La estrecha visión nacional de la Unión Europea ha determinado su decepcionante respuesta a la crisis de los refugiados y al fraude de las emisiones de Volkswagen. En ambos casos, los intereses nacionales y económicos se han antepuesto a los principios europeos de solidaridad, libre circulación de personas y a la defensa del medio ambiente. La cumbre de París sobre cambio climático ha quedado gravemente amenazada, así como el liderazgo europeo.
Conviene releer el informe Nicholas Stern de 2007 sobre “La verdad del Cambio Climático” en el que, al cuantificar los costes de los impactos de los gases de efecto invernadero, afirmaba que hasta 2050 habrá entre 150 y 200 millones de desplazados por la subida del nivel del mar, la mayor frecuencia de inundaciones y sequías. La cantidad triplica los 62 millones de refugiados que existen hoy en el mundo por causa de las guerras.
El cambio climático amenaza elementos básicos de la vida humana como el agua, los alimentos, la salud, el uso de la tierra y el medio ambiente. Sólo si gastamos el 1% del PIB en protegerlos, el mundo podrá ahorrarse una pérdida del 10% de su riqueza. Sin embargo, lo más preocupante es la desigualdad en el reparto de los efectos de la degradación del medio ambiente. Los países más pobres sufrirán una pérdida aún mayor, entre el 15% y 20% de su PIB. Si Europa no se pone de acuerdo por 160.000 refugiados, ¿qué ocurrirá cuando se presenten los desplazados por el clima?
En España, mientras la política energética promueve incentivos para un mayor consumo de carbón y de gas, el CO2 no aparece en la agenda política a pesar de que todo el litoral se encuentra amenazado por la subida del nivel del mar. Los impactos del clima afectarán a 17 millones de personas por la urbanización descontrolada del 75% de la costa y supondrá una pérdida del 0,5% y el 3% del PIB según zonas y provincias. Nada de esto se tiene en cuenta para proteger el territorio y las personas.
Lo que nadie podía imaginar es que EEUU, a sólo tres meses de la cumbre de París, iba a poner al descubierto el gran fraude de las emisiones de los automóviles de Volkswagen. La duda sobre el control de las emisiones en Europa se ha trasladado al conjunto de su economía. La primera reacción de los gobiernos europeos no ha sido la de reforzar las políticas contra el cambio climático sino proteger la industria automovilística, retrasar el control de emisiones en carretera y advertir a la Comisión Europea para que mida los pasos que vaya a dar.
Si el software de las multinacionales controla las emisiones, la cumbre de París ha fracasado antes de empezar. Y lo que es más grave, va a dañar la posición europea en la negociación del tratado de libre comercio entre la UE y EEUU, conocido por sus siglas TTIP. La debilidad de Europa convertirá ese acuerdo en una estructura compleja para dar más poder a los mercados, es decir, a las multinacionales.
Los acuerdos en la cumbre del clima serán, como el protocolo de Kioto o el compromiso del 0,7% para ayuda al desarrollo, compromisos para no cumplirse. El problema es que se ha puesto a los contaminadores a regular la contaminación, dando una ventaja irresponsable a los grandes grupos industriales y energéticos. Controlar el calentamiento del planeta exige supeditar la economía de los combustibles fósiles a los objetivos climáticos y, para ello, hay que dar a los responsables del medio ambiente todas las competencias sobre la energía y crear un regulador independiente que supervise tanto los objetivos climáticos como las normas para cumplirlos y su aplicación. Y de eso no se habla.