Javier García Breva
Director general de SOLYNOVA ENERGIA
jgarciabreva@solynova.com
El pasado 10 de febrero dos satélites ruso y americano colisionaron sobre Siberia liberando nubes radiactivas en el espacio. Días antes, dos submarinos nucleares de Francia y Reino Unido chocaron en el Atlántico sin más información que la de la prensa. El 19 de febrero el presidente checo Václav Klaus llevó la presidencia de la UE a su más bajo prestigio cuando frente al Parlamento Europeo comparó la UE con el régimen comunista. Como para esperar de este negacionista del cambio climático apoyo a la economía verde. Es inquietante que ante choques tan graves apenas haya habido reacciones de ningún tipo.
El Gobierno español ha comenzado a preparar la próxima presidencia española de la UE en 2010 con las energías renovables como apuesta por un modelo económico sostenible y generador de empleo. Pero ese objetivo colisiona con el caos en que el Ministerio de Industria ha convertido la política energética. Caos en el recibo de la luz, caos en la regulación, caos en las inversiones energéticas, caos en el mix energético y, como consecuencia, pérdida de independencia energética. El 50% de nuestro sistema ya está en manos extranjeras, o lo que es peor, depende de gobiernos extranjeros.
Mientras se continúa culpabilizando a las renovables de los males del sistema las biomasas, los biocombustibles y la minihidraúlica están paradas, el ritmo de crecimiento de la eólica ha tocado techo por culpa del riesgo regulatorio y el Ministerio ha frenado el éxito de la fotovoltaica criminalizándola a toda ella del fraude y asfixiándola con más burocracia regulatoria, lo que ha justificado un pronunciamiento de Greenpeace en el que exige al Gobierno el mismo rigor para todas las tecnologías y un objetivo mucho mayor de fotovoltaica, la única renovable que ha demostrado que puede alcanzar los objetivos europeos de 2020.
Las energías renovables se encuentran en un punto de inflexión. Hechos como el rechazo de la Generalitat de Catalunya a una instalación fotovoltaica en el monasterio de Poblet por romper la armonía del paisaje es el colmo del cinismo ante las prioridades que han de marcar la salida de la crisis económica y el triunfo de quienes, desde las administraciones públicas, sólo se ocupan de crear nuevas barreras a las tecnologías limpias y a la lucha contra el cambio climático.
Joaquín Almunia afirmaba recientemente que el sector de las renovables sacaría a España de la crisis, pero aquí el divorcio entre el discurso y la realidad adquiere caracteres tan incomprensibles como negativos. ¿Cómo presumir de un sector que destruye empleo por culpa de una mala regulación?¿Se puede avanzar con estas contradicciones?
Que las renovables constituyen un buen ejemplo de política anticíclica es el fundamento de la nueva directiva europea de renovables a punto de publicarse. Para España el 20% de consumo final bruto de renovables en 2020 va a suponer que en los diez próximos años tendremos que multiplicar por tres todo el esfuerzo realizado en los últimos veinticinco años. En el próximo plan de renovables, antes del 30 de junio de 2010, se deberán contemplar las inversiones necesarias en la red para cumplir los objetivos del 20%. A partir de ahora, las redes deberán supeditarse a los objetivos de política energética. Pero si algo destaca en la nueva directiva es impedir que se creen nuevas barreras al desarrollo de las renovables, como pueda ser su impacto en el paisaje o la salud. Tampoco establece ningún sistema de cupos o de topes en coherencia con las medidas energéticas aprobadas por el Consejo Europeo de diciembre.
La directiva apuesta por el liderazgo mundial de Europa. Ser líderes supone incrementar masivamente el mercado y la demanda de renovables y no es una cuestión de precios sino de mejorar la competitividad cuanto antes. Justo lo contrario de lo que está haciendo el Ministerio de Industria. Los árboles de la crisis de hoy impiden ver el bosque del futuro y esa es, seguramente, la política más insolidaria.