La etiqueta energética nació para informar a los consumidores. En 1994 se traspuso en España una Directiva comunitaria que exige el etiquetado de frigoríficos, congeladores, lavadoras, secadoras, lavavajillas y lámparas de uso doméstico (bombillas, fluorescentes y bombillas de bajo consumo). Desde entonces, todos los establecimientos que los venden están obligados a mostrar la etiqueta de cada aparato, aunque basta darse una vuelta por grandes superficies o cadenas de electrodomésticos para descubrir que esta obligación se cumple de forma desigual. En la localidad madrileña de Alcobendas, el hipermercado Eroski ofrece unos paneles informativos comunes para todos sus electrodomésticos que incluye la clase energética. En cambio, en la tienda Miró de la misma ciudad apenas la mitad de los electrodomésticos muestran sus etiquetas. Aunque eso sí, en ambos casos la etiqueta acompañaba a los pequeños accesorios y manuales de uso que se guardan en el interior de cada aparato.
De la A a la G
Los niveles de eficiencia energética de los aparatos se determinan por una letra que va desde la A a la G, es decir, hay siete niveles. La A indica la máxima eficiencia y la G la mínima. El cálculo para situar a cada uno en su sitio parte de comparativas que se hicieron en Europa en 1993. Se midió el consumo anual de frigoríficos, lavadoras, etc, y al consumo medio de los aparatos analizados se le asignó el punto intermedio entre las letras D y E. A partir de ese punto o valor medio se calcularon los demás: un electrodoméstico de clase A, por ejemplo, consume sólo un 55% que uno de tipo medio, o incluso menos. El de clase B consume entre un 55% y un 75%; una lavadora C gasta entre en 75% y un 90%, y así sucesivamente.
Pero 1993 está ya muy lejos y los aparatos que se fabrican ahora son más eficientes que los de hace ocho años. Por eso se están llevando a cabo mediciones para actualizar los nuevos valores medios que traerán consigo la prohibición de fabricar frigoríficos por debajo de la clase D. Otro grupo de análisis está estudiando los niveles de eficiencia en calentadores eléctricos de agua y aparatos de aire acondicionado que, en un futuro próximo, contarán también con etiqueta energética.
Las etiquetas ofrecen mucha información dividida en dos columnas. En la de la izquierda se encuentran los enunciados y las barras de siete colores, que van del verde intenso al rojo, y que identifican cada clase. Debajo de las barras cada electrodoméstico tiene una información propia. Así, los frigoríficos indican el consumo de energía en kilovatios hora al año (kWh/año), además del volumen dedicado al frigorífico y al congelador o el nivel de ruido medido en decibelios. Las lavadoras miden el consumo energético en kWh por ciclo de lavado, y consignan también el consumo de agua en litros y el ruido de la máquina mientras está funcionando. Todos los datos propiamente dichos la letra y los números que determinan los valores anteriores se encuentran en la parte derecha de la pegatina.
En un informe sobre las etiquetas energéticas elaborado a finales de 1999 por la revista Compra Maestra, de la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), se señala con acierto que "en las tiendas es frecuente encontrar sólo la pegatina de la derecha, que por si sola resulta ininteligible". La observación no puede ser más acertada ya que haría falta estar muy habituado a leer este tipo de etiquetas para saber que en un lavavajillas, ese 1 que aparece sin más indicaciones se refiere a los kWh que consume la máquina por ciclo de lavado. No es de extrañar, por tanto, que "mucha gente piense que el electrodoméstico en cuestión es eficiente por el hecho de llevar etiqueta energética, aunque luego sea de la clase E", como señala Ángel Cediel, del Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE). "El desconocimiento por parte de los consumidores es todavía enorme y el grado de cumplimiento de la exhibición de las etiquetas por parte de las tiendas es muy deficiente" dice. En este sentido, varios establecimientos nos han asegurado que los clientes se interesan cada vez más por el significado de las etiquetas, pero aún son una minoría.
¿Son de fiar?
No existe ningún organismo independiente que etiquete cada electrodoméstico. Son las propias marcas las que contratan los servicios de laboratorios homologados para hacer pruebas de consumos de sus modelos. Y con los resultados de esas pruebas ponen las etiquetas, teniendo presente que en cualquier momento pueden pasar una inspección de la administración para cerciorarse de que esas etiquetas energéticas están diciendo la verdad. Pero lo cierto es que, hasta la fecha, no se ha hecho ningún control de este tipo en España, de los que, en principio, debería ocuparse el Ministerio y las consejerías autonómicas de Sanidad y Consumo.
Hay algo más. En las pruebas de laboratorio se permite un margen de error de un 15%, lo que implicaría un salto que podría llegar a ser de hasta dos clases. El análisis efectuado por Compra Maestra para la OCU, indica que "la clase energética mencionada en las etiquetas raramente se corresponde con la real y que el consumo está sistemáticamente subestimado, es decir, los aparatos se han situado en una clase demasiado elevada, casi siempre la inmediatamente superior". Por todo ello, la OCU propone "reducir el margen de error para detener el abuso; no asignar la clase por los valores medios detectados en las pruebas de laboratorio sino por los consumos más altos; y exigir que las administraciones efectúen controles oficiales y sancionen las infracciones".
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