Reconozco que me obsesionan las emisiones de gases de efecto invernadero. Desde que tenía 17 años e iba en bici hasta la academia de inglés en un Madrid atufado por las emisiones de calderas de carbón y después, ya trabajando, porque al desplazarme en moto me hacían llegar a casa con la camisa negra y las fosas nasales más negras que el pozo del abuelo de Víctor Manuel.
Me han seguido obsesionando porque he ido comprobando, sin necesidad de muchos estudios ni mediciones, cómo ha ido cambiando el clima. Para mal. Para muy mal, y este año se ve de forma muy patente en el mal estado histórico de los embalses. Y ojalá me equivoque, pero esto ya no tiene vuelta atrás.
Vale que este es un problema global, pero también lo es el de los residuos y en España reciclamos, con gran apoyo institucional. Por algo será. Y ahí queda: toda contribución ayuda. Y vale que el sector de la electricidad no es el único que debe rebajar dramáticamente las emisiones, pero lo que es inaceptable es que el Gobierno actual siga promoviendo este auténtico atentado al bienestar de los ciudadanos, y sobre todo de los futuros ciudadanos.
El sistema eléctrico español ha incrementado las emisiones en 2017 un ¡18%! Pero lo más grave es que este aumento era y es, perfectamente evitable. Pero está claro que los intereses de unos pocos prevalecen sobre el interés común. Los 10.000 MWp de las muy sucias plantas de carbón han generado 45.199 GWh, mientras que los 26.670 MWp de las plantas de ciclo combinado han contribuido con unos míseros 37.353 GWh., cobrando por su “disponibilidad” (es decir, por no producir) 345 millones de euros en los dos últimos años.
Lo más doloroso es que cada GWh de carbón genera unas emisiones de 950 Tm de CO2, mientras que las de gas se quedan en 403,15 Tm. ¡Menos de la mitad! Además, las plantas de gas son mucho más eficientes que las de carbón. La producción con carbón equivaldría a un uso continuado de 188 días, mientras que las de gas se quedan en tan sólo 58 días. Vergonzoso. Es decir, podríamos perfectamente cerrar todas las plantas de carbón y producir esa electricidad con gas. De haberlo hecho el año pasado, habríamos evitado 24.712.000 Tm de CO2, es decir que en lugar de 74.917.492 toneladas, nos habríamos quedado en 50.205.000 Tm, ¡muy por debajo de 63.577.000 Tm del año 2016!
Mientras el señor Nadal sigue con el cuento de la subida de la luz por culpa de la situación de los embalses sin darse cuenta de que lo de los embalses es por culpa de la política del gobierno español. Y de muchos otros, no hay duda. ¿Pero eso justifica que no actuemos? ¿Ha sido fácil para las nucleares en Japón? Que yo sepa ese país no se ha hundido. Y en España hemos soportado cosas peores: la reconversión naval, el rescate de los bancos y banqueros corruptos y el latrocinio al que han estado sometiendo a este país de forma sistemática.
Podemos y debemos cerrar ya las plantas de carbón. La minería lo tendrá que aceptar como lo han tenido que aceptar otros sectores que no han sabido o no han podido adaptarse al cambio. Hay demasiados ejemplos. Las voces que claman por la urgencia del cambio de modelo energético ante la evidencia del desastre del clima son cada vez más y más insistentes, pero no hay reacciones serias. ¿Qué les va usted a contar a sus nietos, señor Nadal? ¿Qué pensaba como Trump?