«Me imagino que todos sabéis de sobra quién está hoy en esta sala. Pero me vais a permitir que, ya que ejerzo de anfitrión de este Congreso, os lo recuerde. Y, de paso, saque pecho. En esta sala están las empresas que han hecho posible que la eólica sea la principal fuente de generación eléctrica de España: en los primeros cinco meses de este año, 24 de cada 100 hogares y empresas se han abastecido de electricidad gracias a la eólica, que fue la primera fuente de electricidad de los españoles en un año completo por primera vez en 2013, un hito mundial. Sentados entre el público hay muchos de los pioneros del sector que, hace más de 20 años supieron ver no sólo la necesidad de España de contar con una fuente de energía limpia, autóctona y barata, sino también la oportunidad de llevar la tecnología española a todos los confines del mundo y construir Marca España.
Hoy las compañías aquí presentes son propietarias del 10,5% de toda la potencia eólica instalada en el Planeta, nada menos que de 40.000 MW. De las fábricas españolas han salido el 12% de los aerogeneradores y componentes eólicos del mundo. Gracias a la tecnología eólica española instalada a lo largo y ancho del globo, el año pasado se evitó la emisión a la atmósfera de 71,5 millones de toneladas de CO2. Y las empresas eólicas dan empleo a unas 90.000 personas en el mundo, con lo que han generado el 9% del empleo eólico mundial. Es decir, que este Congreso reúne a un activo clave para nuestro país, aunque aún haya gente a la que le cuesta verlo. ¿Son o no motivos suficientes para sacar pecho?
Claro que alguno podría estar pensando que esto que dice el presidente de la AEE sobre la eólica lo podrían decir también los presidentes de la Asociación del Rifle o de la de fabricación de carrozas, si existiera. ¿Es de verdad el eólico un sector especial? Pues si miramos a nuestro alrededor veremos que sí. Porque desde países tan cercanos como Alemania o Francia, a otros tan lejanos como Suráfrica, India o México, la energía eólica es parte fundamental de todos los planes energéticos de futuro y nadie ignora que es uno de los protagonistas de la revolución energética que viene.
No sólo lo dice AEE. El G-7 se comprometió hace dos semanas a que en 2050 se hayan reducido entre un 40 y un 70% las emisiones de gases de efecto invernadero, lo que implica una decidida apuesta por las renovables frente a los combustibles fósiles. Y la Comisión Europea sitúa a las renovables como parte clave de su estrategia de Unión Energética, porque son autóctonas y reducen la dependencia de los combustibles fósiles, porque son fundamentales en la lucha contra el cambio climático y, atención, porque ya pueden ser competitivas en términos económicos.
El propio presidente de la Comisión, Jean Claude Juncker, dejó claro en su Agenda Política que considera a las energías renovables clave no sólo para alcanzar los objetivos energéticos, sino también como motor industrial de la Unión Europea. Porque de lo que hablamos hoy no es sólo de política energética, sino también de política económica e industrial.
Y también, claro que sí, las renovables son un instrumento necesario para la política medioambiental. No olvidemos que este es un año clave en términos de lucha contra el cambio climático: todo apunta a que habrá un gran acuerdo en París en diciembre para frenar las emisiones a nivel internacional. De ahí que la Asociación Empresarial Eólica haya querido premiar el trabajo que está realizando el secretariado de la Convención de la ONU sobre Cambio Climático para lograr un acuerdo hacia una economía descarbonizada. Por eso nuestra Distinción Anual va a ser para Christiana Figueres, secretaria ejecutiva de la Convención de la ONU sobre Cambio Climático. Esta noche, en la Cena del Sector, se hará entrega de este y de los demás Premios Eolo.
La apuesta por la energía eólica es, pues, una enorme oportunidad que hay que aprovechar, como lo están haciendo los países de nuestro entorno. Europa, y sobre todo España, ha perdido muchos trenes: el mundo digital tiene su centro al otro lado del Atlántico, y hace ya tiempo que sabemos que nuestras industrias no pueden competir sólo en costes bajos. Pero la nueva energía limpia, como la nueva economía verde, es un campo en el que aún tenemos ventaja.
Y aquí España ya ha hecho los deberes y está a la vanguardia tecnológica eólica del mundo.
El sector eólico español es envidiado por muchos países: somos el tercer exportador del mundo de aerogeneradores por valor de unos 2.000 millones de euros al año. El país del “que inventen ellos”, España, figura séptimo en patentes eólicas mundiales e invierte al año 200 millones de euros en I+D. Tenemos ingenieros con unos conocimientos que se rifan en el mundo, empresas líderes en toda la cadena de suministro… Y eso que tanto necesita España, que es trabajo de calidad: la eólica crea cinco veces más empleo que las tecnologías convencionales y el 70% de los empleados del sector son titulados.
Además, la eólica baja el precio de la electricidad, como se puede ver siempre que sopla el viento con el contador eólico que tenemos en nuestra página web, y ahorra 2,5 euros al mes a cada hogar medio español en su factura de la luz; insufla nueva vida a comunidades rurales envejecidas; tiene un importante efecto arrastre sobre la economía de los más de 800 municipios que albergan los 1.077 parques eólicos de este país o de las 12 CCAA que cuentan con las 200 fábricas de componentes eólicos.
Sin embargo, en España nos cuesta acabar las cosas. A veces incluso nos cuesta ver lo evidente, y admiramos más lo de fuera que lo propio. Y, en materia energética, la realidad es que no hay que buscar en otros países los recursos que tenemos en casa. En Europa, y en España, nuestro fracking es el viento, que se aprovecha con tecnología europea –en gran parte, española– y gracias al talento europeo.
Y por eso el eólico ha de ser un sector estratégico. Ya lo es en gran parte de Europa y del mundo. Y en España, debería seguir siéndolo. Si nos dejan.
Todo esto suena muy bien, ¿verdad? Pero seguro que alguno de vosotros ya se está preguntando si me he olvidado de los problemas.
Eso es imposible, porque este último ejercicio ha sido sin duda el más difícil de la historia de nuestro sector. Sobre todo para los 300 parques, el 30% del total, que se han quedado sin retribución regulada, algunos 10 años antes de lo que les había prometido el Gobierno español…y según lo cual habían invertido. Con ellos a la cabeza, los gestores de todas las empresas eólicas se han encontrado con la necesidad de refinanciar los créditos debido al cambio retroactivo en las reglas del juego; han tenido serios problemas de liquidez por tener que devolver los incentivos percibidos provisionalmente de manera retroactiva; se han encontrado grandes dificultades para entender y aplicar un nuevo y extremadamente complicado sistema; y muchos han debido contratar o aleccionar a cohortes de abogados para pleitear contra la Reforma Energética.
Los ingresos de los promotores se han reducido más de un 30% en el primer año de aplicación de la nueva normativa. Y los fabricantes se plantean marcharse de España ante el parón del mercado doméstico, en el que en 2014 sólo se instalaron 27 MW.
Y todos estos efectos, además, son permanentes, pese a que es conocido que buena parte del problema a resolver tenía un componente coyuntural.
Como consecuencia de todo ello, los fondos de inversión, buitres o no, sobrevuelan nuestras empresas, ávidos de comprar duros a pesetas. Y el sector está paralizado.
El eólico siempre ha sido un sector razonable y entiende que había un problema muy serio, el déficit de tarifa, que era responsabilidad de todos resolver. Por supuesto.
Lo que nunca comprendimos es por qué al menos culpable de todos, la eólica, le ha correspondido pagar la parte más alta de la factura. Incluso, lamentablemente, los ahorros que produce la eólica sirven para sufragar ineficiencias del sistema que permiten que algunos cobren incentivos –porque lo son, aunque no se les llame así– sin aportar nada a cambio.
La eólica ha crecido siempre de una manera ordenada y ha cumplido escrupulosamente los objetivos marcados por el regulador. Es la tecnología renovable más barata, junto a la hidráulica. Ha sabido aprovechar la curva de aprendizaje, aunque aún le quede camino por recorrer. Ha creado industria y Marca España. Y ha utilizado los incentivos recibidos no para guardarlos en el bolsillo, sino para abastecer a 14 millones de hogares españoles con energía limpia y autóctona.
En esta situación tan grave en que ha quedado el sector español, la pregunta es obvia: ¿hay futuro para este sector? O, mejor dicho, ¿el futuro seguirá teniendo a empresas españolas como protagonistas? ¿O cederemos la cabeza del pelotón a los de siempre? Que, por cierto, lo están deseando.
Pese a todo, creo que tenemos que intentar recuperar el optimismo. En honor a la verdad, en España se han dado ya los primeros pasos hacia un porvenir todavía incierto. Como el anuncio de la primera convocatoria de subastas o la Planificación Energética a 2020. Con ambas, el Gobierno reconoce la importancia de la eólica como una de las tecnologías más competitivas y eficientes del panorama nacional e internacional, clave para cumplir con los compromisos europeos de cara a 2020.
Pero si queremos cumplir esa Planificación, habría que instalar unos 5.000 MW eólicos de aquí a 2020, lo que supondría una inversión de unos 7.000 millones de euros. Y para ello es necesaria financiación. Y para ello es necesario recuperar la confianza.
De ahí que haya que hacer cosas. Y la AEE tiene peticiones concretas que presentar. La primera es la necesidad de restablecer esa confianza perdida para las empresas con instalaciones en marcha y de ese modo atraer nuevas inversiones que contribuyan a seguir escribiendo la historia de éxito de la eólica española. Y eso pasa por corregir aspectos fundamentales del modelo resultante de la Reforma Energética.
En primer lugar, revisar la posibilidad de modificar la rentabilidad cada seis años, algo que sólo sirve para generar una incertidumbre no necesaria. En segundo lugar, corrigiendo la imposibilidad de los parques de recuperar buena parte de los desvíos entre el precio de mercado real y el que prevé el Gobierno para el cálculo de los ingresos de las instalaciones. Sólo en 2013 y 2014, este desvío ha supuesto al sector eólico una pérdida adicional y permanente de valor de más de millones de euros, que habría que recuperar.
En tercer lugar, es necesario contar con un Plan de Energías Renovables más allá de 2020, con objetivos y medidas claras para el desarrollo de la eólica. Un plan en el que España plasme su visión estratégica a medio y largo plazo sobre su futuro energético. En cuarto lugar, se necesitan medidas encaminadas a dinamizar el mercado interno y a aumentar la capacidad exportadora y la presencia internacional de las empresas para que nuestra potente industria no se marche de España. Como ya anunciáramos hace un año, llevamos un tiempo trabajando con el Ministerio en medidas de impulso a las exportaciones y la presencia internacional, que favorezcan la I+D y que propicien el desarrollo industrial. Por suerte, hemos encontrado receptividad y esperamos estar pronto en disposición de anunciarlo.
Asimismo, es vital que la eólica pueda participar activamente en todos los mercados y prestar servicios de ajuste, lo que supondría un gran avance para el sector y su integración en los mercados y daría a España un nuevo motivo para estar a la vanguardia en este aspecto.
Y, ¿por qué no? También nos gustaría un gran Pacto de Estado de la Energía, un acuerdo entre todos que garantizase la estabilidad regulatoria.
A cambio, tenemos mucho que ofrecer. Si nos dejan hacer lo que hemos demostrado hacer tan bien a lo largo de los últimos 20 años y en 2020 nos aproximamos a los 30.000 MW eólicos, España podría tener no sólo una menor dependencia energética, sino también 10.000 empleos cualificados más o seis millones de toneladas de emisiones de CO2 menos, por mencionar sólo algunos posibles efectos.
Repito, con un coste muy bajo para el país. Porque para un país como España invertir en eólica es dejar de vivir de alquiler (esos combustibles fósiles que nos tenemos que traer de caseros poco fiables) y pasar a tener casa propia. Significa ser independiente
Ha llegado la hora de las apuestas y de la coherencia. El cambio energético es imparable y parte de nuestra atención puede dedicarse a gestionar la transición, claro que sí; pero esa gestión no puede parar el cambio, como algunos desearían. O hacer que ese cambio se produzca no al ritmo mejor para todos, sino al ritmo que mejor encaja en los intereses de unos pocos. Esto no puede aceptarse: si somos coherentes con los objetivos que anunciamos, las políticas también lo deben ser: de lo contrario, sufrirán los inversores y los innovadores.
Hay que apostar, con racionalidad y sentido común, por aquellas tecnologías renovables más competitivas, como la eólica. Y, por supuesto, las empresas de este sector debemos seguir haciendo lo que hemos hecho tan bien hasta ahora: innovar y reducir costes. Pero debemos evitar que se generen falsos debates que, como el de la competitividad y las renovables, pretenden beneficiar al pasado a costa del futuro.
España debe acertar con sus apuestas porque es mucho lo que se juega. Y entender que el eólico es un caballo ganador.
Por nuestra parte, esperamos aires nuevos. De hecho, si hemos convertido nuestra vieja y querida Convención Eólica en este Congreso es porque estamos convencidos de que más pronto que tarde han de venir.
La eólica siempre ha ofrecido diálogo, porque no vive fuera del sistema, sino que, muy al contrario, cada vez más es una parte fundamental de él.
Con esfuerzo por parte de todos, ideas y buena voluntad, creo que este sector, los que estamos hoy en esta sala, le podemos aportar mucho a España. Lo importante ahora es recuperar ese diálogo y trabajar YA por el futuro».