palabra. Es éste el motivo antropológico que aclararía por qué ha sido necesario que Piet Holtrop, socio del despacho de abogados Holtrop S.L.P Transaction&Bussines Law, haya acudido con 45.000 firmas a modo de aval ante el Parlamento Europeo para denunciar las trabas que el gobierno español impone desde hace años al autoconsumo eléctrico. La petición ha sido admitida a trámite y por ello, pensarán algunos, el sistema ha funcionado porque la instancia superior ha contemplado lo que la inferior ha despreciado. También se podría aventurar que ese garantismo es una trampa porque el oxígeno se agota en la charca, algunas bacterias ya boquean y no disponen del tiempo que necesita el sistema de garantías para tomar una decisión.

Tal vez la falta de tiempo, quizá el hartazgo, a lo mejor el desamparo, han tornado el sentir ordenado de los habitantes de la charca en respuesta airada. 143.000, por ejemplo, han firmado la petición presentada por la Plataforma por un Nuevo Modelo Energético ante la Fiscalía Anticorrupción para que reabra la investigación sobre los 3.400 millones de euros que las compañías eléctricas cobraron de más a los ciudadanos entre 1998 y 2006 porque el gobierno del PSOE no los reclamó y el del Partido Popular debió pensar que mejor no crear oleaje en las turbias aguas de la charca.

Estos aconteceres, como otros llamados Castor cuantificados en 1.350 millones de euros, inducen al consumidor de energía a la conversión, a salirse del sistema. Más allá de la tragedia de 1 millón de cortes de la luz que en un buen porcentaje se habrán convertido en enganches ilegales, el común de los mortales siente la falta de oxígeno y reacciona. A finales de mes, se organizó en un pueblo de la sierra de Madrid un acto bajo el título “Expolio Eléctrico” y se proyectó “Con el culo al sol”. Visionado el documental, que explica cómo los gobiernos del PSOE y el PP se saltaron el principio de seguridad jurídica cambiado lo legislado en el sector fotovoltaico, el sentir verbalizado por buena parte de los asistentes (ninguno víctima declarada de la ruina fotovoltaica) fue el deseo de desprenderse de las compañías eléctricas, de poder llamar por teléfono para decirlas ahí os quedáis, no os necesito porque produzco la electricidad que demando. Se acabó que mientras ahorro en el consumo eléctrico, me bajo la potencia y me responsabilizó de ser eficiente la respuesta sean subidas continuas del término fijo de la factura eléctrica que abortan la eficacia de mi esfuerzo.

Parece que esta es la batalla, la lucha por la independencia, por la democratización de la energía. Los ciudadanos están empeñados y las compañías empecinadas. Los primeros celebran como una victoria propia que su vecino consiga ser libre, y los segundos amortizan la pérdida del cliente intentado adosar el importe no satisfecho a los que siguen presos.

Es la espiral de la muerte. Jorge Morales de Labra, experto en energía, miembro de la Plataforma por un Nuevo Modelo Energético, vicepresidente de la Fundación Renovables, director de GeoAtlanter, y alguna cosa más, lo explica con claridad. Las compañías intentan mantener sus ingresos y ante la pérdida de clientes repercuten los costes entre quienes aún lo son. Así, el mismo servicio cada vez es más caro, abaratando la salida de la compañía. De esta manera, la inercia del movimiento cada vez es más rápida. Pasó con la telefonía móvil y está comenzado a ocurrir con las renovables, asegura Morales de Labra.

Las compañías se resisten al cambio de un modelo que agoniza, los gobiernos parecen fijarse más en la cuenta de resultados del Ibex 35 (elite minoritaria de los gobernados) y los ciudadanos pugnan por romper los moldes prefabricados para no morir ahogados en la charca o electrocutados en el Boletín Oficial del Estado.

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