De mayor quiero ser florero (ER 53)

Javier García Breva
jgarciabreva@solynova.com

Leo en The New York Times que no se invierte en renovables por su escasa rentabilidad y que en los últimos 25 años la inversión pública y privada en investigación tecnológica sobre energía ha descendido en un 50%. Luego pienso que Al Gore y Tony Blair han hecho sonar todas las alarmas para actuar en los próximos diez años y salvar así al planeta del cambio climático… Y me pregunto, ¿qué hacían ellos hace diez años? ¿Qué hacemos en España?

En España es al revés. De las renovables se dice que ganan mucho dinero, que se forran, que son caras, que están subvencionadas, que especulan con el suelo. En fin, se habla mucho mejor de bancos, constructoras, petroleras, eléctricas y gasistas que suman sus beneficios en mucho más de dos dígitos y que sólo se dedican al dividendo y no al I+D. Como ya dejaron escrito los poetas de la Generación del 98, seguimos caminando en contra del mundo.

El incremento de consumo de energía es insostenible. Según la Agencia Internacional de la Energía, crecerá un 53% hasta 2030 y su abastecimiento requerirá inversiones de más de 20 billones de dólares. Para España el riesgo es mayor porque nuestra dependencia energética alcanza ya el 85% y el consumo crece cuatro veces más que la media europea; si a esto le añadimos el impacto económico y ambiental del CO2 –por lo alejados que estamos de los objetivos de Kioto–, convendremos en que se está perdiendo un tiempo precioso.

La función de la política económica, además de cuadrar la contabilidad nacional, es anticiparse a los cuellos de botella que pueden condicionar el futuro de nuestro país. Y el abastecimiento energético, el cambio climático y las emisiones de CO2, conforman uno de esos cuellos. Para anticiparse a él hay que diversificar nuestras fuentes a través de una verdadera planificación energética.

La vigente planificación, aunque actualizada en 2005, es la aprobada en 2002, y dejó fuera los hidrocarburos, la eficiencia, las renovables, las emisiones de CO2 y las directivas europeas medioambientales; en realidad se reduce a una relación de infraestructuras, muchas de las cuales siguen pendientes de ejecución. En definitiva, España carece de una estrategia energética desde hace casi diez años, tiempo en el que la geopolítica de la energía ha cambiado radicalmente y en el que las urgencias se han convertido ya en amenazas reales.

Integrar el ahorro y la eficiencia, las renovables y la lucha contra el cambio climático en una nueva planificación energética, como parte significativa de la política económica, es una medida coherente y acorde con lo que hacen ya países como el Reino Unido, Francia o Suecia, o con lo que proponen la propia Comisión Europea y la Agencia Internacional de la Energía.

De lo contrario, persistirá la actual incertidumbre, que afecta de manera especial a las energías renovables, sobre las que aún pesan prejuicios y barreras. Seguramente serán una referencia común en las próximas campañas electorales, como preciosos floreros discursivos. Pero obras son amores y no buenas razones, porque son precisamente las administraciones públicas las primeras responsables de que el ahorro de energía y las renovables sigan siendo un hecho excepcional y no algo habitual.

El informe Stern alerta de que el coste de no tomar decisiones ahora puede llegar hasta el 20% del PIB. Multiplicar las inversiones en renovables es una necesidad para garantizar el futuro de todos. Sólo cabe esperar que dentro de diez años no vengan otros dignos conferenciantes a decirnos lo que tenemos que hacer porque ellos no tuvieron la valentía para hacerlo.

javier garcía breva

De mayor quiero ser florero (ER 53)