Cuando la bendita lluvia de febrero terminó con el anticiclón que había llenado los informativos sobre la gravedad de la contaminación atmosférica en nuestras ciudades por el uso de combustibles fósiles, llegó marzo con una nueva escalada de precios del petróleo. La revolución social en el Magreb y Oriente Medio descubrió un hecho trascendental: la dependencia del petróleo y del gas que importamos de países inestables que fijan los precios es un lastre para la recuperación económica.
No repuestos de la subida de precios y tipos por el alza del crudo llegan las explosiones nucleares de Fukushima en Japón. Y se repite la historia de la energía nuclear: todo lo que puede salir mal, sale mucho peor. A la vez que se pone de manifiesto la inmadurez de la tecnología, salen sus propagandistas a decir que “todas las fuentes son necesarias” y “todas las fuentes son inseguras”. Termina marzo con la sensación de que a la epidemia invisible del CO2 de febrero, ha seguido la más letal de la radioactividad. La lejanía de Japón hace que las grandes mentiras aquí parezcan sólo mentirijillas.
Todos estaríamos más seguros si hubiéramos visto el mismo rigor con el que se ha tratado a las renovables aplicado a los hidrocarburos y las nucleares. Pero no ha sido así. Ahora ya sabemos que lo caro son las importaciones de gas y petróleo, que nadie sabe lo que van a costar en el futuro, y la inseguridad nuclear, inasumible socialmente. Wikileaks ha publicado las mentiras de la industria nuclear japonesa desde antes de 2007, el descontrol nuclear en todo el mundo o la falsedad de las infladas reservas de Arabia Saudí.
Pero como no hay mal que por bien no venga, la crisis nuclear va a subir los precios del gas. Japón y Alemania van a sustituir la nuclear por más gas y la subida de precios de los hidrocarburos disparará el coste de la luz. La Comisión Nacional de la Competencia ha denunciado que las petroleras españolas tienen los precios más caros de la UE antes de impuestos y sus márgenes son mayores que en Francia, Alemania y Reino Unido, lo que cuesta a los consumidores 1.600 M€ cada año. También los consumidores de gas han pagado con un recargo el laudo de Sonatrach por 1.500 M€. ¿A quién puede extrañar que nuestra dependencia energética sea la misma que hace treinta años?
Las reacciones han sido un plan de veinte medidas de ahorro de energía que en su mayoría son repetición de planes anteriores y que han ido desinflándose por precipitadas, imposibles y por una sentencia del Supremo prohibiendo financiar el ahorro de energía a través de la tarifa de la luz y del gas; como pedían las eléctricas. Y después de las explosiones de Fukushima, el Ministro de Industria se fue a pedir a la Comisión Europea más ayudas y cuotas para el carbón.
¿Cuántos desastres necesita la nuclear para madurar? ¿Cuánto tiene que subir el precio del petróleo para poner freno a su adicción? ¿Cuánta contaminación podremos respirar? Ni todas las energías son necesarias ni todas son inseguras. Afirmar lo contrario es pretender dejar el problema en manos de los mismos que lo han creado. Que los beneficiarios de esta crisis sean los hidrocarburos y que la única respuesta sea ir a Bruselas a pedir más carbón es como pretender dejar a España en la primera revolución industrial del s. XIX cuando hemos podido estar a la cabeza de la tercera revolución industrial del s. XXI, que protagonizan las energías renovables en todo el mundo. Es la historia de todas las crisis: la codicia que conduce al túnel del tiempo.