Si algo tenemos claro sobre la sostenibilidad, es que debe avanzar en todas direcciones, en todos los ámbitos de la economía y alcanzando a todas las clases sociales. Es por eso que tiene sentido ayudar a las rentas más ajustadas a ser sostenibles con las ayudas necesarias para que cada tecnología pueda alcanzar su curva de aprendizaje y ser asequible sin necesidad de incentivos, a imagen y semejanza de lo que ha ocurrido con las tecnologías renovables, especialmente con la fotovoltaica.
Esta es la ventaja de los sistemas que redistribuyen la riqueza que se recauda a través de los impuestos. Las ayudas a la compra de vehículos eléctricos, o las exenciones sobre el IBI en las instalaciones de autoconsumo son dos buenos ejemplos de cómo se puede estimular un mercado incipiente, con la ventaja añadida de que todos los ciudadanos obtenemos un beneficio al reducir las emisiones en el transporte o al generar energía limpia.
Como decía, la transformación hacia una economía más verde, debe ponerse al alcance de todos los ciudadanos, especialmente de los más vulnerables. El camino pasa por la electrificación de la demanda de energía, para transporte y para climatización, con sistemas más eficientes y más limpios.
Hasta aquí, todo lo políticamente correcto, pero no puedo resistirme a reflexionar sobre algo que me chirría. Algo tan visible como las ayudas a la compra de vehículos eléctricos suelen limitarse para evitar que los que disponen de mayores rentas tengan acceso a las mismas, incumpliendo a mi juicio uno de los principios de la sostenibilidad, el de alcanzar a todas las clases sociales.
Es automático pensar que el que tiene “pasta” no necesita las ayudas o, simplemente, que otros las merecen más, o que solo se comprarán el “eléctrico” para no pagar el ticket de la hora y para entrar en Madrid Central pero… ¿No pagan impuestos estos señores? ¿Ninguno tiene conciencia ecológica? Sería absurdo negar la preocupación por el medioambiente a los más pudientes y, de hecho, creo que ayudarles a ser más sostenibles tiene más beneficios que inconvenientes.
Si sentimos el impulso de exprimir a los ricos, hagámoslo con inteligencia, fríamente. Si las tecnologías necesitan incentivos para recorrer su curva de aprendizaje, no pongamos piedras en el camino de los que pueden permitirse ser los primeros, las economías de escala llegarán para proporcionarnos beneficios a todos los demás. Qué sería del mundo si hubiésemos impedido a los ejecutivos de los años 90 pasear con sus teléfonos móviles con forma de maletín simplemente porque eran unos pijos. Habría sido imposible que hoy pudiésemos afirmar que el 66% de la población mundial tiene acceso al teléfono móvil.
También me parece razonable que si no hay ayudas para la compra de vehículos sostenibles de alta gama, difícilmente vamos a ver cómo quien está acostumbrado a conducir potentes berlinas o SUV, cambien en una misma decisión hacia el eléctrico y hacia las marcas más populares. Insisto en que las tecnologías menos alcanzables de hoy serán las más extendidas mañana.
Y como Hacienda somos todos, no nos podemos olvidar que impuestos como el IVA que gravan el consumo, recaudan más cuanto mayor es la base imponible del bien adquirido. Es obvio que el 21% de 100.000€, es muy superior al de 30.000€, otra razón para no limitar las ayudas en función del valor del coche. Si alguien puede permitirse cambiar en estos tiempos, ayudémosle a que se pase al verde también. Seamos honestos y seamos realistas. En el contexto de crisis que atravesamos, no tiene sentido dar pan a quien no tiene dientes porque es urgente frenar el cambio climático, que ni vota ni paga impuestos pero que se ceba con los más desfavorecidos.
Ser sostenible no debe ser un atributo político o ideológico y tampoco discriminatorio en función de la renta disponible. De otro modo, el discurso me recuerda a aquellos a los que la corrección política les obliga a afirmar que están a favor de las renovables pero…