La Unión Europea se ha vuelto a comportar como en 2008 y como en la crisis de los refugiados. Ante lo más parecido a una invasión alienígena, como calificó al coronavirus el economista Kenneth Rogoff, la Comisión Europea se ha limitado a bendecir las medidas adoptadas por los gobiernos y aceptar un sálvese quien pueda. Que Úrsula von der Leyen haya pedido perdón a Italia por dejarla abandonada, como antes hiciera J.C. Juncker con Grecia por condenarla al “austericidio”, no son formas de gobernar Europa sino un insulto al europeísmo. En palabras del recordado Tony Judt, “Europa es algo más que un concepto geográfico, pero no llega a ser una respuesta”.
Alemania y Holanda siguen fabricando euroescépticos y han dado a la extrema derecha un regalo insospechado cuando, tanto Merkel como Rutte, lo que pretenden es su derrota. La fractura de Europa entre ricos calvinistas y vagos derrochadores es la falsa excusa que inspira el Bundesbank desde hace diez años para que una legión de pobres, una generación de jóvenes y una clase media empobrecida paguen el destrozo de los bancos y la elusión fiscal. Mientras el primer ministro portugués, Antonio Costa, lo califica de “repugnante” y el expresidente de la Comisión Europea, J. Delors, avisa que “la UE sin solidaridad corre un peligro mortal”, el relato del norte de Europa se parece más al de la xenofobia.
Como ha dicho el historiador británico Adam Tooze, “tarde o temprano las moralinas de la derecha van a volver”; en Europa permanecen desde 2010 en la forma de “los hombres de negro”. El Consejo Europeo ha tardado mes y medio en acordar la creación de un plan de reconstrucción y tan enfrentado está por su cuantía y condiciones que la Comisión Europea aún se tomará su tiempo en hacer una propuesta. Mientras tanto, el virus va a dejar una recesión más grave que la de 2008 y un reguero de parados y pobreza que los que lo saben lo aprovechan con mezquinos cálculos electorales para volver a los recortes, precariedad y privatizaciones.
Aunque hay consenso en que lo mejor es la salida verde, la variedad de manifiestos y alianzas por una recuperación verde no aclaran si se trata de una salida como quieren las multinacionales o como necesitan los ciudadanos. La ambigüedad es el preludio de la derrota; por eso la salida verde de la presidenta de la Comisión Europea, la alemana Úrsula von der Leyen, es decepcionante: Ley Europea del Clima sin objetivos para 2030, pendientes de consulta pública, Pacto Verde sin presupuesto, con una taxonomía que convierte el gas fósil y la nuclear en energías sostenibles, y que ha retrasado casi todas sus medidas. El aplazamiento por un año de la COP 26 es un síntoma de la despreocupación por el cambio climático, la otra pandemia invisible.
Según el Real Instituto Elcano, el 40% de la población española no considera que haya emergencia climática. Quizá esa sea la razón por la que el PNIEC establece un objetivo de reducción de emisiones del 23% y no del 40%, como obliga el Acuerdo de París, o del 50-55% que propone la vicepresidenta Teresa Ribera. La razón aquí y en Europa es el miedo a establecer objetivos climáticos más ambiciosos. Por eso el plan de reconstrucción europeo no será un plan Marshall sino un remedo de plan Juncker que aumentará la desigualdad entre el norte y sur de Europa.
Una salida verde requeriría primero, que cualquier plan de recuperación económica cumpla el objetivo de que la temperatura del planeta no supere 1,5ºC en 2030; segundo, que el Acuerdo de París y las directivas europeas del “paquete de invierno” se incluyan en el ordenamiento jurídico nacional y se establezca el derecho fundamental a la protección del medio ambiente como derecho a la vida; tercero, crear contrapesos al desplazamiento del centro de gravedad de la Unión Europea hacia el centro y noreste europeo. El debate de los coronabonos es un ejemplo de cómo la madrastra alemana está dañando el proyecto europeo. La Europa alemana ha antepuesto su economía a las personas. Por el contrario, el proyecto europeo es la Europa de los ciudadanos y de la cohesión perdida desde 2008. El Pacto Verde Europeo debería ser el plan de reconstrucción y sería creíble si estuviera respaldado por un presupuesto comunitario 2021-2027 que alcance, como mínimo, el 2% del PIB europeo.