jorge gonzález cortés

Viene Trump

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Viene Trump

Ahora que la presidencia de Estados Unidos está de nuevo en manos de Donald Trump, existe preocupación en el sector de las renovables por el discurso del republicano. Su lema “drill, baby, drill”, que hace referencia a la extracción de gas y petróleo hasta que aguante la maquinaria, hace dudar sobre el futuro de las inversiones en renovables en el país norteamericano y, cómo no, de las políticas de mitigación del cambio climático.

Ni siquiera los terribles incendios en California sirven como ejemplo de actualidad, incapaces de alterar el rumbo de las políticas energéticas y climáticas del nuevo gobierno.

Por otro lado, muchos fondos de inversión parecen estar virando hacia el sector oil and gas en detrimento de las renovables en las últimas semanas o, al menos, es lo que algunas noticias nos cuentan en los periódicos.

En el plano de la política, muchos analistas afirman que la hegemonía de la cultura woke y del progresismo muestra signos de agotamiento y los jóvenes se consideran más de derechas que de izquierdas. En los canales de redes sociales triunfan los creadores de contenido de corte liberal o de derechas y esto me lleva a reflexionar sobre cómo afectará a la evolución de las tecnologías renovables en Europa y en Estados Unidos.

Vaya por delante que, en las administraciones de los gobiernos norteamericanos, tanto demócratas como republicanos, no han sido siempre fieles al discurso de sus presidentes. Por ejemplo, el desarrollo de técnicas como el fracking evolucionaron bajo el mandato de Obama, mientras que, con Trump en su anterior etapa, crecieron las renovables sin demasiados problemas.

La fórmula mágica es la despolitización del debate energético, y eso lo saben hasta en las tertulias del corazón. Sin embargo, a la hora de la verdad no es tan sencillo porque, si bien el remedio se entiende desde ambos extremos, cada cual pretende que el contrario asuma sus postulados y no pretende realmente el encuentro en el término medio.

Por eso repito con tanta frecuencia que el capitalismo va a salvar al planeta.

Es el retorno de la inversión lo que atrae al capital hacia el negocio de las renovables. Y lo llamo negocio, para no caer en el buenismo del que el mundo parece estar cansándose.

Sin duda, las sucesivas políticas de impulso de las renovables que se han mantenido en los últimos 30 años, en los que hemos sido gobernados por partidos de diferentes ideologías, han sido clave para llegar a la situación actual. Y seguirán siendo imprescindibles para alcanzar unos objetivos de descarbonización necesarios medioambientalmente pero también económicamente sostenibles.

Y no debemos olvidar que Europa debe reflexionar sobre sus intercambios comerciales ahora que las guerras entre las potencias económicas pueden endurecer los aranceles en el comercio internacional. Debemos defender una descarbonización transfronteriza y no debemos jugar en un tablero en el que los otros jugadores imponen reglas que le otorgan ventaja.

Existe un consenso científico sobre el cambio climático, así como sobre la conveniencia de no depender energéticamente de otros países y la necesidad de reducir la contaminación atmosférica, que cada año causa la muerte prematura de medio millón de personas en la Unión Europea.

La caída del muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989, dio paso a una relajación de la política de bloques que se mantenía desde la segunda guerra mundial. Y este cambio permitió avances significativos en muchas políticas sociales y medioambientales. Pero como dice mi padre, “cuando no hay harina, todo es mohína” y en los tiempos duros que se avecinan, el ser humano se vuelve conservador y se prepara para preocuparse de lo más elemental. Incluso si se trata de un relato y recurrimos al miedo, al contrario, el dato no tiene tanta relevancia.

La electrificación de la economía avanza por ser más eficiente y por internalizar todos sus costes. No podemos seguir dependiendo en Europa de los combustibles que no tenemos, y mientras mantengamos esta debilidad no podremos recuperar nuestra hegemonía histórica.

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