La Comisión Europea observa cómo se acerca la recesión y se frena la transición energética pidiendo más gas a EEUU, Catar, Argelia o Azerbaiyán. Los precios del gas descontrolan la inflación y el BCE sube los tipos. En una crisis de oferta nos queda la demanda para cambiar el mercado de arriba abajo.
Las directivas europeas reconocen un papel activo a los consumidores a través del derecho a participar, directa o mediante agregadores independientes, en los mercados energéticos. Las directivas del “paquete de invierno”, bajo el lema “Energía limpia para todos”, reiteran el objetivo de que los consumidores accedan a una energía segura, limpia y barata y se beneficien de las ventajas del autoconsumo, sin límites, y contadores inteligentes al servicio del consumidor. La energía renovable distribuida y las aplicaciones inteligentes hacen posible la flexibilidad energética desde el lado de la demanda, es decir, desde el consumidor.
Las directivas vigentes de renovables, eficiencia energética de edificios y mercado interior de la electricidad hacen de la flexibilidad energética el concepto fundamental de la transición energética y obligan a evaluar la capacidad de energía flexible en la planificación antes que la necesidad de nueva generación.
La flexibilidad energética es la capacidad de ajustar la oferta y demanda de energía en tiempo real. Hasta ahora ha sido un concepto que solo se ha considerado desde el lado de la oferta (generación a gran escala) pero la madurez y competitividad que han alcanzado los recursos energéticos distribuidos (autoconsumo, almacenamiento, vehículos eléctricos, agregación y gestión inteligente de la demanda) hace posible alcanzar la mayor capacidad de energía flexible en los centros de consumo con el control del consumidor sobre su generación y consumo.
La proximidad es la clave de la generación distribuida al hacer coincidir la generación y el consumo y, a través de la agregación, permite sumar la capacidad de oferta y demanda de múltiples centros de consumo para que los consumidores participen en los mercados energéticos en igualdad de condiciones que cualquier otra fuente de energía. La flexibilidad desde el lado de la demanda rentabiliza la inversión de los consumidores activos, ahorra inversiones y costes al sistema eléctrico y abre la competencia a millones de consumidores.
Las directivas europeas establecen los instrumentos de eficiencia energética que permiten reducir la demanda, abaratar los precios y sustituir el uso de petróleo y gas fósil por energías limpias. El autoconsumo, las comunidades energéticas, el almacenamiento, agregación independiente, contadores y aplicaciones inteligentes, microrredes, redes de calor y frio renovable, recarga de vehículos eléctricos, edificio de energía positiva, etc. son elementos que hoy no participan en los mercados energéticos y se sitúan en el lado de la demanda.
Si el mercado está roto, como la Comisión Europea ha acabado por reconocer, es porque solo incluye la oferta y mecanismos especulativos (“pool”, TTF) que cierran la competencia y elevan los precios. La flexibilidad desde el lado de la demanda es la alternativa para sacar la energía de los mercados y sustituir la posición de dominio de las grandes energéticas por el poder de mercado de los consumidores activos.
Hay dos sectores clave, la edificación y el transporte, que deberán transformar los edificios y los vehículos en centrales eléctricas inteligentes. Y dos objetivos a alcanzar, la autosuficiencia energética y la cohesión social, para abordar el reto inmediato de la adaptación al cambio climático. Si la alternativa a la crisis energética está en la demanda y si está desarrollada desde hace cuatro años en las directivas europeas, ¿por qué las instituciones comunitarias y los Estados miembros no la aplican?