Cuando Energías Renovables cumple diez años lo primero que siento es un profundo agradecimiento a Pepa Mosquera y Luis Merino porque son un ejemplo de valentía, coherencia y constancia; los mismos fundamentos del éxito de las energías renovables en todo el mundo. El premio Nóbel japonés Kenzaburo Oé, después de las explosiones de los reactores de Fukushima, declaró: “Japón ha entrado en una nueva era. Estamos sometidos a la mirada de las víctimas de la energía nuclear.” La realidad es que mientras las renovables en los últimos cinco años han madurado hasta ser la primera inversión energética en el mundo, la energía nuclear, desastre tras desastre, sigue siendo tan inmadura como hace cincuenta años. Que ahora se caiga en la cuenta de que hay que revisar los estándares de seguridad es un reconocimiento implícito de que la industria nuclear es todo un engaño.
Estos diez años han consolidado las renovables como parte significativa del sistema energético. En España constituyen una tercera parte del mismo y una industria que por cada euro que recibe en primas aporta dos euros al crecimiento económico. Pero lo más importante es que han demostrado ser el instrumento más eficaz para reducir las importaciones energéticas y las emisiones de CO2, es decir, para corregir los impactos más negativos del consumo de carbón, gas y petróleo.
Este hecho es decisivo por dos razones: las crisis financieras de 2008 y 2011 tienen su origen en el alza de los precios del gas y del petróleo y nuestra mayor dependencia de los hidrocarburos nos aboca a crisis más largas por su impacto en la inflación, tipos de interés y por su mayor vulnerabilidad en el suministro. Desde la Agencia Internacional de la Energía, el Banco Central Europeo o el Fondo Monetario Internacional se ha avisado que el mundo camina hacia una crisis energética porque hemos entrado en un periodo de escasez y precios elevados del petróleo y recomiendan otra política económica y más energías renovables. A la crisis del petróleo seguirá la del impacto del CO2 y a pesar de ser una crisis anunciada, asistimos en España a un autismo energético por parte de los gobiernos y las corporaciones energéticas contra el que debemos reaccionar.
El balance energético de 2010 es el mejor ejemplo de esa contradicción: mientras se reconoce el éxito de las renovables, que han alcanzado el 32,6% de la generación eléctrica, han reducido un 20% las emisiones de CO2 y en tres puntos la dependencia energética, se frenan sus objetivos para 2020, se deja a todas las tecnologías solares, la eólica marina, la biomasa o la geotermia reducidas a un crecimiento tendencial y una incertidumbre regulatoria total a partir de 2012. Durante 2010, en la misma medida que se han recortado los apoyos y objetivos de las renovables, se han incrementado para el carbón, el gas y la nuclear. Si al Gobierno le caracteriza la incoherencia, falta de valentía y su inconstancia, a las grandes energéticas la codicia y la resistencia al cambio.
Pero el balance de estos diez años es que ha comenzado otro tiempo. La transición hacia un modelo energético basado en una cuota cada vez mayor de fuentes renovables ya es una realidad. Las principales economías solo compiten ya por las renovables y el mundo avanza hacia la generación distribuida y la eficiencia energética. La única tecnología disponible, ilimitada, autóctona, de mayor margen de cambio tecnológico, la más accesible a todos los ciudadanos y de más rápida aplicación son las renovables.
La energía está cambiando el mundo hacia otro concepto de seguridad para proteger el planeta y a las futuras generaciones. Es hora de exigir que se anteponga a la falta de ética de las emisiones contaminantes y de la radiactividad, la ética de la solidaridad. Es posible.
