Estamos acostumbrados a escuchar que la lucha contra el cambio climático es una necesidad. Hemos visto cuales son sus efectos y todavía estamos muy lejos de conocer la nueva normalidad, en lo que al clima respecta. No vendrá explicada en un texto normativo y tampoco en un manual de instrucciones. Vendrá no sabemos cuándo y mucho menos sabemos cómo será.
Hoy la conciencia medioambiental parece estar asentada en gran parte de la ciudadanía, más aún en los jóvenes que tendrán que sostenernos en el futuro. Mis hijos vuelven con trozos de plástico cada vez que salen del agua en la playa, porque han aprendido en el colegio que los plásticos en el mar contaminan. Es bueno que así sea, pero mejor todavía que el sector financiero hoy comparta esa conciencia y vea en la sostenibilidad un buen negocio en el que invertir.
Precisamente esas inversiones, muchas veces con largos periodos de retorno, son doblemente rentables porque no solo dejan un beneficio para el inversor sino para el conjunto de nuestra sociedad. Me gusta emplear el término de Dividendo Social, que escuché por primera vez a Rafael Mateo, CEO de Acciona Energía.
Los objetivos medioambientales con horizontes a 2030 y 2050 son necesarios porque cambiar nuestro modelo económico basado en el consumo de petróleo no es sencillo, a pesar de estar resultando una buena oportunidad para crear empleo y atraer a inversores que, como es esperable, buscan un retorno en su inversión.
Para los escépticos que ya no discuten sobre el cambio climático sino sobre la responsabilidad del hombre. Ha existido hasta el momento la concesión de la duda razonable. Las predicciones sobre un mundo mejor a cambio de ser más sostenibles han sido simplemente eso y han permitido cuestionar la utilidad del esfuerzo presente y futuro. Escribo en pretérito perfecto compuesto porque el hecho de haber parado la economía mundial durante los meses de confinamiento, sin viajes, sin producción industrial, sin movilidad en las ciudades… han generado un fenómeno inesperado.
El cese mundial de la actividad que desencadenará un desastre económico sin precedentes nos ha mostrado dos fenómenos llamativos. El primero, los precios negativos del petróleo que nos han conducido a una situación inimaginable, recibir dinero a cambio de recoger el petróleo de los productores. ¿Es posible anticipar la reducción de la dependencia energética del petróleo? La correlación entre el precio del barril y el desarrollo de la nueva potencia renovable instalada parece hoy bastante débil.
La otra situación insólita, podríamos decir que ha sido algo así como asomarse al mundo que la lucha contra el cambio climático nos ha prometido siempre. Desde la ventana de mi oficina, en una de las cuatro torres de Madrid, he visto durante semanas un cielo completamente limpio, con un horizonte más amplio y con la silueta de la ciudad mucho mejor definida. Madrid, de pronto parecía más cercana, más alcanzable.
Han circulado videos de animales marinos nadando en los puertos, aguas cristalinas en lugares donde antes el agua era turbia, delfines y otras especies acercándose a la costa, vegetación exuberante en los parques y datos sobre contaminación que, si bien son solo válidos en términos relativos, nos han enseñado que es cierto que, si cuidamos el planeta, las consecuencias se hacen visibles de inmediato.
Quizás sea atrevido afirmar que la Naturaleza ha “comido” terreno a los humanos durante la pandemia y no quiero ni de lejos dar a entender que el coronavirus es un “ajuste de cuentas” por parte de nuestro planeta. Es muy importante en estos momentos combatir la pandemia mundial y recuperar una economía que probamente acelere su transformación sostenible.
Nos hemos asomado por unas pocas semanas a un mundo medioambientalmente mejor, sin faltar al recuerdo de todas aquellas personas que ya no están. Hemos visto que reducir nuestro impacto en el entorno, genera un verdadero beneficio para todos.
Vivimos en un mundo cambiante, veloz y tecnológico. Y por primera vez, una tragedia como el Covid-19 nos ha cerrado una puerta, pero nos ha abierto una ventana con unas vistas que apetece conservar.