El G-7 reunido en Sapporo (Japón) en abril de 2023 se comprometió a eliminar la contaminación de plástico en 2040, pero acordó apoyar el vertido al Pacífico del agua contaminada acumulada en la planta nuclear de Fukushima. El 24 de agosto de 2023, el gobierno de Japón ha iniciado el vertido de 1,34 millones de toneladas de agua radiactiva al océano durante tres décadas con el respaldo del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), dependiente de la ONU, y la oposición de China y la opinión pública nipona por las insuficientes evaluaciones y explicaciones de su gobierno. Eliminar el plástico, pero aumentar la contaminación radiactiva en los océanos merecería una explicación de la ONU por coherencia con el firme discurso de António Guterres en defensa del medio ambiente.
Nada ha cambiado desde el desastre nuclear de Fukushima
El 11 de marzo de 2011, en la planta nuclear de Fukushima Daiichi, como consecuencia de un terremoto y posterior tsunami, se produjo en tres de sus reactores un incidente, con explosiones de hidrógeno e incendios, del mismo nivel de gravedad que el de Chernóbil en 1986. Tanto el gobierno japonés como la empresa propietaria, Tokyo Electric Power (TEPCO), ocultaron información sobre la contaminación radiactiva y fue la Autoridad de Seguridad Nuclear en Francia (ASN) la que alertó al mundo de que las autoridades japonesas estaban dando información falsa sobre la dimensión del accidente.
El informe de la comisión independiente que en 2012 analizó las causas del desastre de Fukushima concluyó que fue provocado por la connivencia del gobierno de Japón, la Autoridad de Regulación Nuclear (NISA) y TEPCO, que con su negligencia y arrogancia “Made in Japan” pusieron los intereses empresariales y políticos por delante de la seguridad de la población y el medio ambiente. En 2015 aún se medía la contaminación radiactiva en las costas de California, confirmando que la central seguía emitiendo contaminación radiactiva. En esa connivencia hubo que incluir a la OIEA, más próxima a los intereses de la industria nuclear que a cumplir su función regulatoria y de control de las centrales nucleares.
Doce años después, la desconfianza en la gestión de la seguridad nuclear de Japón sigue intacta. Van a arrojar agua tratada pero radioactiva al océano durante treinta años con la misma negligencia y arrogancia de 2011, mientras TEPCO y la OIEA repiten el latiguillo de la industria nuclear sobre un “impacto radiológico insignificante en las personas y el medio ambiente”.
El sinsentido de la industria nuclear
Según un sondeo de la agencia Kyodo, al 88% de la población nipona le preocupa el vertido de aguas radioactivas de Fukushima y al 81,9 no le parecen suficientes las explicaciones de su gobierno. La industria nuclear lleva la opacidad en su ADN y, como ExxonMobile, utilizan las medias verdades para ocultar su enorme poder destructivo para las personas y el planeta.
Los protocolos seguidos en Fukushima se parecen tanto a los de Chernóbil que da miedo pensar que la industria nuclear haya madurado tan poco para que sus explicaciones repitan las mismas frases hechas de hace cincuenta años, generando la misma desconfianza por la connivencia entre propietarios de las centrales, reguladores y gobiernos. El riesgo de llenar el planeta de zonas de exclusión radiactiva y cementerios nucleares debería bastar para abandonar la tecnología que mejor representa la falta de solidaridad intergeneracional.
El agua de Fukushima es radiactiva, tratada para que el tritio esté por debajo de los niveles de radiación aprobados internacionalmente. Se verterá tritio durante treinta años y TEPCO dice que el impacto es “insignificante”, aunque ha estimado que solo el 30% del agua almacenada en Fukushima ha sido correctamente tratada. Socializar y globalizar el desastre es la solución más barata y simple para una industria incapaz en más de medio siglo de solucionar su mayor debilidad: la gestión definitiva de los residuos y la seguridad nuclear. Cuando la OCDE ha calificado el vertido como la solución menos mala solo habla para la industria nuclear.
La socialización del riesgo oculta otra debilidad de la energía nuclear como es su inviabilidad económica. A la falta de maduración tecnológica se añade la tendencia de costes crecientes, como demuestra la quiebra de la francesa Areva, su absorción por EDF y la nacionalización de ésta por el gobierno de Francia. O la pesadilla de la central Olkiluoto 3 en Finlandia, que empezó su construcción en 2005 e inició su producción en 2023, cuadruplicando su coste hasta 11.000 millones de euros. La viabilidad de la energía nuclear exige elevadas subvenciones y garantías públicas, largos plazos de construcción y altos precios de la electricidad, es decir, socializar también sus costes.
Aval internacional a una imprudencia
La energía nuclear no resiste la comparación con las renovables en velocidad de maduración, costes, flexibilidad, seguridad, recurso ilimitado, protección del medio ambiente o accesibilidad. Representan dos modelos energéticos distintos, pero el progreso de las renovables ha demostrado su mayor competitividad para liderar la transición energética.
Minusvalorar el riesgo de la contaminación radiactiva es una imprudencia y la ONU debería darle tanta importancia como da a la contaminación del plástico. La OIEA está cometiendo el mismo error de 2011 al situarse al lado de la industria nuclear, como está haciendo en Zaporiyia, la central nuclear ucraniana bombardeada por Rusia. El mismo error han cometido las instituciones europeas al declarar la energía nuclear como renovable por la presión de Francia. La UE y la ONU se alejan del criterio científico al defender la energía nuclear como limpia y segura.
El estudio sobre el cáncer publicado el mes de agosto en la revista British Medical Journal, basado en 310.000 trabajadores de la industria nuclear, concluye que la exposición prolongada a dosis bajas de radiaciones ionizantes está asociada a un mayor riesgo de muerte por cáncer que las dosis altas y puntuales de radiación, por lo que es necesario dar más importancia a la protección radiológica.
De esto deberían hablarnos quienes avalan al gobierno de Japón y no repetir las medias verdades de la industria nuclear en cada accidente. Para eso serían necesarios organismos reguladores independientes de la industria nuclear y de los gobiernos.
Pie de foto: En la foto puede verse al primer ministro japonés, Fumio Kishida, comiendo pescado de Fukushima para disipar cualquier temor tras el vertido de las aguas contaminadas de la central nuclear al mar. La imagen es del informativo de La Sexta del 30 de agosto y en el rótulo muestran el paralelismo con el baño de Manuel Fraga en Palomares en 1966, tras el accidente entre dos aviones estadounidenses que propició la caída de varias bombas nucleares sobre la costa almeriense.