El fondo europeo de recuperación, Next Generation UE, se ha convertido en la mayor esperanza para superar la crisis económica provocada por la Covid-19. El Fondo Monetario Internacional ha señalado a España como el país más castigado y hasta 2025 no recuperará lo perdido en 2020. La caída prevista del PIB, de un 12,8% para este año, es la mayor entre los países avanzados y recomienda a España que utilice los recursos europeos para mejorar la productividad de la economía, algo difícil cuando durante las últimas décadas se ha impulsado una economía de servicios de escaso valor añadido.
La productividad es la suma del conocimiento, la innovación y la inteligencia aplicados a la tecnología. La innovación tecnológica en energía se llama eficiencia energética y es el principal instrumento del que van a depender los objetivos de energía y clima en 2030 y la descarbonización en 2050. La transición energética y ecológica es el proyecto innovador por excelencia que puede cambiar el patrón de la economía española. La eficiencia energética aporta el valor añadido para elevar la productividad a través de su integración masiva en todas las actividades.
Dos conceptos de eficiencia energética
Se puede considerar la eficiencia energética como un coste o penalización a la economía, como ha sido el criterio oficial en la última década por significar una pérdida de ingresos para el sistema eléctrico y un sobrecoste para la actividad económica; o se puede considerar una inversión de utilidad al combinar la energía con una tecnología eficiente para conseguir un ahorro de energía primaria medible.
Los dos conceptos representan la diferencia entre un modelo energético basado en el mayor consumo de energía para asegurar la rentabilidad de las instalaciones energéticas o un modelo energético que prioriza las funciones de eficiencia de esas instalaciones para reducir los costes energéticos y proteger a los consumidores finales. La generación centralizada, por su mayor coste, necesita un modelo basado en aumentos constantes del consumo y la generación distribuida es más barata y eficiente por su proximidad a los centros de consumo.
Según las directrices de la Comisión Europea para la gestión de los fondos estructurales, la eficiencia energética es la cantidad de energía ahorrada, calculada en función de la medición del consumo antes y después de las medidas de mejora efectuadas. La eficiencia energética ha de producir un rendimiento sobre el gasto de energía y tiene que ver con la gestión de la demanda, es decir, las tecnologías y aplicaciones inteligentes para obtener los ahorros y contabilizar los consumos en tiempo real.
En el edificio de consumo de energía casi nulo, el cálculo de la eficiencia energética mide el consumo de energía en energía primaria neta, que es la que resulta de restar al consumo de energía primaria aquella parte que se cubre con energías renovables “in situ”, es decir, con autoconsumo. Las fuentes renovables y las medidas de eficiencia energética se unen para reducir la cantidad de energía suministrada neta y las renovables forman parte siempre del cálculo de la eficiencia energética.
La resolución que el Parlamento Europeo aprobó en 2014 sobre los objetivos climáticos para 2030 estableció un enfoque, posteriormente recogido en la gobernanza del “Paquete de Invierno”, por el que los tres objetivos de emisiones, renovables y eficiencia forman un solo conjunto con una jerarquía en la que la eficiencia energética arrastra a los otros dos objetivos. Cuanto más elevado sea el objetivo de eficiencia mayores cuotas se alcanzarán de renovables y reducción de emisiones. Con un objetivo del 40% de eficiencia, según el Parlamento Europeo, se alcanzaría un 35% de renovables y un 50% de reducción de emisiones. En el PNIEC 2021-2030 que ha presentado España a Bruselas, con un 39,5% de objetivo de eficiencia, se alcanzaría un 42% de renovables, pero solo un 23% de reducción de emisiones y un 27% de electrificación de la demanda. Los objetivos climáticos de España no son coherentes y se quedan al 50% de lo que sería necesario para cumplir el Acuerdo de París.
La eficiencia energética y la gobernanza del clima
La Comunicación de la Comisión Europea de 2015 sobre la Unión de la Energía destacaba que los ayuntamientos son los primeros actores del progreso de la eficiencia energética. Esta afirmación adquiere más relevancia a la vista del contenido de las directivas europeas de renovables, edificios y mercado interior de la electricidad, de 2018 y 2019, que centran la transición energética en el desarrollo de los recursos energéticos distribuidos y la figura del consumidor activo a través del autoconsumo, los contadores inteligentes, los agregadores, el almacenamiento, la recarga del vehículo eléctrico y las comunidades ciudadanas de energías renovables, con una clara mención a la participación de los entes locales.
El Reglamento (UE) 2018/1999, sobre la gobernanza de la Unión de la Energía y la Acción por el Clima, confirma la prioridad de la eficiencia energética al establecer como guía de los planes de energía y clima el principio “Primero, la eficiencia energética”, por el que antes de cualquier decisión de inversión o planificación energética se deberán tener en cuenta alternativas de eficiencia energética, tanto en oferta como demanda, mediante ahorros de energía y gestión de la demanda. Antes de llenar el territorio de renovables a gran escala o de megaplantas para producir hidrógeno, habrá que llenarlo de eficiencia energética. Antes de aumentar la sobrecapacidad de oferta de generación centralizada, aunque sea renovable, habrá que establecer objetivos de generación distribuida y de gestión de la demanda.
Según el Reglamento de la gobernanza, las estrategias nacionales de rehabilitación de edificios son el instrumento más importante para desarrollar la eficiencia energética y cumplir los objetivos climáticos de 2030 al tener como objetivos la transformación del parque inmobiliario en edificios de consumo de energía casi nulo y su descarbonización en 2050, así como la integración de puntos de recarga para los vehículos eléctricos en los edificios y aparcamientos. Se vincula el desarrollo de la movilidad eléctrica a la eficiencia energética de los edificios.
Los planes de energía y clima deberán contener objetivos de flexibilidad del sistema energético, es decir, de capacidad de generación distribuida, almacenamiento, redes inteligentes, agregadores, gestión de la demanda y señales de precio en tiempo real para que los consumidores participen en el sistema energético y se beneficien de las ventajas de los contadores inteligentes y del autoconsumo.
El último informe de situación del mes de julio de la Comisión Europea sobre eficiencia energética vuelve a situarla como el objetivo prioritario para 2030 y critica la falta de ambición de los gobiernos que hace que la demanda de energía siga conectada a las variaciones del clima, del PIB o, como este año, a los efectos de la pandemia. Exige acciones mucho más enérgicas, tanto a nivel nacional como comunitario, así como la necesidad de centrarse en que la rehabilitación de edificios cumpla las normas mínimas de eficiencia energética.
Enorme potencial de ahorro
El potencial de ahorro de energía convierte la eficiencia en la mayor riqueza energética. La principal cualidad de las energías renovables es que permiten la proximidad de la generación y el consumo, pero esa cualidad solo se cumple con la generación distribuida. Es la razón por la que los nuevos modelos de negocio tratan de desarrollar los recursos energéticos distribuidos. Frente a la tesis del voto de España contra la Directiva 2012/27/UE, de eficiencia energética, de que en 2012 ya se habían alcanzado los objetivos de eficiencia energética de 2020, el Observatorio 2019 de Energía y Sostenibilidad de la Cátedra BP de la Universidad de Comillas ha confirmado que nuestra intensidad energética primaria sigue estando un 15% por encima de la media europea.
En el año 2019 solo el 7% de toda la nueva potencia renovable instalada fue de autoconsumo y el 93% fueron instalaciones renovables a gran escala. La gigantesca desproporción entre la generación centralizada y la distribuida, que se confunden ante la falta de objetivos desagregados en el PNIEC y en la regulación, es una ambigüedad que pone en peligro los objetivos de energía y clima. La generación distribuida es imprescindible para establecer objetivos de flexibilidad en el sistema energético.
La energía flexible es la que resulta de ajustar la oferta y demanda de energía en tiempo real en cada centro de consumo. El éxito de la transición energética va a depender de que la capacidad flexible agregue el mayor número de gigavatios a través del autoconsumo con almacenamiento, comunidades de energías renovables, agregadores y recarga de vehículos eléctricos en los edificios. Serán gigavatios que se ahorran al sistema con la más alta eficiencia energética y el control del consumidor.
El principal objetivo del PNIEC son las renovables y no la eficiencia energética, lo que ha provocado una doble euforia de nuevas inversiones renovables para conectar a red y para producir hidrógeno. Los mismos que exigieron hace diez años que no se apoyara la inversión en renovables inmaduras, como la energía solar, ahora reclaman apoyos a la inversión en tecnologías inmaduras, como hoy es el hidrógeno renovable.
Seguramente habrá que invertir en renovables para producir hidrógeno, pero la euforia renovable sin eficiencia energética es un grave error porque conduce a un modelo de renovables especulativas y centralizadas, sin flexibilidad energética, gobernado por las mismas grandes corporaciones que han visto cómo sus activos fósiles se han depreciado de forma definitiva y necesitan recuperarlos con limitados impactos en la productividad por ser un modelo caro, ineficiente y que en nada va a proteger a los consumidores finales.
Falta de ambición en la edificación y el transporte
Hace diez años se discutía la necesidad de tener una ley específica de eficiencia energética. Al quedar hoy relegada a un segundo plano, se echa en falta una estrategia de eficiencia energética que corrija la falta de ambición del PNIEC y de la Estrategia de Rehabilitación (ERESEE 2020) en los sectores que más energía consumen y más emisiones producen, como son la edificación y el transporte, en los que aún está pendiente la integración masiva de eficiencia energética y de autoconsumo.
El presidente del Gobierno anunció con cargo al Next Generation UE la rehabilitación de 500.000 viviendas en tres años, 250.000 vehículos eléctricos para 2023 y 100.000 puntos de recarga. La falta de concreción es una ambigüedad calculada que en el caso de la rehabilitación no aclara a qué tipo de rehabilitación se refiere, si profunda o solo cambio de calderas, y se queda muy lejos de la tasa de rehabilitación del 3% al año sobre un parque de 25,7 millones de viviendas, como exige Bruselas. En el caso de los vehículos eléctricos debería seguirse el modelo que propone la Comisión Europea de la carga inteligente donde la gente vive o trabaja y no en autovías y gasolineras para superar el atraso en movilidad eléctrica. La recarga de los vehículos eléctricos ha de situarse en el marco de las políticas locales y no en el de las multinacionales.
Esta realidad refleja que la barrera más importante a la eficiencia energética es la falta de competencia en los mercados energéticos. La generación distribuida abre la competencia a millones de consumidores y los nuevos modelos de negocio, como el autoconsumo con almacenamiento, contadores inteligentes, infraestructuras de recarga, comunidades de energías renovables o agregadores independientes, son modelos de eficiencia energética con el control del consumidor. Se puede asegurar que sin eficiencia energética muy pocas cosas cambiarán en los próximos diez años.