La Agencia Internacional de la Energía (AIE) afirmó en octubre que los precios de la energía bajarían por un menor consumo de petróleo y mayor crecimiento de las renovables; pero advirtió serios riesgos geopolíticos en todas las áreas productoras de Oriente Medio, África, Latinoamérica y Mar del Norte “que no pueden descartar una tormenta perfecta”. En su informe WEO 2012 hacía previsiones de crecimiento de la demanda de crudo de un 65% y un 50% de gas para 2035 con precios de 215,7 dólares por barril. En la cumbre de Doha de diciembre, la AIE pidió a los gobiernos políticas de ahorro de energía para prevenir las crisis de suministro que provocará el cambio climático; el ataque de Al Qaeda en Argelia, que produjo una reducción en la producción de gas en enero, llevó a afirmar que “arroja una nube negra sobre las perspectivas del sector energético”.
Si en 2011 la primavera árabe subió el precio del crudo a su máximo histórico, en 2012 el embargo a Irán hizo lo mismo, 2013 comenzó en 119 dólares y su tendencia alcista supone una amenaza para la recuperación económica por su carácter inflacionista, amenaza que es más grave para España, donde la inflación sube más por la actividad monopolística de los principales sectores de la economía, como el energético.
En nuestro país se dan a la vez dos fenómenos contradictorios que acrecientan el riesgo de tormenta perfecta: la constante bajada de la demanda eléctrica, que va a acentuarse este año por la recesión, y la creciente sobrecapacidad del sistema eléctrico, por el mantenimiento de una desproporcionada cuota de importaciones de gas y petróleo. En esta ecuación, las renovables no son el problema sino la solución. El consumo de renovables en 2011 ahorró un 6,8% las importaciones energéticas y en 2012, mientras el coste de las primas renovables se incrementó en un 22% sobre las previsiones de abril, el déficit tarifario lo hizo en un 114% porque los costes regulados que no corresponden a las renovables crecen más rápidamente. La explicación hay que buscarla en la falta de competencia y que nuestros diferenciales de dependencia e intensidad energética con la media de la UE están en un 25% y un 20% respectivamente; pero al haber eliminado las nuevas inversiones renovables y las políticas de ahorro no se hace nada para reducirlos.
Defender la economía de los combustibles fósiles y la energía nuclear con más combustibles fósiles y más energía nuclear es conducirnos a una tormenta perfecta. Cuando numerosos estudios de consultoras y agencias de calificación han puesto de manifiesto que el crecimiento de las renovables reduce el precio de la energía y mejora la competitividad de la eólica y fotovoltaica frente al gas y el carbón, aumentar la falta de competencia del sistema eléctrico eliminando las renovables y la eficiencia energética es gravar aún más a los consumidores los costes de dependencia e intensidad en que se basa erróneamente el negocio energético. La economía y la energía van de la mano y una política que reduce la demanda y la competencia está provocando una crisis energética que no se puede solucionar socializando los costes de una pésima regulación y una mala gestión eléctrica.
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