Javier García Breva
Director general de SOLYNOVA ENERGIA
jgarciabreva@solynova.com
La deuda pública y privada asciende en España a 4 billones de euros, el riesgo inmobiliario del sistema financiero es 1,1 billón -el 105% del PIB- y la pérdida de recaudación del Estado es de 65.000 millones. Estos son los datos que mejor describen los males de nuestra economía. Las primas de las renovables fueron 4.600 millones en 2009, por lo que responsabilizarlas de los déficits de la economía o de la ruina de la industria española no deja de ser una falsedad y una exageración. Pero ese es el consenso, al que ahora se acaba de sumar el Ministerio de Industria, que desde UNESA y las patronales de grandes consumidores de energía se está extendiendo con peticiones de llevar las renovables a los presupuestos para que desaparezcan al convertirse en ayudas de Estado -prohibidas por Bruselas- o, simplemente, suprimirlas por considerarlas gasto público en un ejercicio de manifiesta ignorancia.
Es el mismo consenso que oculta que la crisis también ha venido provocada por la subida del crudo y su repercusión en los tipos de interés, lo que ha llevado a la Agencia Internacional de la Energía a prever que después de la crisis por la contracción del crédito llegará la crisis por la contracción del crudo, sólo evitable con decididas políticas de ahorro de energía y de más renovables. ¿Por qué nadie se queja de la subida de la gasolina, el diesel o el gas, muy superiores a la de la luz? Para el consumidor español ese coste es diez veces superior al de las renovables. Pero las prioridades se han puesto en el carbón, cuyas ayudas van a provocar una subida del 5% al año en el recibo hasta 2014.
Durante las últimas décadas no se creyó en la necesidad de diversificar la oferta del PIB de España en otros sectores con mayor competitividad. Esa falta de impulso por otra especialización productiva ha tenido una excepción: las energías renovables como sector innovador y competitivo. Las renovables marcan la distancia que nos separa de una economía moderna y de nuestro potencial de crecimiento. Por eso sorprende que no solo se haya decidido no considerar a la industria renovable como parte prioritaria de la política industrial, sino que se la contraponga al conjunto de la industria española.
Elisabeth Noelle-Neuman, recientemente fallecida, describió “la espiral del silencio” como concepto por el que cuanto más se defiende una opinión dominante, más se silencian las opiniones minoritarias, y a medida que la mayoría intimidatoria gana adeptos, las minorías optan por el silencio. Esta es la actual encrucijada de las renovables, reflejo de las grandes resistencias al cambio de patrón de crecimiento de nuestra economía. Las renovables no tienen nada que ver con el déficit público porque las paga el consumidor, no el contribuyente; ni son parte significativa de la deuda soberana que persiguen los especuladores; ni tienen que formar parte de los presupuestos del Estado porque son inversiones que generan ahorros y externalidades positivas, mayores a medida que crece su mercado, y que nos han dado un gran prestigio internacional.
Las renovables no son parte del problema sino parte de la solución. Hay que romper ese consenso que se expande en su contra para defender el que en todo el mundo ya se está construyendo en torno a las renovables y que el propio director de la AIE, Nabuo Tanaka, defendió hace pocos días en Valencia. Hay que defender el prestigio de nuestras renovables porque lo que no se puede entender a estas alturas es que el Gobierno haya llegado a las mismas conclusiones que la Fundación Juan de Mariana.