Existen causas a las que resulta fácil adherirse. El bienestar animal, la igualdad entre hombres y mujeres, la mitigación del cambio climático, a priori están llenas de buenas intenciones y deberían alcanzar un consenso universal. Pero en la práctica no es así.
Como los seres humanos somos animales gregarios, hablar en plural, convencer a los demás de que el interés personal es el de todos o invocar el bien común, es una buena estrategia para alcanzar objetivos personales. La religión que a priori nos da respuestas a aquello que aparentemente no las tiene, parece haber sido sustituida por la ideología, aparentemente más terrenal, pero que en ocasiones conlleva un comportamiento dogmático que nos ahorra tener que pensar por nosotros mismos y por tanto entrar en conflicto entre la razón y la fe.
Tanto la religión como la ideología nos ordenan una serie de preceptos que han de asumirse en conjunto, sin posibilidad de tomar unos e ignorar otros, y no admiten discusión. Quienes niegan los dogmas se convierten en herejes y quienes niegan las ideas, son cancelados.
El cambio climático es una de esas materias que divide a la opinión pública y por supuesto, situarse a favor o en contra de mitigarlo viene generalmente alineado con otro conjunto de ideas, en otros ámbitos, pero igualmente cohesionadas.
Podemos atribuir la cantidad de fenómenos atmosféricos adversos, los récords consecutivos de altas temperaturas o las catástrofes naturales cada vez más difíciles de predecir al cambio climático, y una vez instalados en esta discusión, dirimir la responsabilidad del hombre sobre el cambio. Podemos también negar la mayor y simplemente no cambiar nada.
Es obligado aclarar que el cambio climático es consecuencia de la polución, la emisión de gases a la atmósfera que hasta el momento nadie ha valorado como beneficiosos para el planeta.
Contaminar es perjudicial para la salud y en esto parece haber consenso.
Me cuesta pensar que las agencias meteorológicas nacionales, la NASA u otras instituciones que avalan la teoría del cambio climático estén orquestando una conspiración de oscuros intereses, pero si valoramos esto como posible, automáticamente deberíamos contemplar la alternativa de un lobby con intereses opuestos, que trabaja para que las actividades económicas que contaminan, y por tanto agravan el problema del cambio, no tengan que asumir su responsabilidad. Esa responsabilidad es la que eluden los que niegan no que el clima cambie, cuestión que ha quedado en evidencia, como la redondez de la tierra, sino la influencia de nuestro desarrollo sobre el clima.
La velocidad del cambio
En mi opinión, es la velocidad del cambio lo que genera un impacto cada vez menos predecible y que afecta a sectores tan diversos como la agricultura, el turismo, los seguros o las migraciones climáticas. Las especies vegetales y animales que habitamos el planeta hemos ido adaptándonos o desapareciendo a medida que las condiciones de habitabilidad de la tierra han ido cambiando a lo largo de cientos, miles o millones de años, dando lugar a la evolución. Hoy, en un mundo globalizado, con una economía absolutamente interconectada, la responsabilidad del ser humano sobre el problema es para mí lo de menos. Estamos sufriendo y vamos a sufrir para afrontar las consecuencias independientemente de que hayamos causado o no este reto.
La conclusión es que, si no hay influencia, nada podemos hacer para cambiarlo y si tal influencia queda demostrada, se abre la posibilidad del esfuerzo para su mitigación.
No hacer nada, significa que el modelo económico basado en el consumo de energía fósil debe perpetuarse, sin preocuparnos de las consecuencias para el medio ambiente, y disparar la alarma supone detener el crecimiento económico y desequilibrar los poderes fácticos para romper el sistema capitalista.
Este parece ser el mensaje que captan unos y otros de sus opuestos ideológicos, simplificando y obviando la complejidad del asunto.
La tercera vía que debemos proponer es la de evolucionar ante la crisis climática hacia un modelo económico adaptado a nuestras nuevas circunstancias. Pasar de la piedra al metal resultó un avance tecnológico en el que el ser humano no planteaba razones ideológicas para el cambio, sino una evolución, una mejora económica y social. Mañana seguiremos usando petróleo, pero no planearemos nuestra economía basándonos en su escasez.
Si hace frío nos abrigamos sin parar a pensar en nuestra responsabilidad sobre la temperatura, si el clima cambia a una velocidad que pone en duda la capacidad de adaptación de las especies, frenar el cambio es una necesidad para el ser humano, para su supervivencia. Es pretencioso pensar que debemos salvar al planeta. Este nos sobrevivirá sin duda, pero mantener el equilibrio es también una obligación para los reyes de la evolución.