Lo anunció en octubre Fatih Birol, director de la Agencia Internacional de la Energía. La excesiva dependencia del gas, el poco esfuerzo en eficiencia energética y el interés de los gobiernos por asegurar la oferta de energía y no la reducción de la demanda solo conseguirá que los precios se disparen. El peligro será un periodo “turbulento y volátil” para los mercados energéticos y un freno a la transición ecológica.
La turbulencia ha llegado en 2022 y el presidente ruso ha visto el momento de invadir Ucrania, llevando la guerra a las puertas de Europa, que sigue dependiendo del gas ruso. Pero antes, Putin firmó un acuerdo comercial con el presidente chino Xi Jinping que incluye el aumento de las exportaciones de gas a China y los recursos para seguir financiando su locura expansionista, siguiendo el guion de Hitler para invadir Polonia y el resto de Europa.
La Comisión Europea ha visto cómo la guerra de Putin ha llegado sin haber hecho sus deberes. Carece de política frente a los altos precios de la energía y no ha reducido la dependencia del gas ruso. Por el contrario, se ha convertido en un lobby del gas y la energía nuclear después de aprobar la taxonomía que las convierte en energías verdes. El desatino es trágico cuando se ve a las tropas rusas ocupar Chernóbil o al excanciller alemán Schröder defender su puerta giratoria en la gasista Gazprom o a la presidenta de la Comisión, Ursula von der leyen, proponer la importación de más gas de EEUU y Catar mientras sigue fluyendo, todavía libre de sanciones, el gas y el crudo de Rusia a Europa.
La UE ha decidido apoyar a las grandes energéticas y penalizar a los consumidores, incumpliendo la directiva del mercado interior de la electricidad. España es un buen ejemplo. El inicio de la invasión rusa de Ucrania ha coincidido con la publicación de los beneficios de las eléctricas que controlan el mercado mayorista; aunque con tanto dinero siguen sin saber cómo facturar la nueva tarificación eléctrica con contadores inteligentes que toman a los consumidores por idiotas. Ha coincidido con la publicación de la factura de las importaciones energéticas que ascendió a 46.500 millones de euros en 2021, cantidad que para el conjunto de la UE se multiplica por diez. También ha coincidido con las puertas giratorias de un nuevo aterrizaje de políticos afines en Enagás. Las pandemias y las guerras sientan muy bien a las grandes energéticas, pero muy mal a los consumidores y al resto de la economía.
Una regulación eléctrica diseñada para garantizar el negocio energético tradicional, apoyada por el inmovilismo de la Comisión Europea, hace que la dependencia de los combustibles fósiles siga creciendo en Europa. Aún quedan más guerras del gas, como la latente en el Mediterráneo oriental. Mientras tanto, es muy raro encontrar apelación alguna a la eficiencia energética, a las renovables y a los recursos energéticos distribuidos que son el santo y seña de las directivas europeas para sustituir las importaciones de gas y crudo.
La vicepresidenta y ministra para la transición ecológica, Teresa Ribera, es la única voz que ha plantado cara a la inacción de Bruselas. Ha propuesto modificar el mercado mayorista, eliminar la referencia del gas en la conformación de los precios energéticos, proteger a los consumidores para que se beneficien del crecimiento de las renovables y se ha opuesto a la taxonomía sobre inversiones sostenibles.
La mejor salida a este periodo turbulento no es la guerra, ni abandonar un país a su suerte ni aumentar la dependencia del gas, sino acelerar la transición energética, cumpliendo plenamente las directivas europeas, con más generación distribuida y eficiencia energética, para sustituir las importaciones de combustibles fósiles por energías limpias y autóctonas, acelerar el objetivo de cero emisiones y no utilizar el hidrógeno para aumentar la demanda de gas. La dependencia energética de Europa traerá la maldición de las guerras.