Hace un par de semanas escuché la frase “las cooperativas energéticas estáis de moda”. A esto añadiría que, no solo las cooperativas, sino muchos proyectos energéticos definidos como “verdes” o “renovables” que copan desde hace algún tiempo
grandes titulares.
Desde entonces, la siguiente pregunta ronda mi mente: ¿estar de moda es algo positivo?
Los distintos cambios legislativos, los fondos Next Generation y del programa REPower han creado el marco y facilitado los recursos para que la transición energética coja impulso.
El contexto geopolítico situó en el centro del debate público la enorme dependencia que Europa tiene de recursos energéticos de una forma muy cruel: la guerra de Ucrania agravó y visibilizó la crisis de precio que se venía cocinando desde abril de 2021. Según los datos publicados por la oficina de estadísticas europeas Eurostat, en 2022 el 17,1% de los españoles no pudo mantener sus hogares a una temperatura adecuada frente al frío. En 2019 esa cifra se situaba en el 7,5%.
Reducir esa dependencia se había convertido en algo estratégico y urgente. Con esta endiablada combinación de necesidades y con una lluvia de millones de por medio, conceptos como comunidades energéticas e hidrógeno verde se convirtieron en poco más que trending topic. Los anuncios de megaproyectos se anunciaban y se anuncian a la misma velocidad que surgen movilizaciones para ponerles freno. Como diría Jaume Franquesa, la transición se convierte en transacción.
Las energías renovables, sobre todo la fotovoltaica y eólica, están de moda. Si además van acompañadas de conceptos como “comunidad”, “social” o “colaboración público- privada”, se convierten en los productos estrella. El problema de la moda es que es un concepto ligado en su propia concepción a un período de tiempo determinado. Está pensada para llegar a la masa social rápidamente y que en el corto-medio plazo se quede o se vea como obsoleto. A continuación, la maquinara vuelve a empezar: actualizaciones obligatorias, re-diseños, accesorios, productos totalmente nuevos, etcétera... O simplemente, el olvido.
En algún momento todas hemos sentido decepción, frustración e incluso cabreo por lo que nos venden, cómo nos lo venden, lo que no nos cuentan, por el sentir que no tenemos capacidad por nosotras mismas de tomar esa decisión de compra y tener que fiarnos…
Percibo mucho de todo esto cuando leo en titulares expresiones como “en la cresta de la ola” o “el boom”, o cuando a un grupo de personas les presentan un proyecto de autoconsumo colectivo prometiendo ahorros pero se sienten inseguras porque nadie les ha explicado cómo entender su factura, o en los pueblos en los que se quieren imponer macro proyectos o grandes infraestructuras.
Impotencia de ver la cantidad de millones destinados en algunos casos a proyectos de dudosa viabilidad económica, social y ambiental mientras existe un gran desconocimiento sobre el bono social.
Estas son las sombras que inevitablemente genera cualquier foco.
Afortunadamente también hay proyectos para los que este contexto ha sido la chispa que da lugar a ese tipo de fuegos que tanto me gustan. De los que se crean con tiempo, con grandes leños, que antaño aglutinaban en torno a ellos a familias y pueblos para guarecerse del frío y a su vez creaban espacios para hablar sobre “lo común”. De esos que cuando te levantas por la mañana, todavía dejan brasas.
Creo que como sociedad nos faltan herramientas para cultivar un pensamiento a largo plazo. Pero sí podemos, por ejemplo, repensar conceptos como el de rentabilidad aplicando una mirada más holística.
Porque si no, cuando el dinero se acabe, porque se acabará, nos despertaremos y solo quedarán cenizas. Por lo menos, la rueda de la moda dejará de girar.