La crisis está consolidando una sociedad civil desanimada y desconfiada que ve cómo se han perdido diez años de convergencia y de riqueza y cómo se van a peder los diez próximos. La desigualdad aumenta y de la sociedad dual hemos pasado a otra en la que mientras el 99% de asalariados, clase media y pobres ven devaluada su riqueza, el 1% de los más ricos se enriquece aún más. La espiral impuesta por especuladores y líderes europeos de más recortes y recesión no permite que la economía recupere ingresos e inversiones que hagan posible el crecimiento y el empleo; por el contrario, somos ya el primer objetivo de los especuladores que se están enriqueciendo con nuestra crisis.
La incompetencia de muchos gobiernos aparcó hace décadas la política industrial y la economía innovadora que hubieran permitido un sistema productivo más diversificado y eficiente que nos protegiera de la crisis inmobiliaria. No ha sido así; pero lo más indignante es que aún hoy se persista en el error cuando vemos cómo a la vez que se destruye la industria renovable, empresarios y administraciones compiten por un proyecto, como el EUROVEGAS, basado en el regalo de dinero público y en el juego. Pero esta política de casino ha estado en el fondo del modelo de crecimiento de las últimas décadas y es ahora la mejor expresión de la resistencia al cambio.
El paralelismo entre las actitudes de la banca y del oligopolio energético es evidente. La banca no va a pagar por el saneamiento financiero y las energéticas insisten que el esfuerzo corresponde al consumidor. Socialización de pérdidas y privatización de beneficios es la base de muchas de las medidas ya adoptadas. Las entidades financieras han recibido avales del Estado y ayudas públicas directas para su restructuración con cargo al contribuyente pero que no se han destinado a que fluya el crédito sino a comprar deuda pública a intereses muy superiores y hacer negocio. El oligopolio eléctrico no quiere renunciar a los miles de millones de ingresos atípicos que reciben de la tarifa como resultado del caos regulatorio que se arrastra desde décadas y de sus operaciones corporativas de compra venta de activos; pero como el apagón de las renovables no supone ahorros significativos, son los consumidores cautivos los que habrán de salvar sus resultados con más avales del Estado para la deuda eléctrica. Estamos pagando veinte años de incompetencia financiera y energética y un modelo de negocio que ha antepuesto los intereses de las compañías a los de sus clientes con la seguridad de que la economía real salvará la economía especulativa.
Quien está pagando los platos en mayor medida son las generaciones jóvenes. Con una tasa de paro juvenil del 50% y la juventud más sobrecualificada de Europa, la frustración de los jóvenes es una tragedia de dimensiones incalculables. Hace un año un fenómeno parecido prendió la mecha de la primavera árabe. Aquí cualquier día puede saltar la chispa: el nepotismo consentido que invade todos los rincones de la política, la degradación de los organismos reguladores para que únicamente el Gobierno controle la transparencia de nuestra economía, los indultos a banqueros y empresarios, la pérdida patrimonial de las cajas de ahorros o la opacidad de los precios energéticos.
La Fundación Renovables se creó en el convencimiento de que cualquier cambio de modelo debería partir de la sociedad civil y esa reflexión es hoy mucho más necesaria, porque la desigualdad de una economía especulativa y nada transparente empieza a ser insoportable.
