El negacionismo del cambio climático está de vuelta. El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, propuso el pasado otoño la suspensión de los derechos de CO2, abrir el uso del fracking y las nucleares y “resetear la transición energética”. El presidente de Repsol, Antonio Brufau, ha descrito cómo “resetear las políticas”: “apaguemos el ordenador, volvámoslo a abrir y veamos si lo que estamos haciendo es la ruta más eficiente para conseguir que el planeta sea mejor”. Más claro ha sido el portavoz de VOX, Espinosa de los Monteros: “el CO2 no es malo, porque es necesario para la vida”.
A falta de razones científicas coinciden en que el cambio climático es una ideología izquierdista y abogan por una transición energética “razonable y justa”, que cuente con todas las tecnologías contaminadoras. El panel de expertos de la ONU alertando de que “la ventana para asegurar un futuro habitable se cierra”, los datos de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de EEUU, de Copernicus, la Organización Meteorológica Mundial y la Agencia Española de Meteorología sobre el calentamiento de los océanos y el Mar Mediterráneo o el aumento de las sequías hidrológicas y repentinas solo serían argumentos a rechazar por ideológicos.
La taxonomía de la Unión Europea, que convierte en verde cualquier actividad contaminadora que ayude a un objetivo ambiental, el fracaso de la COP27, la ambigüedad del G-7 con respecto a los combustibles fósiles, la sostenibilidad como marketing empresarial o los beneficios históricos en los mercados a raíz de la invasión rusa de Ucrania retrasan la descarbonización y aumentan la banalización y la indiferencia sobre el cambio climático.
Retardar la transición energética no es solo un cálculo electoral y la estrategia de las grandes corporaciones para aumentar beneficios con más inflación, es también la demostración de que la lucha contra el cambio climático tiene vuelta atrás, como la democracia o el estado de bienestar.
La “neutralidad tecnológica”, por la que todas las tecnologías sirven para luchar contra el cambio climático, es una mentira a sabiendas y una falta de respeto a la sociedad. No todo vale para combatir el calentamiento global. Subordinar el principio de “neutralidad en carbono” al de “neutralidad tecnológica” es la mayor equivocación de Europa.
Quienes dicen defender la industria quieren dejar a España fuera de la tercera revolución industrial que dominará el mundo antes de 2030, la de la electrificación, la descarbonización y la circularidad, la fabricación y producción de tecnologías limpias y de eficiencia energética, las nuevas infraestructuras del internet digitalizado de las comunicaciones, la electricidad y la movilidad; en definitiva, la industria de la adaptación al clima. El déficit comercial de las tecnologías digital y ecológica en 2022 superó en España los 17.200 millones de euros.
El negacionismo climático es una ideología iliberal, basada en el despotismo del desconocimiento y las realidades paralelas. Ahora será más fácil con la inteligencia artificial, que multiplicará los beneficios con la dependencia de las personas de una tecnología sin control y mentiras más graves que las de ExxonMobile o Fox News.
Frenar la transición energética por los mayores costes de la “inflación verde” es otra falsedad que ignora que la “inflación fósil” es el origen de todas las crisis económicas desde 1973, del aumento de las desigualdades y los beneficios extraordinarios que generan para el sector energético y la banca. No se protege a los ciudadanos prolongando los combustibles fósiles y las nucleares sino abriendo los mercados a la competencia de millones de consumidores a través de su participación en el mercado eléctrico. La transición energética es incompatible con la codicia. Ese es el problema.