Qué mal tiene que ir el negocio del petróleo y del gas como para lanzar la penúltima ofensiva contra las renovables y el vehículo eléctrico. Repsol no regala golosinas en los hospitales ni Gas Natural Fenosa la energía más higiénica. Ambos venden combustibles fósiles importados del exterior, los principales responsables de la insostenibilidad económica y ambiental del modelo energético convencional.
El vehículo eléctrico se ha concebido alimentado por fuentes renovables porque solo tiene sentido como sustituto de los combustibles fósiles. Pero la Comisión Europea y el gobierno de España han preferido imponer el concepto de vehículo con energías alternativas para seguir vinculando el transporte al consumo de gas y petróleo en sus versiones de GLP, GNC o GNL. Un eufemismo para vestir de limpio el consumo de energía sucia.
A las declaraciones del presidente de Repsol contra el vehículo eléctrico hay que sumar las de la patronal del gas (Sedigas) y las del segundo del exministro Soria en el Ministerio de Industria confirmando que la transición energética ha de ser con gas. Habrá que aumentar la infrautilizada potencia instalada de centrales de gas porque un mundo 100% renovable es imposible. Es como decir que España ha decidido quedarse en el siglo pasado renunciando al siglo veintiuno.
La realidad es que el sistema energético de los combustibles fósiles ya no es rentable. La caída del precio del crudo ha dejado a Repsol sin beneficios y durante el primer trimestre de 2016 el mercado mayorista de la electricidad ha visto caer los precios debido a la mayor entrada de renovables, afectando a los ingresos, a los beneficios de las eléctricas y a la infrautilización de las infraestructuras gasistas.
Mientras la reacción de las principales eléctricas europeas está siendo la depreciación de sus activos fósiles, ajuste de dividendos y un cambio de orientación de su negocio hacia la eficiencia y las renovables, las eléctricas en España incrementan el dividendo, defienden un mayor consumo de energía fósil, el fin de las renovables y se desprestigia el vehículo eléctrico.
La defensa del rating y del accionista, mayoritariamente extranjero, les impide ver el horizonte finito de una economía tan carbonizada y un hecho estructural de nuestra crisis como es el descenso de la demanda de energía que no recuperará el crecimiento de antaño, cuando nadie tenía en cuenta el coste de la energía. Las compañías que se basan en la energía fósil no tienen futuro porque los nuevos modelos de negocio los determina el ahorro y la eficiencia y no el mayor consumo.
La transición energética ya ha comenzado en el mundo. En 2015 por cada euro invertido en combustibles fósiles se invirtieron dos euros en renovables, la nueva potencia renovable creció un 60%, el vehículo eléctrico un 68% y el almacenamiento un 60%. A este ritmo el mix energético mundial se invertirá en muy pocos años.
En EEUU se ha alcanzado en 2016 la cifra de un millón de hogares con autoconsumo fotovoltaico y balance neto. Una nueva forma de generar y usar la energía, que sitúa al consumidor en el centro de las decisiones y no a las compañías energéticas, se extiende ya por los cinco continentes. El gas no es la energía de esta transición energética.
Despreciar el poder transformador de la energía es como condenar a todo un país al atraso y a los efectos del cambio climático. Siempre se dice que la mejor defensa es un buen ataque. Pero este lema ya no funciona con los combustibles fósiles.
Este artículo ha sido publicado originalmente en La Oficina de Javier García Breva.