Hola, somos las energías renovables y hemos venido a salvar la economía. Es una frase que perfectamente podría pronunciar una voz en off en el próximo congreso de APPA que se celebrará en diciembre, si las autoridades lo permiten.
Ya sabemos que la Unión Europea han puesto en la economía verde todas las esperanzas para recuperar la economía que el omnipresente virus está destruyendo. Si bien en Europa llevamos años de transición hacia las energías limpias, creo que estamos en disposición de afirmar que este es el mejor momento que hemos vivido en el sector en años.
Los inversores y los que prestan el dinero están también por la música, lo cual sigue siendo una buena noticia, pero hay otra que quizás sea todavía mejor. Las renovables están en boca de todos, enmarcadas en un conjunto de cambios que giran alrededor de la sostenibilidad.
Aerotermia, aunque algunos de mis colegas no lo compartan, vehículo eléctrico, auto consumo, almacenamiento, generación distribuida, son ingredientes de un guiso o si queremos, instrumentos de una orquesta perfectamente afinada y por primera vez, han abandonado el dominio de profesionales del sector y de ecologistas para pasar a ser parte de lo cotidiano de cada ciudadano.
Las nuevas generaciones, las que se etiquetan únicamente con una letra, quizás como símbolo de inmediatez, tendrán probablemente sus defectos, pero tienen también la virtud de no concebir un futuro energético sin electricidad verde, sin movilidad eficiente. Tampoco conciben vivir en ciudades contaminadas.
Es esta, en mi opinión, la mejor noticia sobre nuestro sector para encarar el futuro. Los últimos años hemos observado un crecimiento de la potencia instalada en renovables, que sin embargo se combina con un descenso en la inversión en unas tecnologías que recorren sin descanso su curva de aprendizaje.
China, como en otros sectores, lidera la inversión mundial, con la eólica on-shore y off-shore y la fotovoltaica llevándose la parte del león, mientras que otros países como Estados Unidos, pese a una administración poco partidaria como la de Trump, ha superado su récord de inversión el año pasado.
Países con una fuerte presencia en tecnología nuclear siguen invirtiendo en el sector. Francia alcanzó los 4.000 millones de dólares y Japón cuadriplicó esa cifra, a pesar de que el año anterior invirtió un 10% más.
España, por su parte, ha hecho los deberes y la inversión en 2019 superó los 6.000 millones de dólares según BNEF. En nuestro caso, debemos tener presente que el sector debe dimensionarse en proporción a los objetivos que nos hemos marcado y el autoconsumo no escapa de esa obligación. Debemos ser ordenados y controlar la fiebre que no burbuja, de nuestro sector.
Como se puede constatar, ya no existe economía mundial que no considere su inversión en energías limpias como un indicador más dentro de sus datos macroeconómicos. No es solo una cuestión de medio ambiente. Cuando los costes se anteponen, las renovables siguen siendo la mejor opción hoy en la mayoría de los países.
La investigación y el desarrollo son claves, y no me olvido de las tecnologías que aún necesitan sistemas de apoyo. El sector ya ha demostrado que las ayudas a las renovables han vuelto a los ciudadanos en forma de empleo, ahorro en la factura de la luz, independencia energética y creación de riqueza distribuida entre muchos actores de la economía. Son las bondades que siempre hemos subrayado en los foros políticos, económicos y sociales.
Después de años en los que las renovables éramos las culpables de todos los males del sistema eléctrico, nos hemos convertido en los salvadores de la economía. Incluso los que hace años las señalaban con el dedo acusador, presumen de haberlas llevado siempre en el corazón.
Es buena noticia e insisto que es aún mejor que la sociedad, las haya naturalizado como algo cotidiano, imprescindible para el desarrollo y atractivo para mejorar nuestra economía.