Las denominadas Smart Cities protagonizan a menudo la cara más amable del sector energético. Sus noticias son un anticipo de lo que viene, un escaparate futurista de lo que será el paisaje urbano dentro de pocos años aunque hoy esos escenarios aún puedan sonarnos a ciencia ficción. Uno de los más llamativos que se ha publicado últimamente es el de las farolas inteligentes, presentadas en sociedad a finales de marzo en Alemania por Huawei. Connected City Lighting Solution, que así se llama la propuesta, es capaz de modular el uso e intensidad lumínica de cada farola en función de factores como el momento del día, época de año o la luz natural propia de la situación geográfica de esa localidad. También incorpora una serie de sensores capaces de captar, por ejemplo, el flujo de personas, adaptando también los niveles lumínicos al mismo.
El proyecto de la firma tecnológica china ahonda en una cuestión a la que no siempre se presta la debida atención: el ahorro energético en el mobiliario urbano. La Comisión Europea estima que la iluminación urbana se lleva el 50% de la partida energética de las ciudades. Otros estudios elevan esa cifra hasta el 70%. The Climate Group calcula que en la actualidad hay 304 millones de farolas en los cinco continentes, una cifra que podría alcanzar los 324 millones en 2025. Solamente en la ciudad de Londres hay 35.000 farolas, que consumen 56 millones de kWh al año. Unas cifras mareantes que invitan a reflexionar acerca de la importancia de hacer una gestión racional de uso de algo tan cotidiano y aparentemente poco relevante como es una farola.
De acuerdo a los análisis de Huawei, cada una de estas nuevas luminarias “inteligentes” tiene un potencial de ahorro de hasta un 80%. Con esta iniciativa se promueve la eficiencia energética de unos elementos de iluminación artificial vitales para la vida y el paisaje urbano en poblaciones de todo el mundo. Unos elementos que no siempre funcionan en la medida que se requiere de ellos. Me refiero al desperdicio energético que supone mantener a plena actividad farolas que iluminan cuando no hay nada ni nadie que necesite ser iluminado, o esas otras de brillo mortecino que a duras penas logran alumbrar a su alrededor. Sin olvidar la contaminación lumínica que propician, y que afecta directamente a la biodiversidad y a la salud humana.
No cabe duda de que la iluminación inteligente es una de las áreas con mayor potencial de ahorro energético de nuestras ciudades. El proyecto de la Unión Europea “Lighting the cities”, el Reglamento de Eficiencia Energética en Alumbrado Exterior y el más reciente Documento de Requerimientos técnicos exigibles para luminarias con tecnología LED de alumbrado exterior ponen el foco de su atención en esta área y proponen soluciones basadas en tecnología SSL (Solid state lighting). Las bondades de este tipo de luminarias son bien conocidas en la medida en la que ya están presentes en muchos hogares en forma de LED. Esta tecnología, ya interesante por sí misma, incrementa exponencialmente su alcance cuando se combina e interactúa con otras infraestructuras de la ciudad, como las redes de telecomunicaciones y sensores, energía, instalaciones, sistemas de gestión de alumbrado público y movilidad y sistemas basados en energías renovables. Y aquí las posibilidades basadas en combinaciones y permutaciones tienden al infinito, comenzando por los ya mencionados sensores inteligentes, que puedan identificar cambios de luz o presencias para adaptar la duración y brillo de la iluminación.
Pero, siendo importante, no se trata únicamente de una cuestión de ahorro. Los sistemas inteligentes de gestión lumínica pueden contribuir también de manera sustancial a incrementar la seguridad en las ciudades. Unas pocas semanas atrás conocíamos una iniciativa piloto en la localidad tarraconense de Cambrils, que aplicaba iluminación LED a los pasos de cebra. El sistema hace que el paso de cebra se ilumine cada vez que un peatón cruza por encima, incrementando así su visibilidad ante los vehículos. Un ejemplo de cómo una gestión avanzada de los elementos lumínicos pueden contribuir a la seguridad vial y a hacer de las ciudades un lugar más humano y cívico.
Se trata de un campo, además, poco evolucionado, y en el que se abren muchísimas posibilidades, desde zonas de cruce cercanas a colegios, hasta señalización para acontecimientos deportivos urbanos pasando por objetivos meramente estéticos. Todo ello enmarcado en el objetivo de la Comisión Europea de incrementar la eficiencia energética de sus ciudades en un 20% para el año 2020. Un objetivo ambicioso que sólo puede ser alcanzado apostando por la innovación y con una mirada audaz hacia la cuestión lumínica.