En su último informe anual el Banco de España, con la clarividencia a toro pasado que caracteriza a los mejores economistas, dice que el petróleo sube y que va a retrasar la recuperación, deteriorando las cuentas públicas por la falta de competencia en la distribución de los carburantes y la alta dependencia energética. En mayo de 2011 las emisiones de CO2 en el sector energético han crecido un 60% con respecto a mayo de 2010 por la mayor generación con carbón, gas y fuel. La CNE acaba de anunciar que los costes de la deuda eléctrica alcanzarán los 30.000 M€ hasta 2026 por los altos intereses a los que se ha colocado en los mercados y el Gobierno acaba de compensar con 1.100 millones más al gas y al carbón por la disponibilidad de sus plantas.
Las importaciones de gas y petróleo han incrementado su valor en lo que va de año más de un 38% sobre 2010 y costarán 15.000 M€ más cuando acabe 2011. Esto significa que son las importaciones de combustibles fósiles las que están afectando directamente a la deuda de España y no el coste de las renovables como ha insinuado la presidenta de la CNE para pedir una moratoria renovable. Pero la conclusión más grave es que al final de esta legislatura se comprueba que han sido cuatro años perdidos, sin norte en la política energética, con un permanente riesgo regulatorio como único criterio de gestión y con una falta absoluta de visión estratégica sobre cuáles son los principales problemas de nuestro sistema energético. No sólo no hemos avanzado nada sino que tenemos los mismos problemas de hace veinte años pero agravados hasta límites inaceptables para el futuro de nuestro país. La alta dependencia energética, nuestra mayor intensidad energética y nuestras descontroladas emisiones de CO2 son un cuello de botella para nuestro crecimiento económico ante el que no se ha querido actuar y ni siquiera reconocer su extrema gravedad.
El mix energético que aprobó el Gobierno en el Congreso el pasado mes de diciembre, ratificado en el borrador del PER 2011-2020, es suicida a medio y largo plazo porque mantiene el predominio de los combustibles fósiles, con un freno al crecimiento de las renovables hasta 2020 y un escenario de ahorro y eficiencia sin medidas que no es creíble. Esto representa en los próximos años más inflación, más subidas de tipos, más deuda y nula creación de empleo.
La apuesta de España por las energías renovables en la pasada década fue un éxito y un modelo de liderazgo único en nuestra historia económica, con industria y tecnología propias y un impacto en el empleo y en el desarrollo regional escasamente reconocido. Ha sido fundamentalmente una apuesta de la inversión privada que ahora se diluye, precisamente desde 2008, porque desde las propias instancias oficiales y las grandes eléctricas el potencial de las renovables es despreciado y responsabilizado de todos los males y porque lo que hay que primar son las cuentas de resultados del mix convencional basado en el carbón, el gas, las nucleares y el despilfarro del consumo de energía. El riesgo regulatorio ha hecho que España reduzca sus inversiones renovables un 53% en 2010, que las empresas españolas vayan perdiendo posiciones en el ranking mundial y que se destruya empleo en un sector líder.
Por eso no se habla ya de Fukushima y se llenan lo medios de publicidad subliminal. Cuando Ángela Merkel anuncia la sustitución de las nucleares por renovables lo plantea como “una gigantesca oportunidad económica y empresarial, que alentará la investigación, la exportación y la creación de empleo para liderar las transformación hacia la era de las energías renovables”. En España este discurso ha desaparecido y cada vez es más evidente que la Política nos ha fallado en la definición de un nuevo modelo económico y energético y no hacer esa reflexión es como tomar a los ciudadanos por tontos.