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Emilio Miguel Mitre, director de Urban Climate Economy

“No se consigue un buen clima urbano 'achicando' calor de edificios recalentados como consecuencia del diseño del edificio y de su entorno urbano”

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Miembro de nuestro Consejo Asesor prácticamente desde los inicios de la revista, Emilio Miguel Mitre tiene una larga trayectoria en edificación sostenible. Lleva tres décadas haciendo edificios bioclimáticos y 15 años promoviendo la sostenibilidad en la edificación desde la organización Green Building Council España (GBCE) de la que fue uno de los fundadores. Ahora regresa a la acción más personal y propone lo que ha dado en llamar “Economía del Clima Urbano”  (Urban Climate Economy). Hemos hablado con él para saber de qué se trata.
“No se consigue un buen clima urbano

– ¿Por qué Economía del Clima Urbano?
La idea de la Economía del Clima Urbano (que lanzo ahora en su versión en inglés, Urban Climate Economy, como nombre de mi nueva sociedad porque es un poquito más sintético y me permite llegar a más interlocutores), viene a ser como el resultado de toda mi trayectoria, una especie de “destilado”. Por así decir, es algo que he estado haciendo siempre pero sin nombrarlo con esta precisión.
 
Economía del Clima Urbano se explica bastante a sí misma como concepto. Llego a la conclusión de que es un ámbito fundamental porque detecto, a través de mi participación en distintos trabajos, que realmente existe un vacío muy grande en el tratamiento de este asunto, un vacío que conviene llenar con una visión más amplia y distinta de la habitual, desde una perspectiva integradora, teniendo todo el contenido económico en cuenta y con un enfoque innovador. Y por lo que voy viendo, se trata además de un concepto de una potencia extraordinaria, porque cuando lo comento con colegas percibo que se les enciende una lucecita tipo eureka al oír el nombre.
 
Al final, el punto de encuentro más universal de todas las personas y todas las cosas viene a ser la economía, y es importante que se afronte sin miedo desde los planteamientos ambientalistas, para cambiar las cosas desde dentro. Todo está dominado por el mercado (o por los mercados), su dominio se acepta sin más y, curiosamente, no aprendemos de los desastres a los que conduce esta dictadura del mercado. Eso que muchos consideran que es una verdad universal, de que si algo verdaderamente vale la pena va a triunfar en el mercado, en muchos casos no es así, y vivimos rodeados de cosas con mucho valor que sin embargo se valoran poco… al menos de momento. Esto sucede de manera muy notable con la edificación y el urbanismo sostenible.
 
– ¿Y cómo se podría cambiar ese planteamiento economicista?
Durante mucho tiempo he denostado la expresión de “modelo de negocio” por parecerme (lo sigo creyendo) que muchas de las cosas más importantes de la vida en realidad no responden a un modelo de negocio. Esto es cierto, pero también lo es que, si queremos que algo avance en nuestra sociedad, la sola convicción de unos pocos no va a ser suficiente para que el cambio tenga lugar. Hacen falta modelos de negocio, pero lo que no puede ser es que esos modelos sean del tipo “business as usual” tradicional. Estamos en una transición, y en las transiciones normalmente conviven los modos de hacer de antes con los que queremos implantar en el futuro, pero no podremos avanzar hacia una transición ecológica del entorno habitado si seguimos haciendo los análisis coste/beneficio del pasado.
 
Esto puede parecer una obviedad pero es así: por ejemplo, las cuentas de la renovación sostenible de la edificación “no salen” por la sencilla razón de que en el análisis cortoplacista, en el coste no aparece el menor coste de actuar ya, y en los beneficios no se valoran los derivados del confort de mayor calidad o la salud y la resiliencia (por no mencionar un incremento patrimonial más sólido a futuro). Y, además, se da la circunstancia de que la edificación sostenible se compara contra el coste de otros combustibles subvencionados, con lo cual el hecho de que no salgan las cuentas del coste de la mejora de la calidad energética y ambiental de nuestra vivienda viene a ser una profecía autocumplida. En realidad viene a ser como jugar con las cartas marcadas.
 
Las ventajas que debería darnos nuestro edificio en la creación de confort “sin tocar el botón”, o el entorno urbano con un clima suavizado por el tratamiento de las superficies, el agua y la vegetación, hoy por hoy no tienen una valoración específica. La idea de que la contabilidad energética no contiene aspectos que en realidad son fundamentales no es nueva. En la parte del coste, hace tiempo hablábamos de estos aspectos como externalidades. En la parte de los beneficios, tal vez más recientemente hablamos de “cobeneficios”, e incluso en algún caso se les pone un número, pero al final esto queda más bien como una curiosidad y no se introducen en la cuenta. Resulta fundamental atraer la atención sobre un nuevo modo de ver las cosas que integre todo esto y mire un poco más allá, involucrando, de una manera que espero que resulte inspiradora, a la ciudad, al clima y a la economía.
 
– Economía del Clima Urbano ¿quiere decir entonces que hay, o puede haber, una economía especial que es la del clima urbano? ¿O que el clima urbano puede ser de distintas maneras, según se consiga?
En esta expresión, urbano califica a clima, y clima urbano califica a economía, que es el auténtico sustantivo de este ejercicio. Sin dejar de lado las acepciones usuales de economía como ciencia de los recursos escasos, al hablar de economía me refiero fundamentalmente a la acepción primordial de economía como “gobierno del hogar”. Clima también se concibe de una manera amplia, pensando no sólo en las condiciones higrotérmicas, sino en todas las demás, incluyendo por ejemplo la acústica. Y también otras condiciones como por ejemplo las relacionales, prestando oportunidades a las personas de todas las edades de interactuar en la calle. Hablamos de buen ambiente en definitiva.
 
Dependiendo de cómo se actúe en los edificios y sus instalaciones, y en el urbanismo, el clima urbano será de una manera u otra. Por poner un ejemplo simple, si tenemos una plaza hormigonada sin un solo árbol en una ciudad de clima continental (pongamos que hablo de Madrid), ese lugar no sólo será tremendamente inhóspito bajo nuestro sol de justicia de verano, sino que, la urgencia de escapar de él que cualquier paseante va a experimentar abortará casi toda posibilidad de estancia y de relación.
 
Este ámbito urbano recalentado afectará a todos los edificios que se encuentren en su entorno, que tendrán que luchar contra un microclima más caluroso de lo que podría ser, consumiendo más energía de la que deberían para encontrarse en confort. Y teniendo que poner a toda máquina la ahora llamada aerotermia –o sea, el aire acondicionado de toda la vida– con lo que eso significa, que es sacar el calor de la casa para ponerlo en la calle…. Circunstancia que será todavía más grave si, por ejemplo, el edificio tiene una ganancia de calor solar indeseada a través de sus acristalamientos.
 
– El calor genera todavía más calor
Nos encontramos ante un círculo vicioso (que técnicamente se conoce como “isla de calor”), al que estamos tan acostumbrados que ya nos cuesta verlo con claridad. Recuerdo que hace poco vi un video de una vivienda que se encontraba en medio de una inundación. El desdichado propietario, en la puerta de su casa, en la planta baja de la vivienda y con el agua hasta la cintura, denodadamente combatía la inundación sacando el agua de la vivienda a golpe de cubo hacia fuera. Bueno pues esto viene a ser parecido.
 
No se consigue un buen clima urbano “achicando” calor de edificios recalentados como consecuencia del diseño del edificio y de su entorno urbano. Esto es una mala economía. Por el contrario, es fácil de imaginar que si tuviéramos un edificio que no se recalienta con el sol, que se encontrara, además, en un entorno urbano fresco, podíamos estar hablando de una economía mejor. Iba a añadir que esa economía sería mejor casi “cueste lo que cueste” hacer que tanto el edificio como el entorno sean frescos, y es que aquí es donde radica el problema: lo que parece que cuesta la cosa no es lo que en realidad cuesta.
 
Así que sí. Pienso que, efectivamente, hace falta una nueva economía en la que se valoren adecuadamente las mejores maneras de conseguir un clima urbano de calidad. ¿Qué valor tiene una plaza en la que personas de todas las edades puedan estar cómodamente y relacionarse?
 
– ¿En qué proyectos está trabajando en este sentido?
Desde el enfoque de los Distritos de Energía Positiva (o sea distritos que generan más energía que la que consumen), y en concreto desde el proyecto faro europeo Making City, he promovido que en la estructura llamada Scalable Cities (que es la que reúne a los todos los proyectos faro), se discuta un “new starting point”, un nuevo punto de arranque del enfoque económico que pretende llamar la atención sobre la necesidad de hacer una crítica constructiva seria acerca de las realidades que hemos sido capaces de conseguir, por qué muchas cosas no están funcionando como sería deseable, y qué posibles soluciones podría haber.
 
La Misión europea de Ciudades Climáticamente Neutras es el nuevo marco emergente que en teoría debe recoger todo el conocimiento anterior para alcanzar de manera anticipada, en el año 2030, el objetivo genérico de neutralidad climática a 2050. Aquí me interesa mucho la discusión del contenido real de esos proyectos de ciudad climáticamente neutra, el coste asociado que conllevan, a quién corresponde pagarlo (¿a la ciudad, al ciudadano, a la empresa?), y cómo puede pagarse.
 
La discusión es tremenda y entraña mucha dificultad porque normalmente el contenido de intervenciones para llegar a la neutralidad climática no es completo en el sentido de que algunas de las intervenciones que más necesarias serían se encuentran pobremente contempladas. Es el caso de la gestión del agua, la suavización de las superficies construidas, el tratamiento urbano con soluciones basadas en la naturaleza… son intervenciones que conviene realizar, pero ¿quién debe correr con el gasto y en qué condiciones?  No hay un modelo de negocio claro. Se habla de que hay mucho dinero para ser invertido en cosas sostenibles, pero ¿quién quiere, o debe, hacer esta inversión? Es el caso también, lamentablemente todavía, de la rehabilitación energética de los edificios.
 
– Parece entonces que no resulta fácil poner en marcha este tipo de proyectos
Para intentar avanzar en el entendimiento de este asunto estoy desarrollando en mi ciudad, Valladolid, un proyecto con mi visión del distrito de energía positiva como modelo para la ciudad climáticamente neutra, en la línea de los proyectos de descarbonización Misión Valladolid como Ciudad Climáticamente Neutra gestionados por la Agencia de Innovación y Desarrollo Económico de Valladolid (IDEVA). Además de la visión, el proyecto incluye la estimación energética y de carbono junto con una valoración económica y la imagen asociada, por lo que espero que pueda resultar sugerente y transmitir ideas.
 
También estoy empujando estos conceptos en la PTE-ee (Plataforma Nacional de la Edificación – eficiencia energética), y estoy trabajando en una estructura nacional de rehabilitación, porque la rehabilitación es la pieza esencial, pero en este momento requiere una atención muy cuidadosa para que se desarrolle adecuadamente. Los fondos NextGen han conseguido lo que casi podríamos llamar un boom de demanda, pero ahora llega el momento de la realidad, en el que esa demanda hay que atenderla, y hay que hacerlo bien y, además, en un tiempo récord…, pero en realidad se da la circunstancia de que la capacidad edificatoria real es muy reducida.
 
¿Cómo gestionar esta tormenta perfecta y cómo hacer (y aquí es donde se conecta con el concepto de economía del clima urbano) que la rehabilitación transite más o menos ordenadamente hacia unos modelos financieros que no estén tan fuertemente apoyados en las subvenciones? Esta es una de las cuestiones clave.
 
– ¿En qué espera que se convierta Urban Climate Economy?
Como soñar cuesta relativamente poco, a mi me gustaría que Urban Climate Economy se convirtiera en un ámbito que atrajera a un pensamiento disruptivo positivo, que pudiera adquirir influencia política y convertirse en transformador, en términos de economía real, para lograr esas ciudades descarbonizadas con una habitabilidad de especial calidad.
 
De manera muy modesta, esta dinámica he podido iniciarla en el evento Sostenibilidad XL de GBCE que ha tenido lugar a finales de junio en Valencia, donde mi planteamiento de los términos generales de esta discusión ha sido recibido con interés.
 
Principio requieren las cosas.

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Miguel Ángel Valiente Merinero
Muy interesante la entrevista, y totalmente de acuerdo. El diseño de la ciudad es muy importe. En la lucha por la transformación energética justa, hay varios frentes. Desde nuestra Asociación para el Fomento de las Comunidades Energéticas (AFCE, afce@site), en la provincia de Madrid, intentamos que la transición energética se haga lo antes posible. Aquí en Alcobendas se va a realizar un nuevo desarrollo urbanístico con aproximadamente 8.500 viviendas. Esperemos que el diseño tenga en cuenta lo que se menciona en la entrevista, y pudiera ser este desarrollo un distrito de energía positiva. Gracias
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