Cualquiera que haya seguido las últimas declaraciones del Comisario Arias Cañete habrá quedado desconcertado por su sucesivo apoyo al carbón, algas, al fracking, las renovables y el autoconsumo. Pero, en realidad, es lo que dice la Comunicación de Bruselas sobre la Unión Energética.
La “política clarividente en materia de cambio climático”, como expresa el subtítulo de la Comunicación de la Comisión Europea de 25 de febrero, al dar libertad a los veintiocho Estados miembros para que elijan el mix energético que quieran, se convierte en una mistificación donde todas las fuentes de energía sirven para el objetivo de descarbonizar Europa. Y para contentar a todos, la Unión Energética se enreda en un cúmulo de contradicciones.
La propuesta de Bruselas está inspirada por Putin. La principal medida de seguridad energética es reforzar el gas en el mix europeo y, aunque se pretende reducir las importaciones, se prioriza el abastecimiento a través del corredor del sureste para importar gas de Asia Central, Azerbaiyán y Turkmenistán. Se aprovechará el potencial de GNL que es la gran apuesta de España, incluso para importarlo de EEUU, y los recursos de gas esquisto. Como garantía se quiere dar transparencia a los contratos comerciales de suministro de gas, algo que en España solo es posible a través de los tribunales de justicia. Pero la mayor seguridad es que se mantiene el gas fuera del marco de sanciones a Rusia, que seguirá siendo el principal suministrador de Europa.
Las interconexiones son otra prioridad. Se señalan como zonas más vulnerables la región del Báltico y la Europa central con el sureste y se felicitan por el acuerdo de Madrid entre Francia, Portugal y España. Se estima un coste de 200.000 millones para los próximos diez años que deberá asumirse en su mayor parte por el sector privado, ya que Bruselas solo va a disponer de 5.000 millones. Se espera incorporar las interconexiones al “fondo Juncker” para invertir 315.000 millones en tres años, pero el 90% deberá ser inversión privada. Nadie sabe cómo se va a atraer tanto dinero privado y tal ingeniería financiera hace dudar sobre quién pagará las interconexiones y si reducirán la dependencia y los precios energéticos.
El deseo de ser líderes mundiales en renovables se contradice con el papel complementario que se les da para descarbonizar la economía. Se deja claro que no hay que olvidar “los combustibles fósiles menos contaminantes”, el gas esquisto, la captura y almacenamiento de CO2 y las nucleares. No se revisa el objetivo del 27% de renovables para 2030 a pesar de que la Comisión posee informes que avanzan un objetivo del 60%. La ambigüedad es la peor señal para las renovables y el mayor estímulo a los combustibles fósiles. La revisión que se anuncia de la directiva de renovables es así una conjetura.
La existencia de fondos hasta 2020 da más credibilidad a la declaración de la eficiencia energética como una fuente de energía y la mejor protección a los consumidores a través del autoconsumo, contadores, redes inteligentes y almacenamiento.
Se quiere sustituir el gas en los sistemas de calefacción y en el transporte, pero no concreta en qué dirección se revisará la directiva de eficiencia energética ni cómo se va a obligar a los gobiernos a que la cumplan. La pobreza energética se trata de forma retórica incluyéndola en las políticas sociales, sin que pueda afectar al déficit tarifario.
La Unión Energética es un eufemismo. Beneficia un statu quo que supone mantener el modelo de oferta actual hasta que Putin vuelva a mover ficha. Es la consecuencia del predominio del sector eléctrico europeo en la regulación de la política de energía y clima, como acaba de denunciar Greenpeace en su informe “Cortinas de humo”. Eso es la Unión Energética.