javier garcía breva

Adaptación al cambio climático, donde la naturaleza es el aula

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Enero nos ha regalado la investigación de la Universidad de Harvard que documenta cómo ocultó ExxonMobile desde 1977, a sabiendas, que el petróleo propagaba los peligros del cambio climático. Cincuenta años de estafa del petróleo que contaron con la colaboración de los bancos centrales, propagadores de subidas de tipos que acaban en recesión. Aquí sufrimos otra estafa, la de los socios del “pool” eléctrico, bancos y eléctricas, que especulan con los precios de la electricidad para asegurar sus beneficios. La presidenta de la CNMC acaba de advertirnos de la próxima estafa, la del hidrógeno por sobrecapacidad de infraestructuras.

La lógica del capitalismo del engaño es siempre la misma, alimentar ciclos de inversión y recesión, porque de cada crisis los ricos salen más ricos. A nadie debe extrañar que los mismos que corrieron en 2022 a Bruselas a parar el tope al gas que pidió Teresa Ribera sean los que en 2023 hacen campaña contra la reforma del “pool” que ha propuesto la vicepresidenta. Y van de la mano de las renovables cuando hace solo una década lideraron la campaña contra las renovables. El engaño es el monopolio que defienden.

A la estafa del petróleo solo ha respondido el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, acusando de mentirosas a las petroleras y exigiendo responsabilidades y gravámenes por los daños al planeta. A falta de Harvard, aquí seguimos soportando las mentiras de Repsol sobre la transición energética mientras multiplica sus beneficios.

Lo que sabemos es que las políticas de mitigación no son suficientes para cumplir el Acuerdo de París y reducir las emisiones. Solo queda la adaptación al cambio climático. Jeremy Rifkin, en su libro “La era de la resiliencia”, afirma que la era del progreso ha dado paso a la era de la adaptación a los estragos que se avecinan, “donde la naturaleza es el aula”. El tiempo se ha orientado hacia el agotamiento de los recursos naturales y el espacio a gestionar los recursos naturales como propiedad cerrada a la participación de la ciudadanía y las comunidades locales. El cambio a la adaptabilidad exige pasar de las economías de escala integradas verticalmente a las cadenas de valor distribuidas, “pasar de adaptar la naturaleza a nuestra especie a readaptar nuestra especie a la naturaleza”.

Las infraestructuras de la adaptación al clima han de ser distribuidas más que centralizadas porque su rendimiento depende de la participación del mayor número de personas. Su mejor expresión son los edificios adaptados al ahorro energético y a una sociedad cero emisiones, como centrales eléctricas que agregan y comparten la capacidad de sus recursos energéticos distribuidos. Los edificios inteligentes y autosuficientes son el componente crítico de la adaptación al clima.

La economía de los combustibles fósiles necesita infraestructuras centralizadas y verticales para optimizar los beneficios. Por el contrario, la economía de la adaptación al clima necesita infraestructuras distribuidas, inteligentes y democráticas, basadas en la participación de millones de consumidores en el mercado eléctrico, aprovechando las ventajas del autoconsumo y de los contadores inteligentes.

La nueva gestión del tiempo y el espacio ha de desarrollarse en las ciudades y comunidades locales como responsables de “reintegrarnos al redil de la naturaleza”, porque la adaptación al cambio climático no la van a hacer los grandes conglomerados empresariales sino las pequeñas economías y comunidades. Cambiar el actual mercado energético, opaco y sin competencia, por un mercado transparente y con competencia necesita la desconexión de los consumidores de los socios del “pool” y de un capitalismo basado en mentiras. O se cambia el mercado energético o se destruye el planeta.

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